Extincion

El nido.

El nido estaba situado en el piso más alto de un edificio de última generación. Pat lo había visto crecer como un amasijo de metal y concreto durante más de dos años. Los temblores eran un temor constante, así que fue pensado para soportar los más devastadores.

La mole no era muy alta pero abarcaba dos manzanas enteras y desde el techo se podía ver una gran parte de la ciudad. Ella y su hermano Hat se encargaban de vigilar durante unas horas de la noche. El resto de turnos se los repartían entre las dos docenas de adultos que vivían en el lugar. De vez en cuando los visitantes subían hasta ahí, pero eran más turistas que otra cosa. Veían el cielo o el horizonte como si estuvieran en una atracción, en lugar de observar el suelo donde se encontraba el verdadero peligro.

Pat suponía que estaban buscando ayuda en forma de helicópteros o aviones. No los culpaba pero era un ejercicio inútil. Ella jamás miraba hacia arriba, allá nadie iba a ayudarlos. La única ayuda que necesitaba y con la que contaba realmente era su katana. Ni siquiera en su hermano confiaba tanto como en esa hoja plateada, afilada como un bisturí y resistente como... ¿Acero?

Estaba pensando demasiado. Giró la cabeza apartando la de las calles y miró a Hat. El cabello azul le caía hasta cubrirle los hombros. Usaba una chaqueta de mezclilla sin mangas y unos pantalones del mismo material. En su brazo derecho tenía tatuada una garra de águila y en su cintura otra katana igual a la de ella.

«No. —Pensó—. Ni siquiera en mi hermano confío tanto.»

Era tan fuerte y ágil como ella pero era un ente separado. Si estaba sola y se metía en problemas la única ayuda que tendría disponible sería su katana. Hat debió notar algo porque giró para verla y le dirigió una sonrisa.

—¿Otra vez pensando? —Preguntó risueño. Pat asintió y volvió a vigilar los alrededores.

—Tienes que relajarte. —Su hermano siguió hablando. Se lo imaginaba con esa sonrisa de bobo, una mano recargada de la empuñadura y el cuerpo echado hacía atrás de manera despreocupada.

—Nada en este mundo puede hacernos daño. Además, los visitantes siempre traen cosas interesantes. Honestamente no pudimos nacer en una mejor época.

Pat ya había intentado hacer razonar a Hat pero él simplemente no captaba la idea. Tal vez no quería hacerlo. Así que, en lugar de volver a enumerar las razones que tenían para mantenerse alertas, simplemente se quedó callada.

Hat permaneció en silencio durante un momento pero al final, harto de esperar, estiró los brazos hacia el frente y hacía arriba y soltó un gruñido de cansancio. Luego dio medía vuelta y empezó a andar hacia el interior del nido. Ella no intentó detenerlo...

—Voy a la despensa. ¿Quieres algo? —Preguntó Hat sin dejar de andar. Su hermana negó con la cabeza. Él no pudo verlo, su cabello rosado agitándose a la par de la negativa, sus aretes en forma de plumas enredados entre los mechones; pero escuchó su tintineo, el susurro de la cola de caballo que sostenía mediante donas elásticas. Se imaginó claramente la chaqueta de piel que nunca se quitaba, siguiendo el movimiento de su cuerpo. También, como si pudiera verlo, la manera posesiva de sujetar su katana, como para no perder la.

Sonrió, su hermana era una paranoica. Entre los dos habían eliminado a tantos defectos que ni siquiera podía llevar la cuenta. Ninguno fue un verdadero desafío, aún así ella no paraba de mirar las calles abandonadas, esperando algo que seguramente nunca llegaría.

Hat bajó las escaleras de metal sin pulir. Con cada paso, las suelas de sus tenis hacían viajar el sonido a través del nido. La obscuridad era bastante cerrada, pero Hat podía ver perfectamente. Sus ojos amarillos de búho eran perfectos para las noches.

Bajó dos pisos y llegó de frente a una puerta de metal. Las bisagras estaban rojas de óxido y la cerradura no servía pero, sorprendentemente, se mantenía en pie. Con un dedo hizo saltar el gancho que la mantenía cerrada y dejó que la gravedad le abriera el paso. Se metió cuidando de que la katana no chocara contra las paredes.

Dentro había varios anaqueles llenos de comida enlatada. Agua y otros objetos de primera necesidad. Se puso a buscar entre los paquetes sin mucho ánimo, recordando sin poder evitarlo.

Cuando todo sucedió él y su hermana llevaban dos años viviendo en ese lugar. No en el edificio, sino en la ciudad, más concretamente en las afueras. Un bosquesillo de árboles pequeños pero frondosos.

Estaban comiendo carne de ardilla cuando escucharon los gritos. Pat corrió hacia la ciudad sin pensarlo y él la siguió, no tenía de otra. Los peatones se mataban entre ellos con las manos, no sabían que hacer.

Le rogó a su hermana que se fueran, nada de lo que estaba ocurriendo les concernía, pero ella no lo escuchó. En cambio se metió en la refriega y repartió tajos a las personas más agresivas. “Alto, paren” les gritaba, pero no servía de nada...

Entonces encontró lo que buscaba y volvió del pasado. En el fondo de uno de los paquetes había bolsas con carne seca. Abrió una y se llevó un trozo a la boca. Estaba fibrosa y nerviosa pero él masticó y masticó hasta que pudo tragar.

En realidad no tenía hambre, es más, había descubierto que por mucho que comía su cuerpo no cambiaba. Solamente buscaba algo con lo que entretenerse. Estaba por salir hacia las escaleras cuando alguien encendió la luz.

—Don Hat.

No reconoció la voz aunque si la forma de llamarlo. Cerró los ojos con fastidio pero al dar la vuelta miró a su interlocutor sin dejar notar su malestar. Se le quedó mirando esperando a que el tipo dijera algo. Era un hombre de cuarenta y algo de años. Al presentarse les había dicho su edad exacta pero no la recordaba. Tampoco su nombre, era muy malo recordando ese tipo de cosas así que intentaba evitarlo siempre que podía. Era uno de los primeros que salvaron, fue pura suerte. Si no hubiera estado tirado en el suelo temblando y abrazado a una mujer, se hubiera llevado un buen tajo.



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En el texto hay: zombies, tecnologia, survival

Editado: 01.08.2022

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