Tras regresar a su morada, molesto, luego de la lucha con los reencarnados, Gorand pasó las horas siguientes recuperando sus fuerzas. Había subestimado demasiado a los jóvenes guerreros y se arrepentía de ello. Uno de sus hombres había cobrado su propia vida en pago por el fracaso. Esa muestra de lealtad a su causa le parecía a la vez absurda y respetable.
Cuando se sintió repuesto, salió en busca de Cora, su mano derecha y mejor discípula. La encontró entrenando como lo hacía cada noche. Era una bella mujer. Su rubia cabellera descendía por su espalda en una larga trenza que se agitaba en cada giro. Sus ojos, de un azul marino, reflejaban la rudeza de su actitud, pero también la suavidad de su espíritu. El hombre se detuvo a unos metros y admiró cada uno de sus movimientos. Siempre sintió un aprecio especial hacia ella, pero con el tiempo había crecido más de lo pudo controlar.
— ¿Le gusta lo que ve, General? –dijo sonriendo la mujer, sin dejar de atender a los oponentes con los que entrenaba.
Gorand dibujó una sonrisa casi imperceptible. Le hubiera gustado bromear con ella, e incluso más, pero ya hacía mucho tiempo que había renunciado a esos pequeños placeres. Aunque muchos no comprendían su causa, era más importante que cualquier otra cosa.
— Lo que veo es que mi mejor soldado pierde el tiempo con novatos en lugar de acompañarme a la batalla –respondió, haciendo una seña para que los demás se retiraran. Cora bajó la mirada y su sonrisa se desvaneció
— Lo siento Señor. Creí que serían suficientes.
— También yo. Sus instintos son más fuertes de lo que esperaba. Si queremos vencer debemos cambiar la estrategia. Atacar a ciegas es inútil. Necesito que los vigiles y me mantengas informado.
La mujer asintió y dio media vuelta con intención de marcharse, pero el general la detuvo. Ella lo miró a los ojos y pudo notar en ellos una mezcla de miedo y tristeza. Esperó a que hablara, como esperaba cada día desde hacía mucho tiempo. Ansiaba con todas sus fuerzas aquella verdad evidente que él le negaba, pero no llegó.
— Ten cuidado –dijo Gorand, y se alejó odiándose en secreto. Cora se quedó observándolo un momento, preguntándose si algún día pasaría. Luego se retiró.
El general recorrió el extenso campo en el que habitaba, iluminado por cientos de esferas de luz que flotaban estáticas a cada lado de los caminos. A menudo aprovechaba la tranquilidad de aquellas rondas para pensar con más claridad, pero esta vez no podía concentrarse. Su mente alternaba entre la dificultad de acabar con los jóvenes guerreros y la dificultad de afrontar sus sentimientos por Cora. Cuando todo acabara quizás podría sincerarse. Ahora, sin embargo, lo más importante era proteger al clan.
En medio de sus pensamientos, una voz en la distancia lo obligó a detenerse. Al voltearse, vio a uno de sus hombres corriendo rápidamente hacia él. Parecía preocupado, lo cual llamó poderosamente su atención.
— General –dijo el soldado al llegar–. Lamento molestarlo, pero traigo un mensaje.
— ¿Mensaje? ¿De quién?
— De Drumon, General. Quiere verlo cuanto antes.
Gorand esperaba que no fuera él. Drumon era un Dase, un sacerdote del clan, y formaba parte de Exmar, el Consejo encargado de administrar las leyes y tratados de los clanes elementales. Muchas veces lo había citado para recriminarle sus acciones, pero esta vez no estaba de humor para recibir absurdos sermones y no planeaba cambiar su postura a pesar de las insistencias. Asintió en respuesta a su mensajero y se marchó a prepararse.
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Llegó al templo de los sabios una hora más tarde, conociendo a la perfección el desenlace de aquella reunión. Sin embargo, para su sorpresa, Drumon no se encontraba solo como en otras ocasiones. Sentado a su lado, con la vista perdida en algún rincón del gran salón, se encontraba Naccor, uno de los tres sabios del clan de la oscuridad.
La presencia del anciano desconcertó al General. A pesar de las diferentes opiniones, la relación con los Pudjok dejó de existir luego de la guerra. Desde aquel entonces, Exmar se había desmoronado y muchos de los tratados de paz perdieron su fuerza. Los enfrentamientos entre clanes eran cada vez más frecuentes, y Gorand culpaba a los hijos de la noche por haberlo iniciado. Por esta razón, no podía entender cómo Drumon podía recibir a uno de ellos en su templo.
— Bienvenido General –habló el Dase, inclinando la cabeza en forma de saludo–. Imagino que ya sabrá la razón de que lo haya citado –esperó hasta que el hombre asintió en respuesta y continuó–. Han llegado a mis oídos noticias sobre sus enfrentamientos con los reencarnados. Contra toda regla, continúa una guerra que jamás debió iniciar. Se ha derramado demasiada sangre por su causa y el Consejo no piensa seguir tolerándolo.
Editado: 25.07.2018