Extincion

Esto no es vida... ¿o si?

Miguel.

Era un hombre de 45 años. La guerra se había llevado casi todo lo bueno que pudiera tener aunque su cuerpo aún conservaba la musculatura de antaño. El ejercicio le servía pero no mucho. Su cabello, corto al estilo militar ( algunas costumbres no se olvidan), ya pintaba canas a pesar de su edad.

Miguel estaba sentado en un sofá de color crema. Frente a él, en una mesita de centro, descansaba una pistola semiautomática. En la cacha negra se veían tres letras. Era solamente la más manejable del arsenal que tenía en las estanterías a su alrededor, guardado en cajas de alguno de esos materiales sintéticos muy resistentes. Miraba la pistola como muchas otras veces antes. En las estanterías a su alrededor también había latas de comida, agua embotellada, comida deshidratada, linternas, cuerdas, herramientas varias y un amplio etcétera. Antes de que todo ocurriera, los que lo conocían decían que estaba loco. Que la guerra le había tocado la cabeza, quizá tenían razón. 

Por una pequeña ventanilla casi pegada al techo del lugar, entraba una luz mortecina que alumbraba tenue mente. Tampoco necesitaba mucho más. Había hecho esto tantas veces que casi podía hacerlo con los ojos cerrados. Se levantó del pálido sofá. Miguel a veces pensaba en que ese color se debía al miedo. Sin duda el estaría así sí no fuera por lo que había vivido en el ejército. Caminó con pasos vacilantes hacia uno de los estantes. No era por la falta de luz, o por cansancio... Puede que por cansancio si, un poco. 

Al llegar abrió una de las cajas. Estaba desgastada por el uso y cedió fácilmente. De ella saco un estuche de 25 × 15 × 6 cm. Recordaba la medida exacta por las tardes de ocio. Era de alguna madera roja con forro de piel. Se lo llevo con él hasta el temeroso sofá. Se sentó en el borde y puso el estuche a un lado de la pistola. Lo abrió con pasmosa tranquilidad, como si estuviera alargando el momento. Dentro había herramientas muy específicas. Enseguida levantó la pistola y presionó un botón a un lado de la cacha. El cargador salió con ese clásico sonido de deslizamiento. Lo revisó, tenía 9 balas de 9 mm. 

Siguió desarmando la "baby eagle". Sus movimientos eran tranquilos, precisos. Seguramente podía hacer todo el proceso en apenas unos segundos, pero no, no era momento de rapidez. Ese mundo donde la celeridad era la regla ya no existía. Había muerto junto con todos esos conocidos que lo tomaban por loco. Quizá lo era. Al terminar de desmontar el arma dejó las piezas sobre la mesa de centro. Se quedó mirando las durante un tiempo, no supo cuánto, pero sospechaba que fue bastante. 

La uniformidad de ese objeto era cautivante. Cada pieza encajaba con la siguiente de una forma satisfactoria, como... bueno, como una arma bien calibrada. Se detuvo en ese pensamiento por otro momento. ¿Qué otra cosa podía encajar tan bien como un arma de fuego? Quizá uno de eso muebles de IKEA. No, puede que fuera cierto pero, ¿cómo podía comparar un mueble con un arma? ¿Qué clase de loco haría eso? Volvió a pensar... Quizá un saxofón. Si, uno de esos instrumentos musicales era una buena comparación. Aunque, ¿qué clase de loco compararía un instrumento musical con un arma? Pues un loco veterano del ejército por ejemplo. Sacudió la cabeza, estaba perdiendo el tiempo. No es que fuera muy grave. Tenía todo el tiempo del mundo, pero solo estaba retrasándolo sin motivo alguno. 

Se puso manos a la obra nuevamente. Tomó el marco, la pieza más grande y, con uno de los cepillos del estuche, le dio mantenimiento a pesar de que no lo necesitaba. Se tomó su tiempo. Aplicó el aceite minuciosamente. Trató cada parte con esmero. Al terminar admiró su obra por un momento. Seguía alargando la espera. Había limpiado la jericó el día anterior, de la misma manera que hoy. No la usó ni una vez durante ese lapso de tiempo, así que no podía haber nada que limpiar. Suspiró, levantó el marcó e introdujo el muelle y el cañón. 

Así siguió con su trabajo. Al embonar cada pieza sonaba un clic, ligero pero claro. Era un sonido tranquilizador, al menos a él le parecía así. Quizá eran recuerdos de quince años atrás cuando cada clic era un paso más cerca de la seguridad de un arma cargada en la mano. Por muy pequeña que fuera ésta. 

Por fin, después de un buen rato terminó de armar la automática. Tomó el cargador y comprobó que aún tenía las 9 balas. Fue un impulso ilógico, claro que estaba lleno. Lo introdujo en la ranura disfrutando del sonido al deslizarse y luego del clic que lo mantenía en su lugar. El último clic, el que le decía que ahora estaba más seguro que hacía un momento. No mucho más seguro, pero más seguro. 

Ahora solo tenía que quitar el bloqueo del gatillo y amartillar. Aunque eso no se hacía a menos que estuvieras dispuesto a disparar, que el enemigo anduviera cerca. Ahí abajo, en ese sótano no había enemigos cerca. No a menos que tuviera en cuenta esa frase tan conocida. "Tu peor enemigo eres tú mismo". Quizá lo era. 

Empuñó el arma con las dos manos y la probó. Apuntó al frente. Tenía un buen peso, poco mas de Kilo y medio con todo y balas. Quitó el seguro con su dedo pulgar y amartilló. Fue un sonido reconfortante...

El chico.

Despertó con el sol dándole directo a los ojos. Los rayos entraban tímidos por una rendija que había dejado en la ventana frente a él. 

—Mierda. —Susurró. ¿Cómo se le había pasado algo así? 

Se levantó a regañadientes del sofá raído en el que pasó la noche. Tuvo que saltar una mochila y su contenido esparcido por el suelo. Con cuidado sorteó los obstáculos. Llegó a la ventana y se asomó cautelosamente. Miró a un lado y al otro buscando algo. La calle, formada por casas de apariencias similares, estaba vacía salvo por algunos autos abandonados. Cuando estuvo convencido de lo solitaria que estaba, apartó la mirada y cerro la rendija moviendo la tabla de madera que había usado la noche anterior. 



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En el texto hay: zombies, tecnologia, survival

Editado: 01.08.2022

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