Familia de Alquiler

CAPÍTULO 22

Consecuencias

Elizabeth

—No tienes que explicarme nada -le dije bajo, conteniendo las lágrimas.

—Pero quiero hacerlo -suplicó Shaun.

—Yo no quiero escucharte. Sólo quiero que te marches.

Estaba a punto de llorar y no quería que me viera. Él podía confundirse, porque no lloraría de dolor, sino de rabia. Rabia conmigo misma por haberme arriesgado a confiar. Parecía que tenía que golpearme una y otra y otra vez y aún así jamás aprendería.

Sin embargo… ¿era sólo rabia?, ¿no había nada de dolor?

¿Acaso él no tenía su parte de culpa por haberme ilusionado? ¡Me había tratado con tanto cariño y respeto todo este tiempo! ¡Y anoche…! Lo que habíamos tenido anoche había destruido mis barreras y me encontraba dispuesta a volver a intentar. Pero evidentemente había sido una ilusión, sólo mía, y él, como todo hombre, aprovechó la ocasión.

—Sólo… sólo… quise aprovechar la oportunidad de tomar venganza. Contra ambos… -titubeó.

—No me expliques, no me debes nada -lo interrumpí con la voz quebrada-. Tú no me prometiste nada. Acá la única que confundió todo fui yo. Tú… tú… tienes derecho a acostarte con quieras.

—¡Pero no me acosté! ¡Eso quiero explicarte! ¡Sólo la excité… y la eché de mi apartamento!

—¡¿Sólo la…?! ¡Oh, por dios! ¡¿Por qué tengo que escuchar esto?! Tu vida privada es exclusivamente tuya y tu vida sexual te pertenece en absoluto. Yo no tengo nada que ver con eso. Fui estúpida por imaginar cosas que no son reales. Tú no tienes la culpa de mi estupidez.

—¡No digas eso! -exclamó con aparente tristeza, intentando abrazarme- Tú no lo imaginaste, lo que iniciamos es real.

—¡Ya no sigas! ¡Vete! -exclamé deshaciéndome de su abrazo- ¡¿No comprendes que tu presencia me ofende?!

Su rostro demudado de dolor ya no volvería a engañarme, por lo que lo empujé los pocos pasos que lo separaban de la puerta y cerré tras él con cerrojo.

Entonces me permití llorar.

Lloré amargamente por un tiempo que sentí eterno pero no suficiente. Jamás había llorado por Daniel, no entendía por qué ahora estaba llorando por Shaun. Parecía que los años me habían debilitado hasta volverme una tonta capaz de llorar por un hombre. Y allí estaba, hundida en el sillón de la sala, sollozando como si me hubieran arrancado un pedazo de alma.

Como todo en la vida se termina, también se terminó el llanto. Entonces me forcé a salir a flote y planear mi futuro inmediato.

Como primera medida tomé el móvil para llamar a mi madre.

Lo primero que saltó a mi vista fue un mensaje de WhatsApp en la pantalla principal:

—No pude decirte lo que había planeado confesarte.

Ignoré el mensaje e hice la llamada que debía hacer.

—Mamá, ¿puedes tener a Noah esta noche y llevarlo al Jardín mañana? Porque tengo que ir más temprano al hospital.

—Por supuesto, Lizzy, me encantará. Tú no te preocupes, yo me hago cargo.

—Gracias, mamá. ¿Puedes pasarme con él ahora?

—Noah -escuché un poco más alejada la voz de mi madre-, mamá quiere hablar contigo.

—¿Mami? -sonó la voz de mi hijo, lo que renovó mis lágrimas.

—Hola, cariño. ¿Estás bien?

—Sí. La abuela me hizo mi postre favorito.

—¡Cuánto me alegra, amor! ¿Sabes?, hoy te quedarás en casa de los abuelos porque mami tiene que ir muy temprano al trabajo, y mañana nos vemos. ¿Te portarás bien?

—Sí, lo prometo.

—Te amo, mi cielo.

—Yo también te amo, mami.

A la mañana siguiente, a las 7.30 me hallaba esperando a Ryan, amigo desde la escuela primaria y actual Jefe de Recursos Humanos del hospital “Dr. Turner”.

—¿Lizzy? ¡Tanto tiempo! -dijo Ryan dándome un beso- ¿Me esperas a mí?

—Sí -le respondí con la sonrisa más relajada que pude dibujar-. Necesito un favor, por la vieja amistad.

Con Ryan habíamos forjado una fuerte amistad desde primer grado, cuando lo defendí del acoso de unos niños matones. Él era un niño dulce y delicado, y se burlaban de él precisamente por eso, hasta que golpeé en el estómago al cabecilla del grupo y lo dejaron en paz. Pero nuestra amistad perduró durante toda la escuela hasta que terminamos la preparatoria, y años más tarde nos reencontramos en el hospital.

—Pasa, Lizzy -me invitó, abriendo su oficina. ¿Qué necesitas?

—Necesito que me ubiques en cualquier puesto que tengas disponible, hoy mismo. Lo más lejos posible del ala de Pediatría.

—¿Problemas con tu jefe?

—Algo así, pero no pienses mal, sólo… prefiero alejarme.

—Bien, cariño, déjame ver -dijo tecleando en su ordenador-. Tendría un lugar en Cardiología, pero recién para mañana. ¿No puedes resistir un día?

—Está bien… puedo resistir… te agradezco infinitamente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.