Nos conocimos en un fogón, para el día del estudiante, ella estaba con su grupo de amigas del colegio y yo con los pibes de la banda de música. Me atrajo de inmediato con la melodía de su voz, no podía sacarle los ojos de encima. Yo, que siempre he sido bastante caradura, alentado por mis compañeros, la encaré sin dudar. Las amigas me recibieron con gusto y nos terminaron invitando para unirnos a ellas.
Uno de mis amigos, el guitarrista de la banda, empezó a tocar clásicos del rock argentino que todos cantábamos con gusto, una de sus amigas nos pidió silencio para que la escucháramos sólo a ella. Su voz más baja de lo normal para un registro femenino me cautivó. Las horas siguientes pasaron llenas de música y charlas. La última ocurrencia la tuvo otra de sus amigas cuando nos sugirió jugar a “verdad o consecuencia”. Cuando fue mi turno, elegí consecuencia, sólo me bastaron un par de señas para que mis compañeros supieran a quién quería besar. Sus labios me parecieron lo más delicioso que alguna vez hubiera probado, su aliento cálido me despertó todos los sentidos. Nos separamos con dificultad, descubrimos que todos nos miraban con picardía, no había sido sólo un pico. Ella se sonrojó y bajó la mirada, estiré mi brazo ofreciéndole mi mano, la tomó y nos alejamos del grupo que nos regaló silbidos y vítores.
Esa noche juntos fue maravillosa, no volvimos a besarnos, pero abrazados conversamos hasta el amanecer, las estrellas fueron testigos del amor que crecía segundo a segundo.
Los días siguientes, nos reunimos de contínuo y aunque disfrutamos rodeados de amigos, antes de que empezaran a despedirse nosotros nos perdíamos por alguna calle solitaria para caminar de la mano mientras seguíamos conversando, dispuestos a conocernos por completo. Pasó poco tiempo antes de que la invitáramos a participar de la banda que teníamos, ella se integró al grupo con una naturalidad que no me sorprendió.
¡Era perfecta!
Gracias a ella empezamos a escribir nuestras canciones, trabajamos duro para grabar un demo y empezamos a difundirlo. Nos presentábamos en cuanto festival se celebrara en nuestro pueblo, incluso nos decidimos a viajar varias horas semanales para llegar a otros eventos.
¡La banda crecía a la par de nuestro amor!
Estábamos chocando nuestro vasos llenos de cerveza, festejando que seríamos teloneros de una super banda nacional cuando nos interrumpió un reconocido productor.
Desde ese brindis hasta hoy, han pasado dieciochos años, más de quinientos recitales, cinco giras mundiales, cinco Grammys y cinco embarazos perdidos, de lo que no recuerdo el número es de la cantidad de peleas que esa situación empezó a provocar entre nosotros.
El reconocimiento abultó nuestras cuentas bancarias, dándonos la posibilidad de comprar una casa de diez habitaciones, ¡Diez habitaciones para dos personas!, simplemente esa realidad debería haberme alertado de lo que nos estaba sucediendo.
No quería aceptarlo.
El último cumpleaños que pasé con ella, no me saludó. No crean que es la mala de la película, llevábamos al menos dos semanas sin dirigirnos la palabra, sólo recordábamos que el otro existía durante las horas de ensayo, el resto del tiempo éramos dos desconocidos.
No teníamos libertad de movimiento, me hubiera gustado tomarme unas vacaciones o salir de la cárcel en la que se había convertido “nuestro hogar” pero la prensa me reconocería de inmediato. Me quedé tirado en el sillón de dos metros de largo que rodeaba la chimenea, acompañado por una copa de champagne, mi único fiel amigo por el momento. Debí de quedarme dormido, porque un golpe me asustó, comencé a erguirme despacio para no delatarme en caso de robo. Me quedé petrificado frente a lo que ví.
—Yasmín —la llamé casi susurrando.
No me escuchó, siguió perdiéndose en el beso que le estaban dando, cuando el desconocido bajó sus manos hasta dar con el botón del pantalón, me despabilé y pegué el grito en el cielo. No de una manera moralista, bien sabía yo que no podía tirar la primera piedra, sino más bien para detener aquello que no era capaz de ver.
—¡Yasmín!
Se volteó hacia mí con los ojos enrojecidos, imagino por la cantidad de alcohol que recorría sus venas, con hastío se dirigió a su “acompañante”, lo despidió con una falta de tacto que reconozco haber tenido en algún momento, y tambaleante se acercó a mí. Demoró en llegar por la falta de estabilidad, en el corto recorrido, me golpeó en el pecho la realidad “¿En qué nos hemos convertido?”, alcancé a preguntarme.
Un último tropiezo, estuvo próximo a dejarla de cara en el suelo, con agilidad la sostuve en mis brazos. Levantó la mirada, otro duro golpe, sus ojos eran un pozo de amargura.
—¡Te odio! —expresó sin enojo, más bien con toda la sinceridad de la que era capaz.
—Lo sé.
—¡Te odio!, Gonzalo —reiteró con un poco más de ímpetu.
—¿Querés que te lleve a la cama? —pregunté sin intención de pelear.
—¿Sabés por qué me acuesto con otros?
La solté, cuidando de que no cayera al piso, lo último que necesitábamos era que su preciosa cara tuviera un golpe, pero ella se prendió a mi remera. Me costó liberarme, sin embargo, lo logré y me encaminé hasta mi habitación. Frené en seco al escucharla decir aquello que me atormentaba día y noche.