Eva busca felicidad

Сapítulo 25

Al día siguiente, por fin me dejaron salir. Eso sí, bajo un compromiso firmado de que prometía ser una niña obediente: tomar las medicinas, descansar mucho, respirar aire fresco y, al primer malestar, acudir al médico.

Amir aseguró que él mismo controlaría el cumplimiento de todos los puntos. De ahí entendí que, al menos por un tiempo, viviría en su casa. ¡Quién lo diría! Antes, algo así sólo podía imaginarlo o bromear al respecto. Y ahora ando de una habitación a otra como si fuera la dueña.

—¿Y qué pasa con la grabación? ¿La conseguiste? —le pregunté a Amir, ardiendo de impaciencia.

—La conseguí.

—¿Y no la miraste sin mí?

Él desvió la mirada.

—¿¡La miraste!? ¡¿Cómo pudiste?! Habíamos quedado en verlo juntos.

—No me aguanté... Tú habrías hecho lo mismo.

—¿Y qué tal? ¿Encontraste la respuesta?

Amir negó con la cabeza.

—Ahora estoy aún más confundido.

—¿Cómo así?

—Tienes que verlo por ti misma.

Sacó el portátil y lo puso sobre la mesita. Yo me acomodé en el sofá como si me preparara para ver una película apasionante, un drama detectivesco, a juzgar por mi vida. Sólo faltaban las palomitas.

—Prométeme que no te vas a alterar. Ya lo resolveremos.

—No me gustan nada esas advertencias…

—Sólo mira.

Encendió la grabación. Eran las cinco de la mañana: Amir salía de la habitación y desaparecía en el ascensor.

—¿Adónde ibas tan temprano? —pregunté.

—Tenía que recoger a un amigo en el aeropuerto.

—¿Y qué pasó con aquella chica que se quedó a dormir en tu cuarto? Recuerdo las rosas y la fruta a medio comer.

—Se fue justo después de… la cena. Ya te lo dije: las chicas no pasan la noche conmigo. Tú eres la primera que se quedó.

No fue por voluntad propia, pero aún así, sonaba bonito.

—Ya veo… —volví a poner el vídeo.

Un par de minutos de pasillo vacío, adelantando la grabación de vez en cuando. Y entonces apareció una silueta. Una mujer. Blusa blanca y falda azul: el uniforme de las recepcionistas del Incógnito.

—Es Marina, la de recepción. ¡¿Por qué va a tu cuarto?!

—No lo sé.

—¿También te enrollaste con ella? —me indigné.

—¡No! El personal es tabú. Al menos, lo era antes de ti —sonrió—. Eva, tú llegaste a mi vida para destrozar todos mis principios.

—En otras palabras, para hacerte feliz.

—Exacto.

Marina miraba alrededor, claramente nerviosa y sin querer que la vieran. Abrió la puerta con una tarjeta magnética y se coló dentro.

—O sea que en la creación de mi bebé participó la recepcionista… Ahora falta saber con quién.

—Sigue mirando.

Marina estuvo en la habitación unos cinco minutos. Luego llamó al ascensor, pero cuando llegó al último piso, no estaba vacío. De él salieron Larisa Pávlovna y dos chicos altos y delgados. Uno llevaba una mochila. No reconocí sus caras; era la primera vez que los veía. Intercambiaron unas palabras con Marina, luego ella entró en el ascensor y Larisa Pávlovna con los desconocidos se metieron en el cuarto de Amir.

—No… —me tapé la cara con las manos—. No puede ser. ¡No lo creo! Incluso si ignoramos que eran tres… ¡la diferencia de edad es de un millón de años! Eso es una perversión, y Larisa Pávlovna es una mujer respetable.

—Esa mujer tan respetable se quedó ahí dentro media hora.

—No pueden ser amantes… ¡Es absurdo!

—Me importa un comino su vida privada, pero ¿qué demonios hacían en MI habitación? ¿No podían ir a otro sitio?

—No lo sé…

—Y eso no es todo.

Después, esos tres salieron. Con horror noté que Larisa Pávlovna tenía un aspecto agotado: enrojecida, con el peinado deshecho. ¡Normal, después de encenderse con dos jovencitos! A su edad, bastante suerte que no le dio un infarto.

Cuando bajaron en el ascensor, eran ya las seis. Un poco más y yo habría llegado para limpiar.

—¿¡Y esa ahora quién es!? —exclamé al ver nuevas sombras en el suelo. Varios subían por las escaleras. Enseguida reconocí a los mismos chicos, esta vez con Marina.

—¡Este cuarto parece una estación de tren! —gruñó Amir.

—Entonces sí que Marina estaba metida en todo esto…

Empecé a contar el tiempo desde que entraron. Pasaron quince minutos, y otra vez salieron los tres.

—Si piensas que aquí acaba todo, te equivocas.

—¡Ya basta! —lloriqueé—. ¿Hubo alguien más?

—Sí. Justo antes de que tú llegaras a limpiar —Amir señaló la pantalla.

Contuve la respiración. El ascensor se abrió. Salió una chica guapísima. Morena, alta, esbelta, con un vestido corto. Se acercó a la puerta y golpeó con el puño, luego empezó a gritar y a gesticular con furia.

—¿Y esta histérica quién es? —pregunté, consciente de que hacía apenas dos días yo había hecho lo mismo.

—Kira.

—¿Y por qué estaba tan enfadada?

Amir apartó la vista.

—No tiene que ver con el asunto.

—¡Pues dilo!

—Bueno… es escort.

—¿Crees que no sé que te acostabas con escorts? —me burlé con indiferencia, aunque hervía de celos.

—¡Jamás he pagado a esas chicas! Eva, tengo la autoestima bien. Puedo conquistar a cualquier belleza sin pagarle.

—¿Entonces qué quería de ti esa Kira?

Se rascó la nuca.

—Nos conocimos en una fiesta en Estambul. Nos hicimos amigos.

—¡Ah, así lo llamas!

—Sí, sólo amigos —rodó los ojos—. Bueno, lo éramos… Kira, de hecho, es candidata a doctora en pedagogía. Pero en la universidad pagan poco y se buscó en otra profesión.

—¡Qué mujer tan inteligente!

—Teníamos un trato: ella traía a sus clientes a mi hotel. No pagaba habitación, pero me daba parte de las ganancias. Luego se me olvidó avisar a la administración, y quisieron cobrarle dos semanas en un suite.

—¡Convertiste el Incógnito en un burdel!

—Es mi hotel —frunció el ceño Amir—. Hago lo que quiero. Sólo termina de ver el vídeo.

—Vale… ponlo.

Kira montaba un escándalo hasta que llegó un guardia de seguridad. Ella empezó a discutir con él, señalando la puerta. Al final, él sacó una tarjeta y abrió. Kira entró corriendo. El guardia también.



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En el texto hay: embarazo, jefe y empleada, ceo millonario

Editado: 28.08.2025

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