Familia de Alquiler

CAPÍTULO 16

Semana 5 - Día 33

Elizabeth

—Explíqueme la situación.

El doctor Edwin Dawson era un hombre mayor, de unos 60 años, muy serio pero muy amable.

—Estoy divorciada desde hace tres años, y tengo un hijo de 5. Mi ex-esposo jamás cumplió con el régimen de visitas -de hecho, mi hijo no lo conoce-, y hace pocos días se presentó en mi casa exigiendo verlo.

››Me interesa saber, señor Dawson, si la ley me ampara para impedírselo, ya que considero que su repentina aparición podría afectar psicológicamente a mi hijo.

Mientras yo le explicaba la situación, él tomaba nota en una libreta.

—¿Cumple con la cuota alimentaria? -inquirió levantando la vista.

—Jamás.

—¡¿Nunca?! -preguntó sorprendido.

Cuando negué con la cabeza, él continuó:

—¿Usted lo denunció?

—No. Preferí no entrar en litigio para mantener el menor contacto posible.

El abogado dejó la lapicera sobre el escritorio, se quitó las gafas y me miró en silencio por un momento.

—Entonces el divorcio no fue amigable.

—No, señor. Está explicado en la sentencia.

Luego se dirigió a Shaun, sentado junto a mí.

—¿Son pareja?

—Amigos -respondió él-. Además ella trabaja conmigo, es mi Asistente Médica.

Volvió a mirarnos en silencio, por un largo momento.

—Demás está decirles que necesito la verdad para armar un caso sólido para que tengamos éxito.

—Todo lo que decimos es la verdad, señor Dawson -respondí.

—Bien. A priori puedo decirles que tenemos un caso favorable para la madre, y sobre todo para el niño. Como primera medida necesito que concreten una cita con una psicóloga infantil que trabaja conmigo, para que realice un informe sobre la percepción de la figura del padre para su hijo.

››Ahora voy a tomar todos los datos que necesito: nombres y apellidos, edades, fechas, edad exacta del niño, relaciones, trabajo o trabajos…

El resto de la entrevista consistió en otorgarle al abogado todos los datos de Noah, míos y de Daniel, también tomó los de Shaun, mi hermano, Leah y mis padres.

Al salir del Bufete, Shaun me llevó a recoger mi coche, que había quedado en el aparcamiento del hospital, y se despidió hasta más tarde.

Antes de pasar a buscar a Noah por el apartamento de Leah, llamé al consultorio de la psicóloga y concerté una cita. La conseguí para el lunes siguiente, por lo que, por el momento, debía concentrarme en la reunión de Shaun que se aproximaba a pasos agigantados; quedaban sólo cinco días y los nervios se anudaban en mi estómago.

* * *

Esa tarde Shaun llegó a las siete, ya que lo había invitado a cenar en agradecimiento por la enorme ayuda que me estaba prestando con el asunto del abogado.

Noah estaba feliz con su visita y se instaló con nosotros, en la sala, a jugar con sus bloquecitos.

—Voy a preparar la cena. ¿Me ayudas, Shaun?

Él vino conmigo a la cocina, tal como yo esperaba, para plantearle una de las dos inquietudes que tenía.

—Hay dos temas que no tuvimos en cuenta y que deberíamos haber pensado con tiempo -le dije por lo bajo, mientras sacaba los bistecs marinados del refrigerador-; ahora ya quedan apenas cinco días. El primero: no tenemos fotos juntos en nuestras cuentas de Instagram. Si tus compañeros te piden tu cuenta o alguien pide la mía, eso saltará inmediatamente a la vista.

Shaun se puso muy serio de repente y su expresión de alarma hasta me dio gracia.

—Tengo una posible solución -continué con una sonrisa destinada a calmarlo-. Nos tomamos una foto ahora con Noah y la ponemos los dos como foto de perfil, mantenemos nuestras cuentas privadas y les decimos que aceptaremos su solicitud pero no lo hacemos; así, sólo podrán ver la foto de perfil… ¿Qué opinas?

—¡Eres una maestra de la maquinación! ¡Hagámoslo! -exclamó con entusiasmo.

Suspendí por un momento la cena, busqué el trípode para el móvil y nos tomamos tres fotos. Demás está decir que Noah estaba felicísimo y puso su mejor versión, y Shaun parecía un niño a la par de mi hijo.

Más tarde elegiríamos cada uno una foto y haríamos lo que planeamos.

Mientras cenábamos, Shaun recordó:

—Antes hablaste de dos asuntos. ¿Cuál era el segundo?

—Eso luego -le dije mirándolo significativamente para que no continuara preguntando.

A las ocho le dije a Noah que era hora de irse a la cama. Mi niño, obediente, juntó sus juguetes y me miró serio.

—Mami, ¿puedo…? ¿Puedo pedirle al doctor Shaun que me lea un cuento? -me preguntó con temor.

Me detuve a observarlo por un momento. ¿Mi pequeño me temía? ¿Era yo una madre tan severa que le inspiraba miedo a mi hijo?

—Por supuesto que puedes, cariño -le respondí con el corazón roto.




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