La primera vez
Shaun
Bajé despacio del SUV y me dirigí a la puerta con temor de lo que pudiera encontrar… o a “quién” pudiera encontrar.
Al llamar, Elizabeth me abrió casi de inmediato.
—Te esperaba -me dijo con esa sonrisa suya que me derretía-. ¡Pasa que hace frío! -me urgió al ver que yo no atinaba a moverme.
Entré y dejé mi abrigo en el perchero. La casa estaba acogedora con el hogar encendido.
—Ven, prepararé café.
La seguí hasta la cocina.
—¿Estás sola?
—Sí. Te dije que Noah está con mi madre -me respondió de espaldas, mientras vertía el café en la cafetera.
Pensé en Thomas, pero no me atreví a preguntar.
—¿De qué querías hablar? -inquirió ella volteando a verme directamente a los ojos.
Tomé aire, reuní coraje… y me atreví.
—Te amo, Elizabeth. Ya no soporto esta situación. Pretender ser tu amigo cuando en realidad deseo ser otra cosa me está enfermando. Quiero ser algo más en tu vida. Quiero ser tu pareja, quiero ser un padre para Noah. Los amo a los dos, pero ya me es imposible ignorar lo que provocas en mí, cómo haces vibrar cada fibra de mi cuerpo en un con…
No pude terminar. Mientras abría mi corazón ella se fue acercando a mí, tomó mi rostro entre sus manos, se puso de puntillas y me besó.
Me tomó tan por sorpresa que no supe cómo reaccionar. Si bien respondí al beso de inmediato, no sabía dónde poner mis manos.
—¿No vas a abrazarme? -susurró sobre mis labios.
—Tengo miedo de que salgas huyendo hacia detrás del sofá -murmuré también sobre sus labios.
Ella rió quedo volviendo a besarme y yo la envolví en mis brazos apretándola contra mi pecho.
El beso fue largo, intenso, maravilloso, y fue ganando ardor y anhelo.
De pronto ella se apartó, me tomó de la mano y me llevó a su reino.
Al entrar en su cuarto no me reconocí. Toda mi experiencia como hombre desapareció de repente y me sentí como un adolescente que tendría su “primera vez”.
Me asaltó la emoción por lo que vendría y el temor de no estar a la altura de sus expectativas, lo que se tradujo en mi cuerpo como un temblor generalizado y un aturdimiento de mis sentidos.
Volví, temblando, a tomarla en mis brazos y comencé a quitarle la ropa, mientras acariciaba con delicadeza ese cuerpo que se ofrecía a mí como un tesoro largamente anhelado.
Me despojé de mi ropa y nos tumbamos desnudos en su lecho, donde nos fundimos en la práctica más antigua del mundo, la más primitiva y natural, pero la más sublime para dos personas rotas que comienzan a sanarse.
Nos amamos hasta quedar exhaustos. Al fin sentí que me saciaba, que lo que buscaba en ese acto de amor me completaba, y si volvía a empezar era sólo porque, en mi hambre de ella, quería volver a saciarme.
La observé sin descanso para asegurarme su placer, excepto cuando mi propia explosión de placer me perdía. Quería que volviera a anhelarme tal como yo a ella. Y volvíamos a hacerlo.
—Por cierto, yo también te amo -musitó ella recostada sobre mi pecho y acariciando mi piel.
La apreté fuerte contra mí, levanté su barbilla y volví a besarla.
—¿...Y Thomas?
—¿Qué pasa con Thomas?
—¿No te despierta nada? Morí de celos ¿sabes?
—Thomas es un buen amigo, es el hermano de Leah y lo conozco desde hace mucho tiempo. Además, le gustan los chicos. Tal vez se enamoró de ti -agregó con una risita.
—¡¿Es gay?! ¡No se le nota!
—¡¡¡Shaun!!! -me reprendió ella- ¡No seas homofóbico! ¡Él no tiene por qué llevar una etiqueta en la frente!
—¡No soy…!
Me interrumpió con un beso y se irguió sobre su codo para mirarme, muy seria.
—No trajiste condones. Espero no estar en “esos” días o tendríamos problemas.
—No serían “problemas” -le respondí con una sonrisa.
—¿Cómo le explicaría a mi hijo?
No respondí a eso. La verdad era que nos habíamos dejado llevar sin pensar en las consecuencias.
—Debemos comer algo -dijo zanjando la cuestión y dándome un beso, para luego levantarse y dirigirse a la ducha.
No fui tras ella. El tema de los condones me había dejado pensando. No es que no quisiera un hijo con ella, sino que tal vez no era el momento.
Apenas Elizabeth terminó me duché yo, y cuando salí la encontré en la cocina.
—Prepararé unos churrascos -me dijo con una sonrisa-. Ya sería la cena.
Miré hacia la ventana y estaba atardeciendo. Habíamos estado en la cama desde la mañana, y sonreí con placer.
—Te dejo sola un momento -susurré en su oído mientras la abrazaba por la espalda y besaba su cuello.
Y salí en busca de una farmacia. Aunque fuera tarde, nos cuidaríamos.