Familia de Alquiler

CAPÍTULO 10

Semanas 3 y 4 - Días 21 y 24

Elizabeth

—Perdóname, mami, no te volveré a mentir -dijo Noah apenado, mientras comía a duras penas su cereal.

Miré a mi hijo con el ceño fruncido. ¿Sería una estrategia suya para que le levantara el castigo? Después de lo de ayer, imaginaba que era posible.

—¿Quieres que te levante el castigo?

—No, me lo merezco.

—Bien, porque no va a suceder. Lo que hiciste es grave, Noah, tu mentira afectó mi confianza y también mi trabajo.

Volvió a tragar con dificultad y se le llenaron los ojitos de lágrimas.

—Yo extrañaba al doctor.

—Podrías habérmelo dicho y yo veía si podía solucionarlo.

—No volveré a mentirte, mami. ¿Puedes volver a confiar en mí?

—Sí puedo, porque te amo. Pero debes demostrarme que me dirás siempre la verdad.

—Sí -dijo él acompañando la palabra con un movimiento de cabeza.

Acaricié su cabecita aguantándome las ganas de alzarlo, apretujarlo y comérmelo a besos, e incluso levantarle el castigo. Pero debía permanecer firme. Si no lo hacía yo, ¿quién?

—Termina el cereal y vámonos.

* * *

Esa mañana el doctor Turner se veía huraño. En ese momento pensé que podría ser bipolar. La noche anterior se había mostrado abierto y agradable y ahora estaba notoriamente retraído. Tal vez hablar de sus “ex” le habría afectado, pero… ¿no habíamos quedado en que seríamos amigos? Y ¿los amigos no abren su corazón uno con el otro?

Me confundía… y me enojaba. En casa, su proximidad había llegado a ponerme nerviosa, en cambio en el hospital su comportamiento marcaba la distancia. Eso me hacía enojarme conmigo misma, ¿cómo podía ser tan estúpida y ceder con tal facilidad a la cercanía de un hombre, sabiendo por experiencia que no eran de confiar?

—¿Noah?

Me volteé a mirarlo. Era fácil pensar que estaba loco.

—Bien, gracias -le respondí de mal humor.

Salí del consultorio para hacer pasar al primer paciente, cuando fui interrumpida por la llegada apresurada de un niño de unos 12 años junto a sus padres, con una muy notoria dificultad respiratoria.

Lo llevé de inmediato junto al doctor Turner quien, tras unas rápidas preguntas sobre la última hora del niño, diagnosticó reacción alérgica severa causada por la picadura de una abeja. De inmediato me mandó inyectarle una segunda dosis de epinefrina, ya que sus padres le habían inyectado la primera, y lo llevamos a internación donde permanecimos junto al niño hasta que se fue recuperando y quedó fuera de peligro.

Cuando regresamos al consultorio, antes de continuar con la atención de los pacientes que aguardaban, me dijo un poco más relajado:

—Buen trabajo, Elizabeth.

—Sólo hice lo que usted me ordenó, doctor.

—Pero tu calma y tu dulzura al hablarle al niño, le ayudaron a no desesperarse.

—Gracias -le respondí quedo, un tanto avergonzada por el elogio.

El resto de la jornada trabajamos ambos de mejor humor, al menos sin mostrarnos hostiles.

Esa noche, ya en mi casa, Shaun se mostró más afable.

—¿Cuándo le levantarás el castigo a Noah? Yo me comprometí con él a visitarlo.

—El lunes -le respondí con firmeza.

Aunque él hizo un gesto de desagrado, no agregó nada.

Luego, con el café de rutina ya servido, comenzamos con nuestro habitual momento de preguntas y respuestas.

—Háblame de Daniel.

Aunque para nuestra simulación no era necesario que él estuviera informado de esa parte de mi historia, sí lo era para nuestro accidentado proyecto de amistad.

—Con Daniel nos pusimos de novios en el último año de preparatoria, pero no vivimos juntos hasta que comencé mis estudios superiores. Al concluir éstos nos casamos y al año nació Noah. Creo que esto ya te lo dije. Lo que probablemente no te conté es que yo estuve siempre perdidamente enamorada de él. Era un chico apuesto, agradable y extrovertido y yo me sentí una reina cuando se fijó en mí.

››Al terminar la preparatoria, él comenzó a estudiar Programación, pero aprobaba sólo dos materias por año, no lo tomaba muy en serio; aún así nos casamos y yo conseguí trabajo casi enseguida en una clínica y, por supuesto, me hice cargo de mantener la casa. Y así fue siempre, yo quería apoyarlo para que terminara la carrera mientras él jugaba al galán con la niñera.

—¿No intentó disculparse? ¿Volver contigo?

—Claro, sí, al día siguiente. No sé si disculparse, lo dudo, tal vez volver, pero no lo recibí. La noche que se marchó llamé a un cerrajero e hice cambiar la cerradura para que no se atreviera a volver a entrar. A los pocos días le escribí un WhatsApp anunciándole que solicitaría el divorcio.

—¿Y el régimen de visitas? ¿Lo cumple?

—Claro que no. Jamás vino a ver a Noah. Un día mi pequeño me preguntó si tenía papá como sus primos, entonces… -tengo que reconocer que le mentí- le dije que su papá no podía venir porque era una persona muy ocupada y le mostré su foto. Nunca más volvió a preguntar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.