Eva busca felicidad

Сapítulo 27

El agotamiento emocional empezó a pasarme factura. Estaba cansada, aunque en realidad no había hecho nada. Solo quería terminar cuanto antes con ese torpe interrogatorio y volver a mi habitación. A la mía… Vaya, qué rápido se acostumbra una a lo bueno. El apartamento de Amir se había vuelto tan familiar, como si hubiera vivido allí toda la vida.

—¿Ya puedo hablar? —preguntó Kira—. ¿O vamos a estar aquí todo el día sentados?

—Sí —suspiró Amir—. Vamos.

—Bueno, al final no hay nada interesante. No me dejaban salir de Incógnito hasta que pagara la habitación, que según tus palabras debía ser gratuita. Me enfadé, porque eso no es otra cosa que una estafa. ¡Así no se hace negocio, Amir! Yo pensé que eras una persona decente.

—Sin detalles, por favor —él señaló con la cabeza al guardaespaldas, a quien no era necesario enterar de acuerdos con prostitutas. Perdón, ahora se llama “escorts”.

—Vale… Vine a tu casa a primera hora de la mañana. Sé que te gusta dormir, así que estaba segura de que estabas en casa.

Ese detalle no me gustó.

—¿Y tú cómo sabes eso? —pregunté yo.

Kira soltó una risa.

—Porque somos amigos.

—Pues esta amistad ya la tengo atravesada —susurré al oído de Amir.

—No tengas celos, no es mi tipo —aseguró Kira.

Como si me lo fuera a creer. ¿Cómo podía Amir no ser el tipo de alguien? Si es perfecto. A todos les gusta. Y quien diga que no, miente. Igual que yo cuando entre nosotros existía ese abismo social.

Amir acercó una silla y se sentó frente a mí, con los brazos apoyados sobre la mesa.

—Kira, ve al grano.

—Estaba furiosa. Te llamaba, golpeaba la puerta para despertarte. Pensaba que te escondías a propósito, porque sabías que habías fallado. Seguramente con el ruido apareció este —miró a Rusik— y empezó a pedirme que me calmara.

—Así fue —asintió el guardaespaldas—. Es mi trabajo.

—Pero yo no cedía y logré que me dejara entrar en la habitación. Quería comprobar con mis propios ojos que no estabas allí.

—¿Y de dónde sacó Rusik una llave del ático? —me sorprendí.

El guardaespaldas se quitó una tarjeta que llevaba colgada al cuello y la puso sobre la mesa.

—Es una llave maestra que abre todas las puertas del hotel. La tengo para casos de emergencia, por si hay que salvarle la vida a alguien.

—Ya veo.

—¿Pero acaso una histérica frente a mi puerta es una emergencia? —preguntó Amir.

Kira frunció sus perfectamente pintadas cejas.

—¡Te ruego que midas tus palabras!

—Pero si de verdad se comportaba como una loca —se justificó Rusik—. Me amenazó con que si no la dejaba entrar, prendería fuego al hotel.

—¡Yo solo quería mirarle a Amir a sus ojos descarados!

—Y la dejé pasar. Solo un par de minutos…

—Seis, para ser exactos —lo corregí—. Y en esos seis minutos tuvieron tiempo de intimar tanto que acabaron haciendo el amor en el dormitorio de Amir. ¿No pudieron contenerse, verdad?

Kira y Rusik me miraron a la vez. Ambos parecían totalmente desconcertados.

—Eva —el guardaespaldas se rascó la nuca, donde ya clareaba el pelo—, hoy estás un poco chiflada.

—Tengo motivos.

Kira negó con la cabeza.

—Yo jamás tendría relaciones con este hombre.

—¿Y por qué no? —se ofendió sinceramente Rusik.

—Porque para eso se necesita o un gran amor o mucho dinero. Y no había ni lo uno ni lo otro.

—¡No intentes engañarme! —tronó Amir—. Seguro que lo hicieron. ¿Y si fue tan rápido que se olvidó de inmediato?

—Cariño, un polvo conmigo jamás se olvida —aseguró Kira.

—Sus preguntas son una tontería… —se incomodó Rusik—. Esto no me gusta nada. Parece una broma con cámaras ocultas. Ah… ¡ya caí! ¿Están grabando un programa? ¿Puedo mandar saludos a mi madre?

—No es un programa.

—¿Entonces qué? —se indignó Kira—. ¿A qué viene toda esta locura?

Maldita sea, lo dijo con tanta convicción que no me quedaron dudas: no mentía.

—Pero… pero… —mi cabeza era un completo caos otra vez.

¿De dónde había salido ese maldito preservativo? ¡No lo habían dejado los extraterrestres!

Amir soltó el aire despacio, intentando ordenar sus ideas. Yo notaba que también a él se le estaba quemando el cerebro. Solo faltaba que volviera a sospechar que yo mentía.

—Voy a explicar por qué estas preguntas tan raras —dijo más o menos calmado. Yo, en cambio, me tensé. No me importaba mucho lo que pensaran una escort o un guardaespaldas bruto, pero esperaba que nadie más se enterara de mi vergonzosa forma de haber quedado embarazada.

—Amir, no lo hagas… —supliqué, agarrándolo de la manga.

Él fingió no oírme.

—Cuando regresé a la habitación, encontré un preservativo usado. Justo al lado de la cama.

El rostro de Rusik se endureció. Parecía estar rebobinando mentalmente todo el interrogatorio de ese día. De pronto, el tándem “Marina y los hermanos Super Mario” ya no sonaba tan descabellado.

—¡Vaya! —exclamó Kira—. ¡Así que ahí fue a parar! Yo tenía miedo de que se me hubiera caído en el taxi, cuando buscaba algo en mi bolso. Qué vergüenza…

¿Qué? ¿Entonces tampoco Rusik era el padre del niño?

Sentí a la vez alivio y ganas de darme de cabezazos contra la mesa.

—¿Cómo estás? —preguntó Amir.

—Perfecta. Simplemente perfecta… —me empezaba a dar la risa histérica.

Amir le devolvió a Rusik la tarjeta.

—Puedes volver a tu trabajo.

—Gracias a Dios —el guardaespaldas se colgó de nuevo el cordón al cuello—. ¿Ya puedo irme?

—Sí. Pero si vuelves a dejar entrar a alguien extraño en mi habitación, te vas a la calle como un cohete.

—Entendido.

Rusik se marchó.

—Kira —supliqué yo—, por favor, dime con quién estuviste… esa mañana.

—Ni hablar.

—No quiero nada más. Solo eso.

—¿Son unos pervertidos? ¡Yo no trato con gente así!

Ella también se levantó y se dirigió a la puerta.

—¡Espera! —grité, levantándome de golpe y bloqueándole el paso—. ¡No te dejo salir!




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