Dalhila guió a los jóvenes por el bosque hasta llegar a un viejo cedro, bajo el cual se detuvo. Por un momento permaneció en silencio, apoyando su mano en el imponente árbol. Los muchachos la observaron, esperando ansiosos la explicación que habían buscado desde el comienzo.
— Cuando todo comenzó, este árbol apenas empezaba a crecer –soltó, de improviso, la mujer–. Han quedado tan lejos los tiempos de paz, pero eso está a punto de cambiar.
Mientras hablaba, dirigió su impasible mirada a los siete reencarnados, dejándoles entrever que eran la única esperanza de los clanes. Contrario a lo que esperaban, los jóvenes no se sintieron presionados. Saber que había llegado el momento de entender su destino los mantenía en calma.
— Soy el que menos tiempo tuvo para adaptarse a todo esto –dijo Jonathan con timidez–. Tengo muchas preguntas que hacerte.
— Todos tenemos preguntas –intervino Carla–. Gorand destrozó nuestro hogar e intentó asesinarnos a causa de nuestro destino. Quiero saber por qué.
Dalhila se sentó en el suelo y extendió su mano invitándolos a hacer lo mismo. Llevaba tiempo esperando ese instante y al fin había llegado. Sabía que aún no estaban listos y que su viaje se tornaría aún más difícil, pero era necesario que supieran quienes eran y de donde provenían.
— Para que comprendan su destino, debo iniciar el relato mucho antes de la guerra –expresó–. Muchas de sus preguntas serán respondidas en mi relato, pero pueden hacer una antes de comenzar.
Los siete cruzaron miradas, sin saber cuál de sus dudas era más importante. Finalmente, tras unos segundos de silencio, sus ojos reflejaron la única pregunta que todos se hacían desde que comenzaron el viaje, y fue Brian quien la pronunció.
— ¿Por qué nosotros?
— Cuando una criatura muere, su espíritu se funde con el espíritu de su elemento –explicó la mujer–. Sin embargo, la profecía de la reencarnación llevó a los suyos a vagar en un limbo hasta encontrar un cuerpo en el cual volver a nacer. Ustedes fueron los elegidos porque, en lo más profundo de su ser, son un reflejo exacto del guerrero que representan. Brian posee el liderazgo de Anghell. Evelyn, el valor de Daeria. Valentina, el espíritu de Lenia. Aunque aún no lo sepan, llevan en su interior todo aquello a lo que están destinados, aun antes de nacer.
— Yo no me siento muy valiente –respondió Evelyn–. ¿Y por qué nacimos humanos? Si éramos hijos de la noche, ¿por qué no reencarnar en uno?
Todos asintieron y miraron a Dalhila, reafirmando la pregunta de la joven.
— Luego de la guerra, la relación entre la luz y la oscuridad se volvió demasiado inestable. Con Gorand esperándolos, nacer Pudjok era peligroso, por lo que debían nacer como seres neutrales. El ser humano fue admirado por los clanes desde los inicios de su evolución. Cuando aún eran animales, el Consejo ya había notado en ellos una curiosidad y admiración por la naturaleza que no existía en otras especies. Como un regalo, los hijos del Éter les otorgaron el don del pensamiento y la razón, con la intención de que fueran un puente entre nuestros mundos. Aunque el paso del tiempo los fue alejando de su espiritualidad, aún conservan esa llama que Exmar tanto apreciaba. Por esa razón, eran las criaturas perfectas para portar el espíritu de los guerreros –la mujer hizo una pausa para que los jóvenes asimilaran la respuesta. Luego, no queriendo perder más tiempo, continuó–. Queridos guerreros, entiendo que tengan demasiadas dudas, pero es mejor que comience a relatarle los hechos desde el origen.
Los siete guardaron silencio y se dispusieron a escuchar con atención la historia que Dalhila les relataría.
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En los orígenes del universo existían dos fuerzas dominantes: las Ánimas del Éter, fuerza de vida; y los Erebos del Caos, fuerza de destrucción. El equilibrio entre ambos fue lo que dio origen al mundo. A lo largo del tiempo, el Caos causaba catástrofes que destruían lo existente, abriéndole paso al Éter para crear nueva vida en su lugar. Así surgieron los Primeros, seres puros nacidos directamente de su elemento.
Las criaturas se dividieron en clanes y se encargaron de mantener el balance de la naturaleza. Con el mundo en desarrollo, los límites se volvían cada vez más difusos y a menudo se generaban conflictos entre las distintas fuerzas. El poder de los puros era superior a todo lo conocido, y la naturaleza pagaba el precio de su mal uso. Durante mucho tiempo, las batallas entre los elementales hicieron temblar hasta el último rincón del universo, y todo empeoró cuando sus hijos comenzaron a nacer.
Los Primeros consideraban que el producto de la unión entre dos puros era una abominación, seres impuros alejados del espíritu de su elemento. Aunque eran más débiles que ellos, no toleraban que tuvieran las mismas habilidades sin merecerlas. Otorgándose el derecho sobre toda vida, los persiguieron y cazaron a través de las eras. Solo unos pocos sobrevivían gracias al sacrificio de sus progenitores, que se enfrentaban a los suyos sin importar las consecuencias.
Editado: 25.07.2018