Ecos 2
Shaun
Llevé a Noah a su cama y otra vez me quedé observando con cuánto amor Elizabeth lo arropaba y lo besaba antes de dejar a su hijo durmiendo.
Esta familia me provocaba sentimientos tan fuertes y desconocidos, pero ¡tan vivificantes!, que de ninguna manera quería dejar ir.
Al llegar, esa tarde, ayudé a Elizabeth con la cena y luego, cuando nos sentamos a la mesa, conversé con Noah sobre sus actividades del día, el jardín, sus amiguitos.
Luego, mientras Noah me esperaba ansioso, lavé la vajilla junto a Elizabeth y al terminar, me senté con él en la alfombra de la sala y juntos armamos una ciudad con edificios y parques, con sus bloquecitos de madera.
Noah era muy creativo. Definitivamente decidí que me ocuparía de que estudie arquitectura en Harvard cuando sea grande.
Cuando terminamos la “obra”, se apoyó en mí y se quedó dormido.
Lo contemplé largo rato y acaricié su cabecita sobrecogido de emoción, y luego miré a Elizabeth. La expresión con que nos contemplaba fue indescifrable para mí; creí ver dolor, miedo, ansiedad, pero lo descubriría más tarde, muy a mi pesar.
Al salir del cuarto de Noah y tomarla por la cintura, en un intento por abrazarla y volver a sentir su boca en la mía con la misma intensidad con que la había sentido apenas unas horas antes, su respuesta decidida de apartarse de mí, rodear el sillón y establecer una obvia frontera entre nosotros, me sorprendió.
—¿Qué sucede, Elizabeth?
—No quiero que vuelvas a hacerlo, Shaun.
—¿Hacer qué?
—No quiero que vuelvas a besarme.
—¿Por qué? -inquirí angustiado.
—No puedo continuar con esto.
—No comprendo. Hoy… tuvimos algo real… algo genuino… los dos sentimos algo muy fuerte.
—No sigas. Tu proximidad me confunde… y caigo en tus redes… pero no quiero que vuelva a sucederme.
—Explícame, Elizabeth, porque no lo comprendo. ¿Qué sucedió en estas pocas horas en que estuvimos separados?
—Cuando tomé distancia de ti y logré razonar con cordura, caí en la cuenta de que esa boca tuya la comparto con Tasha… y… a decir verdad, prefiero estar sola que compartirte.
—No compartes nad…
—Por otra parte -agregó interrumpiéndome- no puedo borrar de mi retina las marcas en su cuello y en sus pechos.
Abrí la boca para agregar algo, cualquier excusa, pero me fue imposible articular palabra. ¡Ella lo había visto! La maldita Tasha le había mostrado.
Me sentí derrotado por mi propia estupidez, aunque paradójicamente una chispa de placer se encendía en mi interior. Si a ella le molestaba lo que había hecho, significaba que le importaba, que de verdad había algo intenso entre nosotros, algo que valía la pena defender.
Entonces había esperanza.
Rodeé el sillón para acercarme a ella, pero se alejó aún más aumentando la distancia entre nosotros.
—Deberías marcharte, Shaun. Me alegra que hayas venido, Noah estuvo muy feliz con tu visita.
—¿Y tú?
—Márchate.
Caminé hacia la entrada, resignado a que tendría que luchar con todas mis fuerzas para lograr su perdón, y consciente de que no sería esa noche. Al llegar a la acera, volteé sólo para ver cómo ella cerraba la puerta tras de mí y escuchar deslizarse el cerrojo.
* * *
El resto de la semana trabajé prácticamente solo. Llamé a la chica nueva las pocas veces que necesité inyectables, pero por lo demás preferí atender a los pacientes sin ayuda.
Me hizo mucha falta Elizabeth. Ella era una asistente sumamente eficiente porque a su tarea profesional agregaba su humanidad y su ternura de madre, lo que hacía que los niños se sintieran más cómodos.
Me di cuenta de ¡cuán ciegos somos los hombres a los tesoros que nos rodean! Dos años trabajando con ella sin notarla, sin permitirme descubrir lo capaz que ella era de curar mis heridas, y de mi propia capacidad para curar las suyas. Mi propio egoísmo me había impedido verlo, así como me había llevado a arruinar lo nuevo que estaba naciendo entre nosotros.
¡Cuánta ceguera! ¡Y cuánta estupidez! Mi necedad eligió la venganza cuando en aquella casa me esperaba el amor.
Me merecía todo el castigo que ella ideara para mí.
Pero quería enmendar mis errores y debía trabajar en ello.
No dejé de ir ni un solo día a su casa. La ayudaba a preparar la cena, jugaba con Noah hasta que se dormía y luego me marchaba a la soledad de mi apartamento.
* * *
El sábado tuvimos noche de pizza con Leah. Noah se había disculpado con su tío por querer quedarse en casa -mentira de por medio-, por lo que Jason estaba informado de mi visita.
Noah era un niño tan amable, que prefería inventar una excusa a decir la verdad, para no herir los sentimientos de nadie.
No podía amarlo más y ¡me sentiría tan afortunado de ser su padre! Aunque jamás tuviera un hijo de mi sangre, con Noah me bastaba y me sobraba. Sólo faltaba que su madre me aceptara.