Falsa dulzura

[03] Max: Parte II

Dicho eso, salí de aquella casa dando un portazo para agregarle un dramatismo más propio de mi hermana. Todo mi cuerpo temblaba de ira retenida, acompañado de unas copas de irritación, terminando por hacerse ceniza dejando al descubierto el miedo; el temor de imaginar que algo malo le hubiera sucedido a Fígaro quemaba mis entrañas, me revolvía el estómago y me apretaba la garganta como si un par de manos grandes me sujetaran, raspando el límite entre la vida y la muerte. Mi propia respiración me estaba ahogando.

«Uno. Dos. Tres» Inspiré profundo, apretando mí estómago y elevando mi pecho.

«Cuatro. Cinco. Seis» Exhalé por entre mis labios, intentando mantenerlo pausado.

«Siete. Ocho. Nueve» Inspiré otra vez, sintiendo como la tensión en mis músculos disminuí.

Y fue entonces cuando me percaté en la humedad de mi ropa, como sutiles gotas caían de mis pestañas y el cabello se me pegaba parte del rostro y cuello. Fue cuando advertí de la débil llovizna que caía como manto sobre el pueblo, el residuo que quedó de una gran lluvia logrando que el agua se estacionara en las cunetas. No quería pensar sobre cuánto tiempo había estado en mi mundo interno.

Que oportuno.

Luego de caminar sin rumbo alguno me encontré en una plaza lo bastante solitaria y amplia para que Fígaro se refugiara de la lluvia. Luego de revisar meticulosamente cada orificio donde pudiera esconderse y el agua no llegara, no logré dar con ella. Comencé a llamarla por su nombre, silbando y aplaudiendo por si llegaba a estar cerca; y entonces divise a un felino desde lo lejos, no dude en precipitarme hacia él con la pequeña esperanza burbujeando en mi estómago.

Acto seguido, el cielo gruñó antes de llorar con histeria sobre nosotros.

Entonces mi cuerpo se impulsó hacia atrás.

Expulsé todo el aire retenido en mis pulmones, arqueándome en busca de oxígeno.

Y la vi… a la chica que sería parte de mi destrucción, aunque no lo supiera en ese momento.

—Ay, mi cabeza —murmuró la desconocida, permaneciendo encima de mi pecho. Quise hablar, pero no podía formular una palabra mientras intentaba recuperar el aliento—. ¿Qué es esto tan suave…? Oh mon Dieu! ¡Juro que mi intención jamás fue caer encima de ti! ¡No te vi! Tenía el paragua enfrente así que no veía por donde corría, ¡por lo que no sabía que estabas aquí! ¡Lo siento! ¡Lo siento de verdad! ¡Lo siento…! ¿Quién eres?

La sostuve por los hombros, intentando alejarla sin empeorar mi situación.

—Me estas… mi…

Es ahí cuando sus ojos cayeron sobre sus rodillas, una en particular, haciendo que sus cejas se disparan al cielo coordinado con sus ojos. Era lo único que podía percibir con aquel tapa boca cubriendo gran parte de su rosto. Hizo un movimiento que liberó su rodilla de estar apoyada justo en mi entrepierna, sin prevenir su nueva caída sobe mi cuerpo, propinando un codazo en mi estómago.

Maldita… sea.

—¡Lo siento! Ya sabes, lodo resbaladito. —Soltó una pequeña risa, un poco nerviosa y un tanto divertida, la cual sonó algo distorsionada por la tela que tenía puesto. Colocó sus manos en mis hombros cuando me incorporé con un poco de dificultad, ya que mis propias manos resbalaban en el lodo o se hundían—. Bien, esto es un poco raro.

—Dice la chica que lleva una tapa boca y… ¿gorra de unicornio? —Ya lo había visto todo.

Intenté alejar un poco mi rostro por si llegara a tener alguna enfermedad contagiosa. No me apetecía degustar la comida rancia de un hospital.

—Puede ser una historia algo larga —respondió a una pregunta no formulada, y no deseada. Si no me importaba las personas que conocía, menos me importaría una desconocida—. ¡No es contagioso! Solo, digamos, que me estoy protegiendo de una alergia un poco, bastante, importante. Ni siquiera sé porque sigo buscando a ese bicho endemoniado a pocas horas para la noche, en un día lluvioso donde termino cayendo sobre un chico inocente. De verdad que no puedo entender mi propia cabeza, sé que estoy haciendo una estupidez ¿pero adivina qué? ¡Sigo adelante a sabiendas! Es como si tuviera un radar para los problemas, o como si hubiera un botón en rojo y a pesar que sé que el rojo no trae nada bueno voy y lo presiono. Dile masoquismo o sabiduría, pero misteriosamente siempre termino en situaciones como esta, donde finalizo con un vomito verbal en frente en un desconocido… Merde, lo hice de nuevo.

Pestañé.

—Me quedé en alergia —confesé, sin remordimiento alguno. No era como si una desconocida mereciera mi absoluta atención, aunque había algo en ella que llamaba mi atención. No era como de un flechazo instantáneo, sino que sentía haberla visto antes en alguna parte, como si la conociera pero sin descubrir de dónde.

Había algo en su mirada, en ese par de esferas verdes que me resultaban conocidas.

—¿Eres nuevo por aquí? —indagó, acto seguido se estiró para agarrar un paragua del cual no me había percatado y lo colocó encima de ambos, resguardándonos de la lluvia, aunque luego de la mugre que teníamos encima ya ni me preocupaba mojarme.




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