Extras saga “mi juez”

1. El abogado defensor (parte 1)

Magnus

Repasar la lista del supermercado no es algo que suelo hacer antes de entrar a un juicio, mucho menos cuando es el último que haré antes de ascender a la Corte Suprema; pero ahora lo hago por culpa de Virginia y nuestros hijos. Tengo una lista guardada en el bolsillo de mi camisa, aunque de todos modos repaso todo en mi cabeza una y otra vez. No puedo fallarles en la fiesta sorpresa que no es sorpresa porque me han mandado a comprar las cosas.

Mi familia tiene el control total sobre mí. Cada día que pasa, me queda más claro.

Reviso mi celular después de ponerme la túnica y noto que no tengo mensajes de Virginia. Aquello me parece tan extraño que la llamo enseguida.

—No has enviado ningún mensaje —le reclamo a modo de saludo.

Nunca se lo diré, pero agonizo cada vez que pasa más tiempo del normal sin que ella me busque. Estoy tan acostumbrado a nuestra constante comunicación que, si me la cortan, me desespero.

—Lo siento, mi amor, estaba ayudando a Carlo a elegir el color del caballo que va a dibujar —me dice en voz baja, lo que me tranquiliza—. No te puedo mandar muchos mensajes; los niños están sobre mí.

—De acuerdo —respondo—. De todos modos, volveré pronto.

—Adiós, te amo.

—Te amo, Virginia —respondo, pero ella ya me colgó—. Maldita sea.

¿Por qué Eyre o Brenda no quieren hablar conmigo? Mis hijas siempre quieren hacerlo cuando le llamo a su madre.

Intento volver a llamar, desesperado por saber qué pasa, pero entonces veo la hora. Tengo que entrar al juicio.

«Donde sea que te atrape haciendo algo indebido, voy a encerrarte al menos una semana», pienso furioso mientras entro en la sala a sentarme en el estrado.

No creo que este juicio dure demasiado. Es una denuncia de acoso sexual contra el dueño de una empresa de poca monta y todo apunta a que es culpable. Lo extraño del asunto es que tengo menos datos de lo usual sobre este caso en concreto, pero como es el último no le he dado demasiada importancia.

El jurado entra después de mí y todos se acomodan en sus asientos; luego de eso, entran el fiscal, la defensa y el acusado, personas a las que no presto atención porque estoy revisando algunos de mis apuntes.

De pronto, llega a mí un aroma muy particular; no es el de la gente que entra, sino uno muy específico. «Necesito volver a casa», pienso, frustrado. No puede ser que el aroma de Virginia llegue a mis narices sin que ella esté presente.

Alzo la vista, disponiéndome a declarar abierta la sesión del tribunal y pedir orden; pero entonces me percato de quién está junto al acusado, justo donde debería estar el abogado defensor.

Es la más hermosa de las mujeres; sin embargo, su presencia desemboca en mí la más terrible ira y angustia.

Es mi esposa.

—¡¿Qué estás haciendo aquí, Virginia?!




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