Falsa dulzura

[06] Celine: Parte III

—Me importa una…

—También me aseguraré que todos sepan cómo lloraste en la enfermería, y podría exagerarlo un poco, algo de lo que todos podrían burlarse ya que está la extraña afirmación que los hombres no pueden llorar. También cómo tu novia te cortó por mensaje de texto. —La culpa estaba usando mi corazón como su bolsa de boxeo—. Me he dado cuenta que te gusta pasar desapercibido, puedo asegurar que no te gustaría que te señalen por varios meses.

Algo cambió en su postura, sus hombros decayeron y aquel salvajismo desapareció por breves segundos. No contraatacó, ni siquiera hizo el amago de hablar.

Estaba a momentos de flaquear, de que respirar me fuera todo un milagro. Debía huir.

—Tienes hasta mañana para responder; el tiempo se nos agota, no puedo esperarte un segundo más.

Dicho eso, así como entré me fui.

No quise mirar nada más que los pasos que daban mis pies, uno tras el otro, sin perder el ritmo. Un paso, dos pasos, tres pasos... La sencilla idea de que me encontrara con las miradas desilusionadas de mi amiga y uno de los chicos más agradables que había conocido, podía encogerme el corazoncito. Sentía un malestar en el pecho, como si me estuvieran clavando ajugas que atravesaban todo mi cuerpo, a lo que quisiera pensar que era causa de mis alergias y no por el acto más rastrero que había hecho en mi vida.

Si llegaba a funcionar, ojala que algún día me pudiera perdonar. No él, sino yo misma. Y si al final no llegaba a aceptar, no haría nada de lo que dije, pero por el momento él no tenía que saberlo.

El teléfono vibró en mi bolsillo, y no me faltó ver el contacto antes de saber quién era.

Q acaba de pasar allí?!!! :O

—Fue la última esperanza que tenemos para salvarnos.

Acabas de amenazarlo Celine

—No lo amenacé… ¡Bueno, sí lo hice! ¿Pero qué quieres que hiciera? Era eso o perder nuestra única oportunidad que tenemos, lo siento por elegirlos a ustedes por sobre cualquier acto.

Usaste la lógica del Adrien -.-

«Debes olvidar lo que se supone que está bien para conseguir lo que quieres. De otra manera, siempre fracasas» Solía decirlo mi padre cuando era pequeña, y era algo que siempre evitaba pensar. No me parecía una creencia correcta, pero no podía mentir que esa misma frase fue la que cruzó por mi cabeza antes de todo.

Me detuve en frente de la puerta de casa, dándole la espalda para mirar a mi amiga.

—Lo has visto, no puedo pensar como Antoine: «la vida es como la naturaleza: si plantas semillas de amor cosecharás amor, si usas de odio solo podrás obtener más odio» —recité sus palabras textuales. Recogí mi largo cabello en un moño desarreglado, bajando la capucha de mi pijama—. No importa cuánto amor dé de mi parte, siempre recibo odio por él. ¿Tengo que seguir intentando entrarle por esa manera cuando solo logro golpearme con una muralla, una y otra vez, una y otra vez? Nos queda el día de mañana y el domingo para conseguirlo antes que mi padre nos dé una patada en el trasero, no pensaba seguir arriesgándome.

Suspiré.

Tienes suerte que colgué la llamada con Felipe a él si le importaría:3

Mi niña ha crecido:P pero no lo hagas mucho que prefiero tu lado unicornio:P

Para diablos me tienen a mi:3

—¿En serio? ¿No estas enojada?

Nah solo me sorprendió y no me gustó mucho pero él se lo merecía:P

¿Se lo merecía?

 

( . . . )

Ya era sábado cuando comencé a volver a tener conciencia de la picazón en mis brazos y cuello. Con un bufido me revolví entre las sabanas de mi cama, chocando mi cuerpo con el de Ruby, pero aun con ojos cerrados no llegué a presenciar ninguna queja suya. A mis oídos solo llegó la sutil melodía mañanera de Adrien, quien funcionaba como reloj para mí anunciando que no pasaría de las seis de la mañana.

Entonces escuché algo más…

Abrí los ojos de golpe. ¿Acababa de escuchar un maullido? Recorrí la habitación con la mirada, frenando en la esquina de mi cama.

Miré a Fígaro. Él me miró. Ambos nos miramos, y solté el chillido unos segundos antes de saltar sobre Ruby, quien cayó por el borde de la cama. Me cubrí la nariz en un estornudo que pareció quitarme hasta el alma, para que luego mis manos actuaran por si solas clavando las uñas en la piel de mi cuello. Razón por la que nunca me las dejaba crecer, mis alergias siempre venían acompañadas de una picazón insufrible.

—Ya tienes a tu malhumorado dueño, mi pésame por tener que soportar ese bulto de amargura todo el día, en fin, ¿por qué estás aquí, Fígaro? ¡Ya déjame en paz! —dije ignorando la sequedad de mi garganta, que parecía lijar las paredes con cada palabra que soltaba. La minina inclinó la cabeza—. Ay, no, no me mires así. Sé que a pesar del odio muto que nos sentimos logramos convivir una semana, pero eso era antes de que tu dueño te encontrara, ¿entiendes? —Se lamió la pata pasándola por sobre sus orejas, y estornudé—. Sé que me entiendes, ¡así que vete!




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