Eva busca felicidad

20.1

Me desperté más temprano que todos. Estaba de excelente humor porque no me había dado arcadas con la pasta de dientes, lo cual ya era una gran suerte. Me vestí, me hice una trenza y salí de compras. Bueno, al mercado ambulante que se pone dos veces por semana. Saludé a una decena de señoras que, lo juro, veía por primera vez en mi vida, pero todas parecían conocerme y recordarme de niña. Me pregunto si este fenómeno ocurre en todos los pueblos o si los Zozuli son así de especiales.

Revisé todo el surtido de ropa masculina buscando algo decente y le compré a Amir una camiseta y un short. No es muy estético andar con la misma ropa varios días seguidos. Especialmente para un metrosexual como él. Tuve el honor de ver su armario: si vendiéramos esas camisas por internet, podríamos abrir un hotel nuevo. He aquí una idea de plan financiero: cada mes vendemos una prenda de Amir y vivimos toda la familia con eso. Mejor hubiera sido robarle unos pantalones de marca en vez de esa estúa ridícula aquella vez.

De regreso vi a un abuelito vendiendo cerezas caseras frente a una tienda, y no pude resistirme: me llevé todo. Me comí la mitad en el camino y con la otra mitad planeaba hacer un desayuno delicioso. ¿Acaso hay algo mejor que panqueques con cerezas? Obviamente no.

Ni recuerdo la última vez que cociné con tantas ganas. Quería darle un gusto a Amir y, de paso, a mi madre. Ambos se lo merecían. Es genial tener personas por las que no te importa esforzarte. Pensé que ya nunca volvería a sentir algo así, que me había decepcionado totalmente de la gente y que mi máximo sueño era compartir casa con tres gatos. Incluso ya tenía nombres: Chocolate, Mermelada y Malvavisco. Planeaba adoptarlos de un refugio cuando pudiera ponerme en pie. Claro que eso fue antes de quedarme sin techo y casi acabar yo misma en un albergue.

—¡Buenos días! —le dije a Amir, extendiéndole la ropa—. Despierta y ven a desayunar. Aquí tienes tu ropa.

Se estiró mostrando ese cuerpo perfecto y bronceado.

—Hola. Hacía tiempo que no dormía tan bien —se frotó los ojos, tomó el short y lo miró con desconfianza—. ¿Esto qué es?

—Un short.

—Pero yo no uso shorts.

—¿Y eso por qué?

—Porque es de mal gusto. En Estambul no ves a hombres decentes en shorts.

Menuda tontería.

—Qué suerte que no estás en Estambul y puedes relajarte. ¿O te da pena enseñar las piernas peludas?

—No tengo piernas peludas. Bueno, dentro de lo normal...

—Entonces ponte la ropa.

La camiseta se la puso sin protestar. Elegí una negra, clásica. La vendedora aseguró que era de buena calidad: su hijo llevaba cinco años usando una igual. A saber si la fábrica local era realmente tan buena, o si la señora andaba tan mal de dinero que el pobre niño no veía ropa nueva desde el jardín de infantes.

—Me siento como un payaso —Amir frunció el ceño mirando su trasero en el espejo. Por cierto, le quedaba bastante bien en shorts—. Todo el pueblo me va a mirar.

—Te van a mirar igual si sales con pantalón largo y camisa en pleno calor. Van a pensar que eres un político nuevo queriendo postularse en las elecciones locales.

—Tampoco suena tan mal.

—Ajá, y te van a estar preguntando cuándo das los paquetes de arroz con carne en lata y contándote sus dramas. ¿Quieres eso?

—No. Con mis propios problemas tengo suficiente.

—Entonces ponte el short y no jodas.

Le di unos minutos para que asimilara su trágica suerte y me fui a poner la mesa. La verdad, estaba orgullosa de mí misma. ¡Una verdadera ama de casa! Puede que a veces mi cerebro me falle, pero las manos me funcionan de maravilla. Cuando Amir entró a la cocina, todo estaba listo y la magia de los panqueques con cerezas le cambió el humor al pobre turco obligado a usar short.

—¡Nunca había probado algo así! —dijo cerrando los ojos de placer—. Un sabor tan fino. Especialmente con miel.

—¿Tu madre no cocinaba comida ucraniana?

—No. Nos adaptamos a la comida local. Algo parecido hacía mi abuela cuando era pequeño, pero igual tú cocinas mejor.

Me sonrojé.

—Ay, gracias...

—Es en serio.

—Me alegra que te haya gustado.

Lo que no me alegró fue que se tragara toda la olla. Por suerte, había apartado unas piezas para mamá. Olvídense de lo que dije sobre disfrutar cocinar. Me pasé una hora en la cocina para que se lo devorara en minutos. Tener un hombre en casa es un lujo, pero también un reto alimentarlo.

El primer día de vacaciones forzadas de Amir lo pasamos paseando por el pueblo. Obviamente, no es que aquí haya mucho para hacer, pero si uno lo intenta, puede disfrutar del silencio y la tranquilidad. Parecía que en Zozuli no existían los problemas. Este lugar está demasiado lejos de la capital con su lucha agresiva por un lugar bajo el sol.

Hablamos de todo un poco, pero evitábamos cuidadosamente el tema del futuro. Me daba miedo. No quería romper lo que habíamos construido, una relación que era como una cerilla encendida en medio del viento: un movimiento en falso, y se apaga.



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En el texto hay: embarazo, jefe y empleada, ceo millonario

Editado: 28.08.2025

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