El pasillo era alumbrado por una tenue luz rojiza.
Hacia mucho que el hombre que recorría el lugar, se había acostumbrado a la pobre luz. En su cabello apenas se distinguía el gris debido a esa maldita luz. Las bocinas, que al principio eran ensordecedoras, ya no emitían ningún ruido. Durante un tiempo había sonado un constante golpeteo rasposo, como si alguien golpeara un micrófono ronco, pero ya no.
Ahora el único sonido que llegaba a sus oídos, era el rose de sus pies contra el suelo al caminar. También, de vez en cuando, sus rápidas pisadas al correr, pero no quería pensar en eso. Las ojeras en sus ojos delataban que llevaba días, semanas, meses, años, no quizás años no, sin dormir bien. Sus pupilas, antes cafés como la tierra mojada, hoy lucían apagadas y descoloridas. El pasillo término abrupta mente dividiéndose en dos, formando una T. La costumbre guío al hombre a la derecha, pues sus ojos miraban el suelo sin verlo.
Siguió arrastrando sus pisadas, caminando mecánicamente. Cada vez que se concentraba los recuerdos volvían, no quería eso, no, no lo quería. Así que siguió su camino como quién sigue un vicio, sin hacer caso del mundo a su alrededor. En su brazo derecho cargaba un paquete. Un simple trapo sacado de quién sabe dónde, que envolvía varios frascos de medicamentos medio vacíos.
Crac!
El ruido venía de algún punto lejano a su espalda. Los ojos del hombre se abrieron como platos, reflejando un terror paralizante. Un sudor frío cubrió su frente. Sus pasos se aceleraron automáticamente.
Clap, clap, clap!
Escuchaba a sus espaldas, pero sabía que si volteaba no vería nada. Aún así, apretó nuevamente el paso con desesperación. A medió pasillo lo esperaba una puerta blanca, con la leyenda "prohibido el paso" impresa a la altura de su cabeza. A un lado de esta, una cerradura electrónica parpadeante la mantenía cerrada. Temblando y maldiciendo sus precauciones, llevó la mano a su cuello. Una desgastada tarjeta, colgaba de un cordel tan maltrecho como ésta.Con torpeza sacó el gafete por sobre su cabeza, pero el cordón se atoro con sus orejas. Lo liberó con un fuerte tirón, provocando se una herida que ignoro por completo.
Pasó el plástico rápidamente por la línea luminosa de la cerradura. La parpadeante luz blanca se tornó roja, y emitió un pitido grave que resonó en todo el pasillo.
—Mierda. —Maldijo el hombre y repitió el gesto. Nuevamente la luz roja. Sin dejar de maldecir, soltó el improvisado fardo que chocó con el suelo, increíblemente, sin desfondarse. Sujetó con una mano la tarjeta y la recorrió con la otra, alisando los bordes, las manos le temblaban descontrolada mente.
—Clap, clap, clap. —Los pasos cada vez se escuchaban más rápidos y cercanos.
El hombre hizo acopio de toda su voluntad y recargó ambas manos contra la cerradura. Con una calma que no habría ni soñado hacía unos instantes, deslizó, con los dedos de ambas manos, la tarjeta por la cerradura electrónica. La luz verde se hizo esperar un tiempo, que se le antojó interminable. Por fin el verde apareció y, con un chasquido la puerta blanca se abrió. El hombre empujó la puerta para entrar, mientras con su pie derecho pateaba el fardo hacia el interior de su refugio.
Una vez dentro y sin voltear a ver el exterior, cerró la puerta recargando todo su peso. Un suspiro de alivio escapó por entre sus labios. Durante varios minutos el hombre se mantuvo estático y respirando rápida y superficialmente. Cerró sus ojos y aguzó el oído. Los ruidos se habían detenido, como si la habitación estuviera insonorizada. Por fin, al cabo de un largo rato, el hombre abrió los ojos y levantó la mirada.
Un nuevo pasillo se extendía ante él, varías puertas similares a la que acababa de atravesar, se encontraban repartidas por los laterales. Con un movimiento cansado y monótono, se agachó y recogió el paquete que había dejado caer hacía poco. Sus pies se movieron mecánicamente, llevándolo hasta la última puerta de la derecha. La única cuya cerradura aún funcionaba.
Usando la misma tarjeta de antes, el hombre se abrió paso hasta el interior de la habitación. A su izquierda había una pequeña mesa llena de frascos y cajas de medicamentos vacíos. Además de varios papeles.
«Prueba #5» Rezaba el documento en la cima.
«El sujeto se comporta de manera normal, aunque en ocasiones parece distraerse fácilmente. No es nada preocupante. Aún así, será enviado a revisión...»
El hombre puso sobre la mesita su fardo, derribando algunos frascos en el proceso. Dio un rodeo a la camilla que ocupaba el centro de la habitación, hasta llegar a otra mesa. Sobre esta había varios monitores conectados entre si. En en algunos se podía ver las afueras de su refugio. El resto lo ocupaban registros de signos vitales.
Desanimado y maltrecho, se sentó en el borde de la camilla, teniendo mucho cuidado en no molestar al joven que parecía dormir sobre ésta. Vio su plateado cabello, marca innegable del virus en su organismo. Aún así, aunque estuviera infectado, era una esperanza. Era el único que había sobrevivido al incidente, hacía ya... tanto tiempo. Sí lo lograba, si resistía el virus, jugaría un papel muy importante en la supervivencia o extinción de la raza humana. Debía sobrevivir... No, sobrevivirá a cualquier precio...