Eva busca felicidad

Сapítulo 26

La habitación de Amir se había convertido en nuestro pequeño paraíso personal. Nunca antes me había sentido tan tranquila y cómoda. Parecía que las paredes del hotel me protegían de todo lo malo que podía pasar en la vida. La felicidad se había instalado allí, y yo me bañaba en ella como en un rayo de sol.

Amir me envolvía con un cuidado con el que antes ni siquiera había soñado. Supongo que me había decepcionado tanto en los hombres, que ya ni creía que encontraría a alguien tan bueno. Sí, a veces surgían ciertos malentendidos, como la atención excesiva de otras mujeres hacia él, su ligera vanidad y esa actitud de “aquí soy el rey y el dios” frente al personal. Pero todo eso se apagaba rápidamente con un par de charlas educativas. ¡Madre mía, resulta que con los hombres se puede hablar, y algunos incluso son capaces de escuchar! ¿Lo imaginan? Para mí fue todo un descubrimiento.

Yulia insistía en que nos viéramos en pareja. Ir a cenar con ellos y Tolik o elegir algún restaurante. Tal vez esperaba que los invitáramos a nuestro rincón en el Incógnito… Pero yo no quería arruinar los mejores días de mi vida soportando la compañía del marido de mi amiga. Conociendo a Tolik, torcería la cara en cuanto me viera, y yo tendría que fingir con todas mis fuerzas que no me daba cuenta, solo para no herir a Yulia. Y si yo estaba acostumbrada a ese guion, Amir no lo soportaría. Seguro que respondería a Tolik con la misma antipatía. ¿Para qué necesitábamos eso? Unas narices rotas no iban a fortalecer mi amistad con Yulia.

¡Amir sin duda le daría una paliza al bolita-Tolik!

Además, se acercaba el día D. Es decir, el interrogatorio, en el que todos los participantes se reunirían como si fuera un encuentro de exalumnos. Teníamos muchas ganas de poner un punto final en esa historia. De cerrar ese “gestalt”, por así decirlo, que no nos dejaba en paz ni a Amir ni a mí.

—¿Estás segura de que quieres venir conmigo? —preguntó mi amado, besándome en el cuello—. Puedes quedarte aquí, y luego yo te contaré lo que haya averiguado.

—Quiero ir. No me prives de semejante espectáculo.

—Entonces prométeme que te controlarás. Que no te pondrás nerviosa y bajo ningún concepto discutirás con nadie.

—Está bien —puse los ojos en blanco—. Lo dices como si yo fuera una escandalosa.

—No una escandalosa. Simplemente eres muy… emocional —sonrió, y enseguida añadió—: eso me gusta.

—Me sentaré tranquilita en una silla y escucharé la función.

—Más te vale.

Amir se puso un traje con corbata, volviendo a su papel de jefe severo. Después de mis súplicas, al fin renunció al gel para el pelo y la barba. Eso sí, tuve que mentirle diciendo que me mareaba el olor de ese gel, pero en la lucha por la apariencia decente de un hombre todo vale.

—Te los vas a comer vivos —le dije, arreglándole el cuello de la camisa, que ya estaba impecable.

—Lo intentaré.

Para no parecer una mendiga a su lado, yo también me puse la mejor ropa que tenía. Otra vez gracias a Yulia por otro “envío humanitario”. Tenía unas ganas tremendas de volver a trabajar. Sabía que Amir compraría todo lo que yo quisiera, pero me faltaba descaro para pedirle dinero. Ganarlo era otra cosa. Ojalá pronto pudiera empezar a salvar el Incógnito. Allí por fin daría rienda suelta a mi imaginación y a mi potencial, que había estado dormido tantos años mientras trabajaba de camarera.

Entramos en la sala de conferencias, donde ya nos estaban esperando. En torno a una gran mesa ovalada estaba sentada la señora Larisa Pavlivna, muerta de miedo, junto a ella Marina, enfrente jugueteaba con una botella de agua el guardaespaldas, y al fondo de la sala charlaban dos chicos. Muy jóvenes. Tendrían unos veinticinco años como mucho. Ambos de aspecto agradable y con pinta de estar sanos. Eso ya era un alivio.

—Les saludo —asintió Amir, y todos se enderezaron de inmediato como si fueran alumnos en clase.

Aunque había prometido mantener la calma, el nerviosismo me invadió al instante. Ni siquiera fui capaz de saludar como correspondía. Solo me aferraba a Amir y pasaba la mirada del guardaespaldas a los chicos. Uno de ellos era el padre de mi hijo…




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