Falsa dulzura

[04] Celine

La doña de a alado, mi vecina por parte derecha, no era la persona más agradable del mundo —conmigo—, por lo que enterarme que mi objetivos de observación serían ni más ni menos que sus nietos provocaba que un escalofrío recorriera mi columna vertebral. Podría decir que mi semana, luego de haber compartido opiniones con mi padre, me mantuve entretenida entre mi alergia y mis patéticos intentos de acercarme a una de sus nietas. Mary-Lou Mitchell, una niña que me hubiera hecho creer que estaba en mi mismo grado si no fuera porque había indagado en su vida, gracias a los expedientes que pedí ‘’prestado’’ de la oficina de mi padre —una osadía que me costó grandes paros cardiacos con cada sonido que provocaba mis propios pasos. A veces tenía menudos subidones de estupidez—. Su metro setenta que se burlaba de mi cincuenta y siete, tacones carmesí como la sangre y puntiagudos como el filo de una cuchilla que cortaba el aire con cada paso. Leggins de cuero que abrazaban cada una de sus curvas haciendo que cualquier mujer sintiera ganas de correr al gimnasio por una dosis de buenas piernas, una blusa blanca sencilla y una chaqueta de cuero encima. Era el reflejo vivo de una modelo estilo victoria secret, sin duda si mi padre no hubiera renunciado a su trabajo de diseñador ahora mismo estaría arrodillado para que aceptara estar en su equipo.

Pero toda esa belleza era un cero a la izquierda luego de tener una corta conversación con ella, la arrogancia y altanería brillaba como fuegos artificiales en navidad apenas abría la boca. La amabilidad y humildad eran virtudes que pisoteaban unas buenas caderas, algo que nadie le había dicho a esa niña.

Por el momento, luego de que al intentar hablar con ella me digiera:

—¿Eres popular? —Negué—. ¿Influencer? ¿Animadora? ¿La nerd que necesito para los deberes que no hago nunca? ¿No? Entonces no me interesas, equis.

Barbie: uno, yo: cero.

En toda la semana hice pequeños intentos de hablar con ella, hasta intenté aprender su idioma, pero todo terminaba en un: equis, piérdete, págate una vida era la nueva. Para mi suerte yo no era así a su edad o me hubiera dado una bofeteada con una tabla… llena de púas.

Entonces, tal cual había averiguado con los informes, no solo se iba a transferir una chica de quince años sino que también debían de venir dos chicos, sus hermanos, ambos de diecisietes como yo. Me pareció extraño no verlos cuando llegó una mujer, que podía rodear la edad de mi madre, junto con la niña; hasta podría decirse que entre en un estado de pánico, que mezclado con la picazón insoportable y mi nariz tapada de la semana, por el gato que había sentenciado a mi peluche como su cama personal; no había sido mis mejores días. Pero eso cambió aquella noche lluviosa del sábado.

Luego del repentino desaparecimiento del gato, con quien me había encariñado inconscientemente, había decidido rastrillas todo el vecindario y más lejos. No me imaginé que en mi búsqueda caería de frente sobre un chico que podría quitarme dos cabeza de alto, una imprudencia que debía tener en cuenta la próxima vez que quisiera correr detrás de un gato que posiblemente no era el buscado.

Quien resultó ser el mayor de todos, y lo supe gracias a la foto tamaño dedo meñique que había en los registros. Aunque esa imagen no le hacía justicia al de carne y hueso que podía palpar con mis manos, ese que tenía la mirada de alguien que quería estar en cualquier lugar menos ahí. Pude percibir la frustración en ellos, acompañados de una amargura algo aplastante; podía decirse que su vibra no era mucho mejor que su hermana, pero en la de él no había nada pedante; en el relucía el desprecio, como si fuera un clavo en su zapato.

Extraño si contamos que jamás nos habíamos cruzado en la vida.

Otro hermano que no me caía muy bien. Siempre me dije que tenía un talento heredado por mi padre al momento de identificar como afectaría una persona en mi vida. En verdad solo sentía la vibra que los rodeaba, buena o mala, gente negativa que no quería alado o al contrario, personas que te abrazaban con su felicidad genuina. Y sin duda en él predominaba la primera opción, alguien desagradable, como si una nube grisease lo estuviera rodeando, idéntica a la que se había manifestado en el cielo aquella noche.

Pero tenía que caerle bien, estaba nuestro club de por medio. Solo necesitaba dos miembros para poder cerrarle la boca a mi padre, más importante aún, para poder proteger lo que era nuestro. Mi única esperanza eran los nuevos, los únicos que ya no tenían su propia barrita de amigos. Y ese fue mi único motivo para no caminar tranquilamente hacia mi casa, realizando un giro de ciento ochenta grados para correr detrás de él. Quién lo diría, Celine Leblanc corriendo tras un chico, ni con mi novio lo había hecho; conocí en primera persona a la desesperación.

Pero la cereza del pastel fue cuando llegamos a casa de Gassy, le había advertido de la mirada asesina que recibiría de él, ¡se lo había advertido! Además, tampoco era tan malo como para incentivar a alguien a salir corriendo como si hubiera chocado cara a cara con el muñeco diabólico de las películas. Gassy podía ser intimidante cuando llegaba del trabajo, con el cabello despeinado por completo, su rostro naturalmente blanco interrumpido por amplias manchas negras del aceite de coches, sumándole al mameluco algo agujereado solo le faltaba una motosierra para aterrorizar al pueblo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.