Semana 4 - Días 26 y 27
Elizabeth
—¿Qué haces aquí?
La figura de Daniel a la puerta de mi casa me hizo sentir enferma.
—Quiero ver a Noah.
—¿Quién es, cariño? -oí la voz de Shaun acercándose.
Si no fuera por el nudo que se había formado en mi estómago, habría reído.
—Un cretino que se cree con derecho de ver a mi hijo.
En ese instante Shaun ya estaba junto a mí.
—Tengo derecho. El juez lo estableció.
—¿Cuándo? -intervino Shaun.
—¿Y tú quién eres? -preguntó Daniel con impaciencia.
—El esposo de Lizzy… y futuro padre adoptivo de Noah.
Daniel respondió al comentario con una sonrisa burlona.
—Noah ya tiene padre.
—Sí, claro, soy yo. A ti no te conoce. El juez está a punto de firmar la adopción después de la larga ausencia de cuatro años del padre biológico.
—Sabes que puedo reclamar mi derecho -dijo Daniel ignorando a Shaun-. Tendrás que probar que eres digna.
—¡Inténtalo, imbécil! ¡Y veremos a favor de quién falla el juez! -le dije en voz baja y ronca, haciendo un gran esfuerzo para que no se notara el temblor.
—Ahora vete -le dijo Shaun con tono amenazante- y no regreses, o pediremos una orden de alejamiento.
Me tomó de los hombros llevándome hacia adentro y, una vez que cerró la puerta, me envolvió en un abrazo protector, apretándome contra su pecho. Entonces lloré.
¡Se sintió tan bien tener un pecho donde llorar! Llevaba muchos años de ser fuerte, siempre tratando de no cargar en los demás mis responsabilidades, y esa noche me permití sentirme vulnerable, y el abrazo de Shaun me lo concedió.
A medida que cedió la angustia, fui tomando conciencia de lo que hacía y de lo que ese abrazo me provocaba. La sensación de calidez y de protección que comenzaba a mezclarse con una especie de cosquilleo en toda mi piel, me alarmó, por lo que me apresuré a apartarme de él y secarme las lágrimas.
—Deberías irte. Mañana trabajamos.
—No me iré hasta que te vea recuperada -me dijo en un susurro.
—Ya estoy bien.
Él me ignoró y regresó a la sala, instalándose nuevamente en el sofá.
—¿Qué haces?
—Me quedaré, y si lo deseas ni siquiera voy a hablar. Incluso puedo dormir en el sofá.
A pesar de mi angustia me resultó divertido. Parecía un niño caprichoso. Realmente era un hombre extraño.
—¿Qué fue lo de hace un momento? -le pregunté forzándome a reír- ¿Una práctica para el evento?
—¡Ah! ¡Sí! ¿Estuve convincente? -dijo sonriendo.
—Creo que sí -le respondí, y no pudiendo sostener más mi sonrisa, agregué:- Tendré que buscar un abogado.
—Tú despreocúpate. Mañana me pondré en campaña para buscar, entre mis conocidos y los de mi padre, al mejor. Por el momento, la prioridad es que te relajes. No solucionarás nada preocupándote.
A continuación tomó su móvil e hizo una llamada.
—Mándame una caja de Hidroxizina de 10 mg.
—...
—Sí, soy Shaun -dijo con una sonrisa-. Después paso a pagarte.
—...
—Muchas gracias. Te paso la dirección por WhatsApp.
Cortó, escribió un mensaje y luego me miró.
—Pronto llegará el calmante, una vez que te lo tomes me marcharé. No tienes tilo ¿verdad?
—Sí -le respondí poniéndome de pie.
—Tú quédate -dijo interrumpiéndome con un gesto-. Te prepararé un té -agregó dirigiéndose a la cocina.
Poco después, trajo la taza con el té de tilo, la dejó en la mesita, frente a mí, y se sentó a mi lado.
—Por hoy ya no pienses en Daniel -me dijo en voz baja y suave-. Él no merece ni un pensamiento ni una lágrima tuya. Descansa y mañana buscaré un abogado y te acompañaré en todo el proceso hasta que se solucione.
En ese momento lo interrumpió la llegada del medicamento, que él recibió, y de inmediato me tendió un comprimido para que tome con el té.
El resto de la noche hablamos de películas y de música, temas que me daba cuenta que Shaun sacaba para distraerme. Cuando comenzó a ganarme el sueño, él se despidió para marcharse.
Ya en la puerta, antes de salir, me dijo:
—No vayas a trabajar mañana, tómate el día y descansa.
—De ninguna manera -objeté-. Me necesitas.
Él hizo una pausa mirándome con absoluta seriedad, con sus hermosos ojos claros, y me dijo quedo:
—Siempre.
Y se marchó, dejándome sin habla, parada a la puerta de mi casa.
* * *