Todo lo que Malena recuerda es que estaba de viaje. La vida en su ciudad natal no era lo que esperaba, así que fue a buscar suerte a la capital. Estaba quedándose en la casa de una pareja de ancianos que rentaban sus cuartos a buen precio. Solo quería ver si encontraba algún trabajo que mejorara su condición. Sobre su ciudad o cualquier cosa referente a la época en que vivía ahí, nada estaba claro.
Salió de la casa de huéspedes por la mañana, pensaba en conocer el lugar, después buscaría ofertas de trabajo. Por la calle pasaba un carrito de paletas tocando una melodía bien conocida. Tin tin tirintin tirintin. El calor era sofocante y se hubiera detenido a comprar una, pero no tenía dinero. Así que siguió caminando, ligeramente cuesta arriba.
Aquel día las noticias hablaban de explosiones en varias plantas nucleares alrededor del mundo. Se especulaba si estaban relacionadas o no. Ésa discusión había llenado la web toda la semana pues las investigaciones aún no aclaraban nada.
Entonces, sin previo aviso, la noticia interrumpió todo. Malena usaba unos lentes de realidad aumentada. Iba viendo en segundo plano un mapa de la ciudad para no perderse. De repente éste fue reemplazado por un conductor de noticias.
—Nos están llegando reportes de ataques. —Una pequeña descripción bajo la imagen decía: Noticia de última hora, alerta roja. La imagen cambio rápidamente a un hombre con traje formal corriendo a través de una callé empedrada, persiguiendo a las personas presentes. Otro hombre más grande que el primero intentó detenerlo. Lo tacleó como un jugador de rugby pero apenas logró moverlo. El primer hombre levantó al segundo como si fuera un peluche y lo lanzó contra una pared cercana. Ambos estaban bañados en sangre. El presentador de noticias hablaba tan rápido como le era posible, explicando a los espectadores que salieran de las calles pero Malena ni lo escuchó. Entonces la transmisión se cortó y no supo más.
Se quedó ahí parada, a media banqueta, sin saber que hacer. Miró con los ojos su alrededor. Todo el mundo estaba tan quieto como ella, como si la noticia los hubiera dejado en shock.
Su cabeza le decía que diera la vuelta y volviera a casa. Pensaba en un bosque interminable, un cielo con luna llena y una pradera de pasto amarillento. Entonces alguien tosió a lo lejos. Fue un sonido seco que le provocó ardor en la garganta solo de escucharlo. Luego se escuchó otro más y alguien cayó de rodillas del otro lado de la calle.
Los gritos comenzaron mucho después y siguieron sonando por todos lados durante una eternidad, pero al principio nadie gritó. Nadie se movió de su lugar incluso cuando uno de esos... Se tiró al suelo convulsionando violentamente. La sangre salpicó por todos lados como si le hubieran hecho un montón de agujeros en la piel. Sus extremidades se golpeaban contra el pavimento con fuerza, eso era todo lo que se escuchaba en medio de la calle tragada por el silencio. Luego cayó otra persona y otra más, y antes de que nadie dijera nada la ciudad estaba inundada con el tamborileo de cabezas y extremidades contra el cemento. Pra, pra, pra! Como lluvia. Ciertamente empapó a los sobrevivientes como lluvia, solo que era roja y sabía en la boca a metal.
Malena tenía ganas de gritar y salir corriendo pero no podía, así que cerró los ojos. La sangre le corría por la cara, estaba caliente y pegajosa. Por más que intentaba pensar que se encontraba bajo la lluvia durante un día de verano en su pueblo, no lo lograba. Sabía que era lo que golpeaba el suelo como si fuera a durar por siempre y se preguntaba si a ella le pasaría igual.
Era lo peor, esperar sin poder hacer nada, por el momento en que caería al suelo salpicando sangre. Eso no ocurrió. Tras un tiempo interminable el ruido se detuvo. Malena no pudo abrir los ojos a la primera y tampoco quiso seguir intentando.
Entonces se escuchó el primer grito. Era agudo y se sentía en los huesos como cuchillas. El pánico se desató y al primero le siguieron más, en un momento el mundo se convirtió en puro terror. Malena seguía parada en el mismo lugar. Alguien le golpeó un hombro y la tiró de rodillas al suelo.
El barullo alrededor era estruendoso e ininteligible. Le tronaba en los oídos y llenaba su mente. Hubiera muerto ahí, aplastada por la turba o destrozada por los infectados pero alguien la salvó. Una mano rechoncha la agarró de un brazo y la obligó a levantarse.
Más tarde se enteró de que la había salvado la encargada de una casa hogar. La mujer había salido a comprar paletas heladas para sus niños. No había podido conseguir nada. Bueno, nada no, se llevó con ella a la mujer desorientada que encontró a medio camino de vuelta y a una pequeña perdida entre la muchedumbre. Al llegar ordenó cerrar las puertas a cal y canto ante la mirada horrorizada de veinte niños entre seis y diecisiete años.
Cuando Malena se recuperó los gritos aún llenaban la ciudad. La luna brillaba en el cielo y todos los presentes veían las puertas atrancadas, pensando en que se abrirían en cualquier momento. Rezaban, comían, se aseaban y dormían rodeados por el lamento de los desdichados. Algunos autos pintaban como si alguien quisiera robarlos en medio de la confusión.
Malena apenas comía. Se pasaba las horas mirando al frente con el sonido del primer grito que escuchó retumbando en su cerebro. Lo recordaba de manera tan nítida que incluso superaba a los reales fuera de la casa hogar.
Intentaba olvidarlo, pero entre más se empeñaba en ello peor se volvía. La mujer que la había salvado le llevaba de comer a la habitación que le asignaron. Malena comía mecánicamente, sin apenas darse cuenta de lo que hacía. Entonces los gritos cesaron. No fue nada progresivo, de haber ocurrió así tal vez ni se hubieran dado cuenta. No, en lugar de eso el ruido se detuvo abruptamente, como si la desesperación, llenando sus cabezas hasta la locura, solo les hubiera permitido alcanzar la calma mediante la muerte.