Falsa dulzura

[09] Max: Parte I

Jamás creí que podría suceder, pero había pasado, al fin había pasado…

Tenía la casa para mí.

Desde el día que tuve el accidente no había momento que no estuviera solo: mi madre por las mañanas, mi hermano por la tarde, mi abuela por las noches y mi hermana cuando le entraba en gana, en resumen, hasta al dormir tenía a mi hermano a mi lado. Me trataban como si fuera el pobre infeliz inválido, carajo, solo me había desgarrado un tendón. Lo único que deseaba era que me dejaran al menos media hora solo con mis propios pensamientos destructivos, no me daban ni un respiro para llorar en silencio si me apetecía en el momento.

Me respiraban en el cuello y no había cosa que me desesperaba más, algo que solo sumaba a mi mal humor. No se daban cuenta que su supuesto amor me estaba ahogando.

Sentía la garganta seca así que, ignorando el vaso de agua que mamá dejó en mi mesa luz, deslicé mis piernas hasta que la buena toco el suelo. Agarré las muletas que estaban recostadas contra la pared y de un solo salto me erguí con un pie en el suelo. Me hubiera reído de lo paranoico que estaba cuando iba bajando las escaleras, mirando hacia todas direcciones, como si pudiera aparecer Marcel de algún escondite para retarme por no querer ser un jodido enfermo.

Que le den. Que les dieran a todos.

Mis comisuras se rebelaron contra su naturaleza, haciendo que en mi rostro se asomara un rastro de sonrisa. Tenía muy presente que la soledad no dudaría mucho, en cualquier momento podría abrirse la puerta de golpe dejando que entrara Marcel o mi madre, las únicas dos personas que no sabía qué carajo estaban haciendo.

De repente el teléfono que guardaba en el bolsillo de mi sudadera comenzó a sonar, haciéndome bufar. Seguro era algunos de los dos.

—Aún estoy vivo, si es lo que se preguntan —espeté al llevar el aparato a mi oído.

—Es bueno saberlo, no sería agradable saber que estoy hablando con el espíritu de Max, sería demasiado traumático.

Esa voz…  Miré el contacto que resaltaba en la pantalla y, efectivamente, era nuestro hermano mayor.

—Matthew.

—Tu hermano favorito, lo sé, no tienes por qué insistir.

Negué con la cabeza mientras sacaba un vaso de la repisa.

—Siempre mintiéndote a ti mismo. ¿No te cansas?

—Si tú no te cansas de ser cabronaso, yo tampoco de ser genial. ¿Así o más claro?

Tosí. Matthew siempre se las arreglaba para ingeniar respuestas que podrían divertirme al menos un poco, el muy listillo sabía usar su poca modestia para agradarles a las personas.

—Vamos, dime para qué llamas al hermano menos agradable. No cumplo años hasta diciembre.

—¿Por quién me tomas, jovencito?

—Por el hermano que no hace señales de vida hasta después de dos semanas.

Si cerraba los ojos lo podría ver llevándose la mano al pecho, al tiempo que estiraba las piernas sobre la cama matrimonial de su habitación en la fraternidad.

—Auch, ¿lo que acabo de escuchar fue un reclamo?

—Solo estoy exponiendo un hecho.

Luego de haberme servido el agua di saltos hasta sentarme en frente de la isla que separa la cocina del living-comedor. Justo en frente se extiende un gran ventanal que da vista al patio frontal, directo a la calle donde una chica estaba rodando con sus patines de un lado al otro. La misma chica que horas atrás había escuchado llorar.

Ojala pudiera borrarme ese sonido de la cabeza.

—No tuve tiempo, la universidad y las chicas están consumiendo mi tiempo. Ni hablar de los personajes que llamo amigos, ¿te puedes creer que me arrastran a todas las fiestas en contra de mi voluntad? Ni hablar que el sábado pasado nos tocó a nosotros montar alcohol y bailes sensuales.

—No necesito explicaciones —interrumpí, antes de dar un sorbo.

Tragué en el momento que Celine dio un salto con giro incluido, teniendo mi pulso al límite hasta que las ruedas del demonio tocan suelo. ¿No tendría miedo de partirse la cabeza contra en concreto? Dejando eso a un lado, no me gustaba como el mini short se ajustaba perfectamente a ese par de colinas, ni hablar de como se tensaban con cada giro o baile que hacía.

Reformulo la frase: no me gustaba mi poca fuerza de voluntad para alejar la mirada, o mismo para no babear sobre la isla. Era hombre y tenía ojos, no había mucha ciencia.

—Sé que la querías, te mueres de ganas por saber sobre mi vida. No te sientas avergonzado, es humano curiosear sobre otros. Confiésalo.

—En serio, me da igual con cuántas te has revolcando estas semanas, o cuantas veces has vomitado. No es como si eso aportara algo a mi vida, ¿comprendes?

Dejé mi codo sobre la isla y aproveché para apoyar la mandíbula en el puño. Mis ojos siguieron el contoneo de sus caderas, de un lado al otro, de un lado al otro; no me di cuenta que estaba hipnotizado, o idiotizado, hasta que Matt me llamó.

—… ¡Oye, maldito! ¿Me estás escuchando?

Pestañé.

—No.

—Eso me hirió en lo más profundo, por eso me agradas. Es bueno ser herido algunas veces, y tú tienes un master en eso.




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