Extincion

Una esperanza... y un error.

Cuando Pedro despertó el sol seguía cayendo, casi oculto por completo entre los edificios. Se frotó la cara para espantar el sueño.

—¿Por qué no me despertaste? —Dijo mientras lo hacía.

Luego bostezó y pensando que ya deberían estar cenando miró a Pablo. En su lugar solo estaba la pequeña mochila negra. Sorprendido y preocupado miró alrededor. El estacionamiento estaba solitario, tanto que escuchó los crujidos de metal cediendo ante el frío. Una luz automática se encendió cerca de la salida. La negrura de pronto ce cerró a su alrededor.

Pedro estaba esforzándose al máximo por no entrar en pánico. Se obligó a pensar racionalmente. Pablo no era un chico idiota, había sobrevivido solo por mucho tiempo, seguramente había ido a buscar algo que realmente necesitaba. Estaría en el centro comercial, no había otra opción. Al menos ninguna que quisiera considerar.

Comprobó que llevaba su cuchillo y tomó el hacha que tenía recargada del asiento. Bajó de la camioneta. Notó la m16 en el área de carga, junto a unos botes de mermelada. Agitó la cabeza en negación, cualquier situación que requiriese de tal poder de fuego sería algo totalmente fuera de su control. Sobre todo en una ciudad como ésa.

Echó a caminar con dirección al centro comercial. Sus pisadas resonaban contra la ciudad vacía. El cuchillo en su cintura y el hacha en su mano le pesaban, entorpecían sus movimientos. Su mente, a toda prisa, mostraba escenarios sangrientos. Recordaba sin querer como había empezado todo. Los ríos de sangre, los gritos, las súplicas. “Mátame, mátame…”

Recordaba haberse escondido en el sótano y escuchar durante días los ruidos de muerte, y recordaba la soledad después de todo. La calma chicha en su mar de desesperación. El silencio abrumador que lo envolvía día y noche, como un sudario.

También recordaba su muerte. El momento en el que apretó ese gatillo. Ese día había hecho una masacre y se sentía bien. Quizá recordaba sus días de soldado, o quizá solo estaba loco, pero el ruido de las balas estallando y los cuerpos cayendo, era algo que conocía bien. Desde entonces se había ido el silencio. Pablo lo había devuelto a la vida, no iba a dejar que se lo arrebataran, mejor sería la muerte.

Apretó el paso, y en su puño el agarre del hacha. En poco tiempo llegó a la entrada. Las puertas de cristal estaban rotas y la cortina de metal ligeramente caída. Entre ambas el paso era apenas suficiente para una persona. Pedro se agachó y pasó con dificultad.

Dentro la obscuridad era aún más cerrada. Solo entonces pensó en iluminar su camino. Tenía una linterna en la camioneta y consideró volver por ella pero se lo impidió un ruido, como de algo pesado cayendo.

Venía desde uno de los locales. Las puertas de la mayoría estaban rotas, como la que acababa de atravesar. El ruido se volvió a repetir, ésta vez acompañado de otro más tenue, como si algo hubiera detenido lo que caía antes de que llegara al suelo.

Intrigado, se puso a andar sigilosamente en esa dirección. Miró dentro de una de las tiendas a su izquierda. Estaba muy obscuro y solo notó siluetas pero seguía escuchando el ruido muy tenue. Volvió a avanzar, se detuvo en otra tienda con un tragaluz que dejaba entrar los rayos de la luna. Era apenas un poco de iluminación pero pudo ver que estaba vacía.

Más adelante, la siguiente entrada tenía un cartel que no alcanzó a distinguir lo que decía. Estando tan cerca detectó el origen del ruido, algo movía un estante u otra cosa con patas de goma. Se pegó a la pared y se agachó. No tenía muchas ganas de encontrarse con esas cosas pero no podía dejar a Pablo solo.

Respiró profundamente, aferró el hacha y siguió adelante. Llegó al marco de la puerta. El cristal estaba sorprendentemente intacto, salvo por algo de polvo que opacaba su superficie. Espió a través para ver lo que había dentro.

Era una figura humanoide, apenas una silueta recortada contra el cristal de la pared que daba a la calle. No sabía lo que era pero estaba claro que no era Pablo. En su cabeza se notaba el pelo largo y esponjoso, como alborotado por la estática y el polvo. La criatura giró y Pedro pudo notar la curvatura de las tetas y la cadera.

Estaba empujando un anaquel vacío. Cuando lo apuntó hacia donde él estaba, de pronto se quedó quieta. No alcanzaba a ver su cara pero se notaba en su rigidez lo asustada que estaba. Entonces ella dio un paso atrás. Él creyó que había visto algo a sus espaldas y giró rápidamente, preparado para defenderse.

Observó el pasillo, lo recorrió de izquierda a derecha pero no encontró nada. Estaba bastante obscuro con excepción de la pared al fondo, donde se reflejaba la luz que venía de la tienda. Era apenas visible, pero notó algunas sombras, junto con ellas la suya propia. Entonces se dio cuenta de a que le temía aquella mujer.

Se levantó lentamente, con las manos a la vista. Tiró el hacha a un lado y se giró. La mujer estaba un par de pasos más cerca que antes, pero seguía rígida. Él dio un paso al frente y ella retrocedió lo que había avanzado. El hombre se detuvo, iba a decir algo pero no encontró qué.

Volvió a retroceder. Recogió su arma y salió despacio del lugar. Dio la vuelta e intentó seguir su camino.

—Espera.

La voz que escuchó era aguda, cantarina, suave; pero se notaba un poco de desesperación oculta detrás. Él se detuvo. Escuchó un par de pasos ligeros y luego nada. Iba a volver a andar cuando ella volvió a hablar.

—Soy Leticia. —Dijo susurrando. Como si temiera que algo podía escucharla.

El silencio volvió a dominar el lugar. El quería preguntar si quería seguirlo, ella quería pedir lo mismo pero ninguno se atrevía. Los segundos siguieron contando hasta que algo interrumpió. A lo lejos, adentrándose en el centro comercial, se escuchó un ruido que lo hizo recordar por qué estaba en ese lugar.

—Mi hijo está perdido, por ahí. —Señaló hacia el ruido—. Tengo que  encontrarlo.



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En el texto hay: zombies, tecnologia, survival

Editado: 01.08.2022

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