Amanecía. La habitación parecía un campo de batalla.
Lucifer, enfadado, se cernía sobre los estudiantes de primer año, agitando amenazadoramente sus alas y lanzando contra la pared los tarros vacíos de las velas quemadas.
Quedaba una hora para el examen.
Seis inteligentes cabezas de la comunidad científica balbuceaban somnolientas frases memorizadas, mientras al demonio casi le salía sangre por las orejas con ese juego de palabras. Lamentaba haber venido al mundo. Lamentaba que, en vísperas de Halloween, sus poderes disminuyeran y no pudiera ir al infierno por sí mismo. Aunque... ¿dónde está ahora, si no es en el infierno? ¡Ni siquiera su mente malvada podía imaginar una tortura semejante!
—¡Empiezo a entenderla! ¡Sois unos seres inmaduros, irresponsables y egoístas! ¡Habéis llevado a esta pobre mujer a tener que escuchar todo esto las veinticuatro horas del día! ¡Ni siquiera yo puedo soportarlo! ¡Apareceréis en mis pesadillas! Tengo que ir al psicólogo después de pasar unas horas con vosotros, ¿y ella? ¿Cómo es que aún no se ha vuelto loca por vuestra culpa? Lucifer nunca había amado a los humanos. No sentía compasión por ellos. Ni siquiera entendía su naturaleza, porque ¿cómo se puede entender a estos mortales? Pero ahora... ahora estaba dispuesto a todo con tal de escapar.
Sin embargo, había un problema.
Solo los seis que lo habían invocado podían enviarlo de vuelta.
Así eran las reglas.
Así que solo había una opción: enseñarles. Enseñarles hasta que lo pronunciaran todo correctamente.
—¿Y si nos delatas? — dijo Elena con voz apenas audible, levantando con resignación sus ojos azul claro, antes de quedarse dormida.
Y, tras echar un vistazo a todos, Lucifer se dio cuenta con horror de que los seis insolentes holgazanes, incapaces de aprender el arte de las lenguas extintas... estaban durmiendo.
Sintiendo una ira sin precedentes, el demonio salió volando por la ventana, deseando desaparecer de allí. Deseando volar tan lejos como pudiera. Solo para olvidarlo todo. Volaba sobre la residencia, buscando a alguien en quien descargar su ira... hasta que la vio.
Pelo rojo de color químico, que quemaba la retina de los mortales, largas garras en las manos, como creadas para torturas infernales, y sombras azules en los párpados.
Lucifer se quedó paralizado.
Algo inusual pasó por su corazón demoníaco. Algo incomprensible. Nunca antes había sentido nada más que ira y odio. Pero ahora... dentro de él había entusiasmo. Por su rostro enfadado. Por cómo las maldiciones en latín salían de sus finos labios. Y comprendiendo que era su última oportunidad, el demonio descendió a la tierra, adquirió forma humana y se dirigió a encontrarse con Lilith, nada menos.
*
— ¡Chicos, estamos perdidos! ¡Nos hemos quedado dormidos! — Max sacudió nerviosamente a todos, mientras sus compañeros se peleaban y se acurrucaban unos contra otros, deseando seguir durmiendo. Pero cuando pronunció la palabra mágica «Ivanivna», todos se despertaron de golpe.
Corriendo por los pasillos, derribaban a todo el mundo a su paso. En pijama, zapatillas y con los libros de texto, los seis valientes cruzaron el patio corriendo hacia el edificio de la universidad. Entraron corriendo en el aula y se encontraron con la mirada llena de odio... de Lucifer. Estaba sentado en la mesa del profesor y se estaba remendando las alas. Rasgadas y desgarradas en algunos lugares, solo inspiraban compasión.
— ¿Y dónde está?
— Escribiendo su carta de renuncia. Se la voy a quitar. Han acabado con la pobre mujer. ¡Así que enseñen! En media hora nos enviarán a casa. Con mi Olenka. En el infierno, conmigo, estará mucho mejor que con ustedes... si no me mata.
Y así termina la historia.
Gracias por leer las páginas de este relato. Feliz Halloween a todos. Y no experimenten con el latín, a menos que sean Elena Ivanovna, claro está.