Semana 6 - Día 38
La reunión
Elizabeth
—¡Estás muy guapa, mami! -me dijo Noah con una sonrisa- Mmm… ¿se les dice “guapa” a las chicas?
Miré mi imagen en el espejo. Mi vestido de punto color burdeos marcaba mis caderas y mi busto sin resultar provocativo. Se veía bien. Con un largo hasta la rodilla y mangas tres cuartos, tenía un corte recto que seguía la línea del cuerpo sin apretarlo, acentuando sutilmente mis formas. Completaba el atuendo un cinto fino en color camel y un pañuelo al cuello en camel y burdeos.
Salvando las diferencias, me sentía como la princesa Kate de Gales.
Las botas cortas y el bolso, también en camel claro, eran del mismo color de la chaqueta corta que me pondría al salir.
—Sí, cariño. Se les puede decir “guapas”, “hermosas”, “bellas”...
—Tú estás hermosa y bella también -agregó mi pequeño.
El día de la reunión había llegado y un nudo se había instalado en mi estómago desde muy temprano.
—A tu edad sólo puedes decirle eso a tu mami -le advirtió Leah mientras terminaba de retocar mi maquillaje-, y tal vez a tu abuela y a tía Leah, pero a nadie más.
La imagen que el espejo me devolvía de mi hijo, parado a mi lado, era la de un caballerito de la realeza. Pantalón de vestir en color camel oscuro, camisita de abrigo en color hueso, y blazer de paño marrón. ¡Estaba guapísimo!
—¡Tú también estás muy apuesto, Noah! -dijimos mi amiga y yo casi al unísono.
Mi ángel nos devolvió, a través del espejo, una sonrisa de sol.
—¿A dónde vamos hoy, mami?
—Vamos a un almuerzo elegante con el doctor Shaun, cariño. Debes portarte bien y permanecer siempre cerca de mami, porque tal vez haya mucha gente. ¿De acuerdo?
—De acuerdo -dijo afirmando también con la cabeza.
—¡Con lo guapa que estás!, seguro que después del almuerzo tendrás otra fiesta -susurró Leah a mi oído-. Avísame y vengo a buscar a Noah.
—¡No, Leah! ¡Deja de soñar! Cuando salgamos tú cierra y vete, y olvídate de mí -le dije riendo.
En ese momento llamaron a la puerta.
Al atender me encontré con un Shaun sacado de una revista del jet set europeo. ¡Estaba tan apuesto! El color de su atuendo -distintos tonos de gris y el hielo de su camisa- combinaba a la perfección con su pelo rubio y sus ojos celestes.
Hice un gran esfuerzo para no fijar demasiado la vista en él, pero me fue imposible evitar la turbación cuando su mirada me recorrió completa y dijo, por lo bajo y con una intensidad abrumadora:
—¡Estás bellísima!
Me volteé de inmediato para esconder el rojo de mis mejillas, y me encontré con la mirada elocuente y burlona de mi amiga. La reté con los ojos y llamé a Noah, tomé mi abrigo y mi bolso, nos despedimos con un beso de Leah y salimos.
—¡Qué guapo estás, Noah! -le dijo Shaun, luego de despedirse de Leah, tomando la mano de mi hijo y dirigiéndose al SUV.
—¡Tú también lo estás! Y mami ¡está hermosa también!
—Sí, es cierto. Está muy bella.
Yo caminaba detrás de ellos, avergonzada. Era evidente que no salíamos mucho con mi hijo, y mucho menos a lugares elegantes, porque este evento nos tenía comentando sobre nuestro aspecto desde hacía una media hora.
En el camino al country de Boston, Shaun me lanzaba miradas furtivas que acentuaban mis nervios, por lo que me vi obligada a reclamarle:
—Deja de mirarme, Shaun, ya estoy suficientemente nerviosa y estoy haciendo un enorme esfuerzo para mantener la calma y mostrarme con aplomo en la reunión.
Él sonrió en silencio y fijó la vista en la calzada.
Al cabo de unos veinte minutos arribamos al club.
El salón era magnífico y las mesas estaban dispuestas y decoradas para un grupo evidentemente privilegiado de la sociedad de Massachusetts.
—¡¡¡Shaun!!! ¡Bienvenido! -exclamó aproximándose a nosotros, mientras entregábamos nuestros abrigos en la entrada, un hombre alto y pelirrojo, vestido con elegancia informal, y con una amplia sonrisa dibujada en el rostro.
—¡Harvey! ¡Tanto tiempo!
—¡¿Qué es eso?! -dijo el tal Harvey, deteniéndose frente a Shaun y señalando el beeper que pendía de su cinturón, con un gesto entre severo y divertido.
—Guardia pasiva -respondió Shaun a modo de excusa.
—No podrás disfrutar del buen vino -agregó Harvey con una sonrisa.
Luego del apretón de manos y una palmada en el brazo, nos miró a Noah y a mí.
—Tu familia, supongo.
—Sí, Elizabeth y el pequeño Noah -dijo Shaun, presentándonos.
Harvey me plantó un beso en la mejilla, sacudió el cabello de Noah a modo de saludo, y nos acompañó hasta un grupo de unos diez hombres y mujeres que conversaban animadamente con sus copas de champaña en una mano y un bocadillo en la otra.