Al ver a sus compañeros inconscientes bajo el agua, Víctor saltó sin dudar. Con la ayuda de las hermanas de Erae llevó a Brian y las chicas a la orilla. Ninguno respiraba y el muchacho no sabía qué hacer. Presionaba, desesperado, sus pechos sin obtener resultados.
Mientras una de las Ondinas bajaba en busca de Erae, la otra se acercó lentamente al joven y, con una seña, le pidió que se apartara. Víctor obedeció, confundido y asustado. Se detuvo a unos pocos pasos y observó como la mujer ponía sus manos sobre sus amigos. Poco a poco, una especie de vapor comenzó a salir de sus bocas y, al instante, comenzaron a toser y escupir agua. El muchacho se sintió aliviado al verlos despertar y molesto por que hubieran corrido aquel riesgo. Les dio un momento para reponerse y luego se acercó.
— Felicidades guerrero –dijo, dirigiéndose a Brian–. Casi hacés que los maten. Creí que no necesitabas que te cuiden. Si querés suicidarte no hay problema, pero no necesitas arrastrar a las chicas con vos.
Brian lo miró con furia antes de responder.
— Tenía que ayudar a Erae. Al menos yo si pienso en alguien además de mí mismo. ¿Dónde estabas vos mientras tanto?
Carla intentó detener la discusión pero no la escucharon.
— Estaba sacándote del agua, idiota –respondió Víctor, depositando en cada palabra la furia que le causó la preocupación–. Por mucho que quieras actuar tu papel, no sos nuestro líder. Cada vez que intentás hacer algo ponés en riesgo a los que te rodean. Jamás seguiría a una persona así. Prefiero sobrevivir y arreglar tus errores.
Brian estaba a punto de contestar, pero una voz a sus espaldas lo obligo a guardar silencio. Al voltear, se encontró con la penetrante mirada de Dalhila. Los jóvenes guardaron silencio y esperaron a que hablara. La mujer, con su habitual elegancia y la mirada fría, los rodeo lentamente y se colocó junto a Erae, que acababa de subir a la superficie ayudada por sus hermanas.
— No estaban preparados –le dijo. La ondina se limitó a mirarla sin pronunciar una palabra–. Los pusiste en riesgo. Si no hubiera llegado a tiempo estarían muertos –con cada palabra, Erae bajaba un poco más la mirada sintiéndose culpable. Al ver que sus reproches eran suficientes, Dalhila continuo–. Gracias Erae, por mostrarles la magnitud de su destino.
La elemental se relajó al oír la última frase y luego se acercó a Brian para darle las gracias. Víctor, que comenzaba a calmarse de su ataque de furia, empezó a sentirse mal por lo que le había dicho a Brian. Tanto tiempo viajando solo lo había cambiado. El joven tenía razón al decirle que solo se preocupaba por él mismo.
Al ver el disgusto en su rostro, Valentina se acercó y le preguntó qué le ocurría. Para ella, la situación también era difícil, pero no lograba entender la actitud de los muchachos. Solo llevaban unas cuantas horas de conocerse y parecía que se odiaban. Víctor negó con la cabeza y le aseguró que todo estaba bien, pero ella no le creyó.
Las conversaciones fueron interrumpidas por la voz de Dalhila, que pidió a todos que se acercaran.
— Jóvenes guerreros –pronunció–, ya han caminado a ciegas demasiado tiempo. Confiaron en sus instintos y eso les ayudo a sobrevivir y llegar hasta aquí. Es hora de guiarlos hacia un nuevo rumbo. Se dirigirán hacia el norte y encontraran en el camino a los miembros restantes. Me encargaré de prepararlos para su llegada. Cuando hayan encontrado al último, marcharan hacia el oeste, a un punto neutral que los humanos han convertido en un parque nacional. Los veré allí y aclararé todas sus dudas. Hasta entonces, es necesario que confíen unos en los otros y que acaben las discusiones –Brian y Víctor cruzaron una mirada fugaz, sabiendo que sería difícil lograrlo. Al notarlo, la mujer agregó–. Anghell, aunque no comparto la actitud de Oron, tiene razón en una cosa: no estás listo para ser un líder. Tu momento llegara, pero, hasta entonces, será Minna quien esté a cargo de guiarlos.
— ¿Quién es Minna? –preguntó Carla, que escuchaba con atención cada palabra de la mujer.
— Minna, eres tú.
La expresión de sorpresa de la chica provocó una breve risa entre sus compañeros. Intentó tartamudear una respuesta, pero la seria expresión de Dalhila hizo que se detuviera. Aunque no sabía lo que implicaba guiar a sus amigos en un viaje sin destino, no le quedó más opción que asentir con la cabeza y hacer lo posible.
Luego de susurrar unas palabras a las ondinas, la misteriosa mujer desapareció, como siempre, entre las sombras. Los jóvenes volvían a estar solos, confundidos y con más preguntas que respuestas. Mientras se preparaban para regresar a su campamento improvisado e intentar dormir un poco, Víctor se acercó a Erae a una señal de esta. Cuando se inclinó para escucharla, la ondina lo tomó del cuello y le otorgó, al igual que a los otros, la habilidad de comprender el Ipehmut.
Editado: 25.07.2018