Insensatez
Shaun
La inquietud me despertó temprano y tuve que reprimir el impulso de escribir a Elizabeth, al menos hasta las nueve. Pensé que tenía derecho a dormir un poco más el domingo, más aún cuando el sábado había tenido de todo para sumar estrés.
Sentí que me había filtrado en su vida sólo para crearle problemas, pero no me arrepentía, tal vez… sólo tal vez… era mejor así para los tres, incluido Noah.
—¿Estás despierta? -le escribí a las 9 en punto-. ¿Podemos hablar hoy?
—Sí -respondió casi de inmediato-. Estoy sola. A Noah lo llevó mi madre a pasar el domingo con ellos. Si quieres almorzamos juntos.
—Salgo para allá -le respondí con el corazón acelerado de emoción.
Tomé el ascensor, bajé los 8 pisos con ansiedad, abrí la puerta del edificio y bajé casi corriendo los escalones…
—¡Shaun! -me detuvo una voz harto conocida.
Me volteé sorprendido sólo para ver cómo Tasha me sonreía seductora desde la puerta del vestíbulo.
—¡Hola! -le dije lo más relajado que pude fingir-. ¿Qué haces aquí?
—Vine a visitar a una amiga. ¡¿Ustedes viven en el mismo edificio?! ¡Qué casualidad!
Su comentario me tomó por sorpresa. Pensé atropelladamente que tenía que armar una historia para sostener la mentira de mi vida.
—¡No! -respondí después de un momento de confusión- Acá sólo tengo mi apartamento de soltero… que uso como oficina… vine a dormir anoche porque tuve una cirugía tarde…
Mi torpeza no me permitió mentir mejor. Debí haberlo pensado antes, tal vez con la ayuda de Elizabeth.
—De soltero, ¿eh? Me gustaría verlo.
—Ahora va a ser imposible. Llevo prisa.
—No te robaré mucho tiempo -insistió-. Puedes decirle a tu mujer que yo insistí.
—Ella confía en mí.
—Entonces… ¿Cuál es el problema?
—De acuerdo -dije desconfiado y molesto-.
Ya en el elevador, se mantuvo sugerentemente cerca.
—Aún usas ese perfume que me volvía loca -dijo en tono íntimo y seductor.
—¿El de Craig no te gusta?
—No como el tuyo.
Llegamos al octavo piso y al abrir mi apartamento me sentí todo un idiota. ¿Qué hacía yo allí otra vez, cuando en realidad quería estar en otro lado? ¿Por qué me dejaba llevar por las narices por esta mujer que ya no movía ni una fibra de mi cuerpo? ¿Sólo por no saber cómo mantener una farsa? Era realmente patético.
Ella entró decidida y lo recorrió completo.
—Se ve que nunca la traes. No hay señales de mujer aquí, aunque… debes traer a muchas otras.
—No necesito, con Elizabeth me basta -mentí, a sabiendas de que en realidad era eso lo que deseaba.
De pronto Tasha vino a mí, me tomó del cinturón pegando su cuerpo al mío y me besó.
—¿Qué haces? -dije apartándola, con el ceño fruncido.
—Te extraño -dijo quedo-, quiero tener sexo contigo.
—Tengo esposa.
—No tiene por qué enterarse -agregó, llevando su mano a mi hombría.
“Siempre zorra”, pensé.
—¿Craig no te satisface?
—Olvídalo. Él no es como tú -dijo otra vez en mi boca.
Entonces caí en la cuenta de que el sentimiento de desprecio que ambos me inspiraban nunca logró convertirse en indiferencia, seguía siendo eso: desprecio… y rencor… Así que le di permiso al demonio de la venganza para que me poseyera.
Y la besé.
Comencé invadiendo su boca y avancé con mis manos hasta que la escuché gemir de placer.
Y continué avanzando. Mordí su boca hasta que gimió de dolor, y luego bajé a su cuello, a sus hombros, a sus pechos, siempre mordiendo, siempre marcando. Ese sería mi regalo para Craig. Y cuando, ardiente de deseo, Tasha me suplicó a gritos que entrara en ella, me aparté… y sonreí con burla.
—Eso pídeselo a Craig.
Ese era mi regalo para ella.
—Ahora vete.
Si las miradas de odio mataran, sería mi espíritu el que corría, en ese momento, por las escaleras del edificio hasta llegar a la acera, en busca de mi coche.
Subí y miré mi móvil. Tenía diez mensajes de Elizabeth, con tono cada vez más preocupado, preguntándome si me encontraba bien.
No le respondí, sólo encendí el motor y aceleré. Me sentía terrible. Ella me aguardaba preocupada y yo jugando al galán vengativo con “Tasha La Traidora”.
Llegué en 20 minutos. Descendí del coche casi corriendo y golpeé su puerta.
—¡Shaun! ¡Estaba preocupada! -exclamó al abrir- Entendí que venías enseguida y como no llegabas comencé a pensar lo peor.
La abracé, sin palabras.
La envolví en mis brazos y la apreté contra mi pecho, pero no pude besarla. En cambio, escondí mi rostro en su hombro y me quedé allí, mudo, avergonzado y dolido.