Exmar: El despertar.

XVII. Aliados.

Al fallar su intento de debilitar a los reencarnados por medio de Leat, Gorand convocó una reunión con sus mejores guerreros. La guerra se aproximaba un poco más a cada instante y sus fuerzas no bastaban para afrontarla. En el momento en que los hijos de la Noche alcanzaran el Monte de las Ánimas, su despertar estaría completo y sus antiguos aliados se alzarían en armas sin dudar.

Cora, que cada vez se separaba menos de su General, lo había notado más alterado de lo habitual desde su último encuentro con Brian. La breve muestra de su antiguo ser que el muchacho había ofrecido había reencontrado a Gorand con sus viejos conflictos. Por un instante, había perdido de vista la causa que lo movía. Sin embargo, la derrota del hijo del Caos le había devuelto el rumbo.

Viendo la proximidad de un enfrentamiento que esperaba desde la última gran batalla con los guerreros de la oscuridad, el General habló ante a sus hombres y expuso la urgente necesidad de forjar nuevas alianzas. Con Exmar vigilando, quedaban pocos lugares en los cuales buscar, pero no se daría por vencido. Terminada la reunión, cada guerrero marchó en una dirección distinta y Gorand se dispuso a visitar el último lugar en el que querría hallar aliados.

— ¿Está seguro, General? –preguntó Cora, mientras observaban el lugar guardando la distancia.

Ambos conocían la clase de seres que habitaban aquel rincón olvidado del mundo. Criaturas que llevaban demasiado tiempo exiliadas de sus clanes se congregaban allí e intentaban sobrevivir a cualquier costo. Gorand sabía que sus pecados no merecían tal castigo, y esperaba que aceptaran su causa con la esperanza de obtener la redención. Con resignación, miró una vez más la naturaleza muerta que se extendía por todo el territorio y luego volteó hacia su discípula.

— No –respondió–, pero no tengo opción. Es por el bien de nuestro pueblo.

Agotado de solo pensar en lo que haría, fue aproximándose lentamente a su destino atento a cualquier movimiento. Cora lo seguía de cerca, observando con desconfianza a su alrededor. El lugar parecía estar tranquilo y eso los preocupaba. Antes de ser sorprendidos, el general decidió llamar a los habitantes con la excusa de una propuesta.

Uno a uno, seres de toda naturaleza comenzaron a surgir a su alrededor. Cada clan tenía uno o varios representantes en aquella tierra, que se reunieron en torno a los visitantes con miradas cargadas de odio. El exilio los había endurecido y vuelto primitivos. Sobrevivir era su única ley, y eso los hacia peligrosos.

— General Gorand –dijo una voz detrás de la multitud, que comenzó a abrirse cediendo el paso a quien hablaba–. Es una sorpresa verlo en estas tierras olvidadas.

— Mayus –pronunció el General al reconocerlo.

— Veo que recuerda a un hermano –sonrió–. Me siento halagado. ¿Puedo saber el motivo de tan curiosa visita?

— Los guerreros de la oscuridad han regresado y traen consigo una guerra. Si ganan, traerán nuevos puros al mundo y destruirán todo lo que conocemos. Alguien debe evitarlo, y para eso necesito aliados dispuestos a dar la vida por la causa.

— ¿La causa? –El hijo de la Luz esbozó una sonrisa cargada de desprecio–. Su causa me puso en este lugar. Lo seguí con fe ciega a aquella batalla y solo conseguí mi destierro. Le agradezco la oferta, pero matarlo será más divertido.

— No me culpes por tu destierro. Fue tu sed de sangre lo que te puso en este lugar. Nuestra misión solo era detener al puro. La masacre que iniciaste luego fue tu decisión. Si no quieres unirte a mí puedes quedarte en este infierno. Me iré con aquellos dispuestos a luchar.

Al oírlo, Mayus estalló en una ruidosa carcajada, al tiempo que el resto de los elementales adoptaban una postura amenazante. Gorand no acababa de comprender la situación, pero se mantuvo firme dejando ver que no cedería.

— Verá, General. Por estos lados, las leyes son algo diferentes. Lo único que importa es sobrevivir, y ellos solo siguen al más fuerte. Si quiere su lealtad, tendrá que asesinarme.

Asqueado por la situación, el General clavó la mirada en los ojos de Mayus y se preguntó si valdría la pena rebajarse a su nivel. Los seres a su alrededor no parecían dispuestos a darle otra alternativa y luchar contra todos sería imposible. Cora notó sus intenciones e intentó convencerlo de lo contrario, pero él ya había decidido.

— Esta bien Mayus –dijo–. Acepto los términos.

La multitud lanzó un grito anunciando la batalla. Gorand y Cora fueron arrastrados por un grupo de elementales hasta un enorme foso preparado como una arena. Mayus había esperado ese día desde su destierro, y saboreaba la oportunidad de vengarse. El General, por otro lado, quería acabar con aquello cuanto antes. Por un instante se arrepintió de haber ido, pero ya no había marcha atrás.



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Editado: 25.07.2018

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