Familia de Alquiler

CAPÍTULO 24

El eco de la insensatez

Shaun

El martes llegué al hospital a las 9 en punto.

Había pasado una mala noche.

Al contarme Scarlett que Elizabeth la había llamado esa mañana preocupada por mí, se habían renovado mis esperanzas, por lo que le escribí un mensaje que ni siquiera vio, y luego decidí conducir hasta su casa y golpear su puerta; sin embargo tampoco me atendió. Esperé en el coche intentando llamarla para que supiera que estaba allí y ni aun así conseguí que me atendiera.

Recién entonces regresé a mi apartamento sintiéndome más desolado y miserable que nunca en mi vida. Y, si bien sabía que me lo tenía merecido, ¡cómo dolía y cuán perdido me sentía!

Después de dos días de angustia y ansiedad, ese martes esperaba poder hablar, al fin, con Elizabeth.

Pero lo que vi al entrar no era lo que esperaba: en su lugar, sentada a su escritorio y frente a su ordenador, se hallaba una chica rubia con cara de susto.

Le pregunté a Jane y me informó que Elizabeth había sido trasladada a Cardiología. ¡¿Pero qué estaba pasando?! ¿Las pastillas me habían provocado la muerte y había caído en el Infierno?

¡Bien! Si estaba en el Infierno, pelearía como cualquier condenado.

Entré al consultorio y llamé a Recursos Humanos.

—¡¿Qué pasó con mi Asistente?! -disparé sin saludar.

—Fue reubicada en Cardiología, doctor -respondió el Jefe del Departamento.

—¿Quién lo autorizó?

—Fui yo… surgió la necesidad y… lo hablé con El… con la señora Green… y estuvo de acuerdo…

Era evidente que mentía, por lo que deduje que Elizabeth lo solicitó y de alguna manera el hombre la estaba cubriendo.

—De acuerdo, gracias -respondí disgustado.

Resignado al hecho de que este asunto personal tendría que esperar, procedí a atender a los pacientes del día, que fueron muchos puesto que había faltado el día anterior. Trabajé solo, sin Asistente, porque la chica nueva parecía muy nueva en el área y esa mañana, apenas comenzó, ya había perdido la paciencia.

Al mediodía realicé mi visita habitual a Cuidados Intensivos, que contaba con sólo dos niños internados que evolucionaban favorablemente, y revisé la historia clínica de Jonathan que había sido controlado y dado de alta por Butler.

Fue una jornada intensa que me mantuvo ocupado en cuerpo y mente por seis horas.

Al terminar, me senté a mi escritorio y apoyé la cabeza en las manos. De golpe me sentía cansado.

¡Cómo había cambiado mi vida en tan poco tiempo!

Hasta aquella llamada nefasta de Harvey era feliz, al menos eso creía. Trabajaba, descansaba, tenía sexo siempre que quisiera… Ahora ni eso podía disfrutar. La última vez con Lucy había sido traumática, porque de pronto supe que no era con ella con quien quería estar ni con ninguna otra que no fuera “ella”.

Definitivamente, enamorarse era una desgracia. No entendía por qué tanta gente buscaba el amor si eso implicaba empezar a sufrir.

Pero ya estaba metido… y no quería salirme. No quería imaginar mi vida sin Elizabeth y sin Noah. Ya no podía ignorar esta poderosa necesidad de estar con ellos y para ellos, por lo que debía encontrar la forma de hablar con ella, aunque se me fuera la vida en eso.

Esa certeza me impulsó a trazar un plan. Buscaría un abrigo grueso y una manta, por si tuviera que dormir en el coche, y me instalaría en la puerta de la casa de Elizabeth hasta que ella saliera, y allí la abordaría.

Miré la hora: las cuatro y media. Tal vez estaba a tiempo de alcanzarla cuando estuviera llegando a casa con Noah.

Me puse de pie con el ánimo recuperado y salí del hospital a buscar mi coche.

Para llegar al aparcamiento debía pasar por el Café que está junto al Ala de Pediatría, y si pensaba que ese día había tenido suficientes sorpresas, era porque jamás me habría imaginado la que me esperaba en ese momento.

En una mesa ubicada junto al gran cristal que daba a la acera, Craig sonreía maliciosamente a alguien sentado frente a él. Me detuve con el corazón exaltado para mirar la figura medio oculta tras las cortinas: era Elizabeth.

Algo se sacudió dentro de mí. Un demonio que jamás supe que existiera, despertó y se apoderó de mi voluntad y me empujó dentro del Café, me llevó hasta la mesa que ocupaban y guió mi puño directo a la cara de Craig, con una fuerza que tampoco sabía que poseyera.

Acto seguido se armó el revuelo.

Escuché lejana la voz del dueño mientras me tomaba de un brazo y alguien más me tomaba del otro:

—Por favor, doctor Turner, arregle sus diferencias fuera del Café.

Yo solo veía a Craig llevarse la mano a la cara, intentando detener la sangre que manaba de su nariz, a la vez que sentía una mano de Elizabeth en mi pecho y la otra en mi rostro, y su voz dulce intentando calmarme:

—Vamos, Shaun, cálmate. Hablemos afuera.

Entonces la miré y me perdí en sus ojos verdes, para dejarme luego conducir dócilmente a la acera.




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