Al día siguiente me llamó Yulia. Sumida en mi propio cuento de hadas, me había olvidado por completo de la promesa de compartirle las novedades.
—¿Cómo te sientes? —preguntó.
—De maravilla. Me dan náuseas, siempre quiero dormir y comer, pero los cambios de humor ya desaparecieron. Y ayer descubrí la primera ventaja del embarazo.
—¿Te cedieron el asiento en el transporte público?
—No. ¡Me empezaron a crecer los pechos! Es genial que la barriga aún no crezca, pero las tetas ya sí —me miré en el espejo del tocador—. Hasta el sujetador me queda pequeño.
—Es hora de comprar ropa interior especial para embarazadas.
—¿Qué? ¡No! Apenas asomó mi vida sexual en el horizonte y tú me propones ponerme esos calzones de abuela.
—Oh… Y si se puede, un poco más de detalles. ¿Quién es?
—Amir-Anton.
—¡Así que no me equivoqué! Realmente está enamorado de ti.
—Y yo de él… Aunque me cueste reconocerlo. Me he vuelto a meter en el amor hasta el cuello.
—¿Y ese escepticismo? Es algo maravilloso, Eva.
—Sí, pero… No me suelta la sensación de que todo puede derrumbarse. Me he equivocado tantas veces, me he quemado, me he decepcionado… Temo volver a sentirlo, y ahora con un bebé en brazos.
—En ese caso, habría que vivir en una burbuja y no hablar nunca con hombres.
—No suena tan mal.
—Tonterías. Esta vez será diferente.
—¿Por qué lo dices?
—No sé… Tal vez porque no se parece a los anteriores.
—Ni siquiera lo has visto.
—Me basta con saber que es un empresario serio, y no otro listillo con mil ideas para hacerse rico rápido.
Sí, Amir era un empresario muy serio. Tan serio que no sabía cómo sacar ese negocio del barro. Ayer pasó toda la noche consultando con sus socios mi plan anticrisis. No entendí en qué concluyeron, porque me quedé dormida.
—Es una buena persona —dije.
—Y eso es lo más importante. ¿Cuándo nos lo vas a presentar? Tolik y yo los invitamos a cenar.
—¿Tolik lo sabe?
—No, pero estoy segura de que le encantará la idea.
No me imaginaba muy bien la cara feliz de Tolik al verme en su puerta. Y no sola, sino acompañada.
—Ya lo organizaremos —respondí, para que Yulia no se ofendiera—. Tengo que irme. Te llamo más tarde.
—¡Vale! Te esperaré.
Dejé el teléfono y, apartando la cortina, miré por la ventana. Afuera se había refrescado un poco, el calor se iba retirando para dejar paso al otoño. Mamá colocaba rodajas de manzana y pera en el secador, y a sus pies dormía el gato del vecino. Me di cuenta de que Amir también seguía durmiendo. Decidí despertarlo para que no se perdiera el último día de sus vacaciones improvisadas.
Entré de puntillas en el dormitorio. Me quedé un rato en la puerta, admirando aquel cuerpo masculino perfecto. Amir dormía boca abajo, abrazando la almohada con las dos manos. La espalda ancha y bronceada, los músculos bien definidos y esas nalgas firmes que daban ganas de palmear. Ahora entendía a todas esas chicas que hacían cola para meterse en su cama. Incluso sin compromiso. Solo por una noche. Porque al lado de un hombre así una misma se siente más atractiva. Y lo había comprobado en carne propia.
—Mejor acuéstate conmigo… —murmuró, desperezándose.
—Ya es mediodía, no se puede estar tanto tiempo en la cama —protesté, pasando las uñas por su espalda para provocarle escalofríos.
—¿Quién lo dice?
—Las reglas de vivir en el pueblo. Aquí todos se levantan muy temprano. Si duermes demasiado, aunque no tengas prisa, igual te consideran un vago.
—Entonces hay que irse del pueblo —me agarró de la camiseta y me jaló al sofá—. En Kiev puedes dormir todo el día si quieres —dijo, abrazándome y cubriéndome con la sábana para que no escapara.
Y yo ni pensaba huir.
—¿Cuándo piensas irte?
—¿Yo? ¿No es que vamos juntos?
El corazón me dio un salto.
—No lo había planeado…
—¿Por qué?
—Bueno… En realidad, hay muchas razones.
—Dime una.
—No tengo dónde vivir.
—Eso no es razón. Puedes vivir en el Incógnito o te alquilo un piso.
—No. Ya me has ayudado bastante. No quiero ser una carga ni vivir a tus expensas.
(Me quedaré con mi madre, carajo.)
—Eva.
—No se discute.
—Está bien… —Amir se puso sobre mí, apoyado en los brazos—. Tengo otra propuesta.
—¿Cuál?
—Trabaja en el Incógnito.
Vaya sorpresa.
—¿Otra vez de camarera? —me alegré.
—¡Claro que no! ¿Cómo se te ocurre? Te contrataré como gerente —me besó y se acostó a mi lado—. Tus consejos para salvar el hotel tienen muchas posibilidades de éxito, así que tú misma deberías supervisar su ejecución. Al menos mientras el embarazo lo permita.