Superando miedos
Shaun
—Por favor, explícame, Lizzy, porque no lo comprendo.
—Tengo miedo, Shaun. Tengo miedo de volver a sentirme humillada. La humillación ha formado parte de mi vida desde hace años, y cuando creí haberla superado allí está otra vez. ¿Y si tus padres piensan como Tasha, que me acuesto contigo para lograr estatus… o dinero?
››Todos estos años me he revestido de un escudo de dureza y fortaleza para criar a mi hijo sola y no dejarme arrasar por la vida, pero ahora que estoy enamorada me torné débil, y no soportaría otra humillación.
Acorté el escaso espacio que nos separaba y la abracé.
—¿Te acuestas conmigo por mi estatus?
—¡Maldito seas! ¡Por supuesto que no!
—Yo ya lo sé –le dije robándole un beso–. La respuesta es sólo para ti. Y si tú estás segura de lo que sientes, no importa lo que los demás piensen.
Volví a besarla hasta lograr que relaje su tensión y se rinda en mis brazos.
—Además, me encanta que te sientas débil por mí, así podré convencerte de algunas cuestiones… como quedarme esta noche, por ejemplo.
—¡No te aproveches! –exclamó colgándose de mi cuello y entregándose a mis besos.
La apreté contra mi cuerpo y me perdí en su boca. Nos olvidamos del café pero no de Noah, por lo que, cuando sentimos que el deseo iba en aumento, nos despedimos y me marché.
Afuera nevaba. Bendije la nieve.
* * *
—Ven, Elizabeth, ¿me ayudas en la cocina?
Lizzy se marchó tras mi madre y Scarlett.
Noah, que estaba sentado junto a mí en el sofá, al ver que su mamá se marchaba con dos mujeres extrañas, se aproximó un poco más para sentirse seguro.
Mi padre lo detectó enseguida, pero estaba preparado.
—¿Quieres jugar conmigo, Noah? Tengo un juego de mesa que se me hace difícil resolver. ¿Tú podrías ayudarme?
Sus ojitos se iluminaron y me miró, como siempre buscando permiso.
Cuando asentí, se fue con mi padre hasta la mesita de ajedrez, y después de que él quitara las piezas, se instalaron con un juego didáctico que papá había comprado exclusivamente para recibirlo.
Cuando las mujeres regresaron de la cocina y se dispusieron a tender la mesa, sonrientes y conversando animadamente, yo también sonreí.
Ellas se estaban entendiendo. Elizabeth parecía sentirse cómoda y haber perdido sus miedos y mi padre estaba conectando con Noah a la perfección.
Papá se había mostrado encantado con la botella de whisky que Lizzy le trajo, y más aún con la nota de agradecimiento, y mamá con el set de té japonés que le había obsequiado.
Yo estaba seguro de que esos detalles a ellos no los convencerían si ella no les hubiese agradado tanto.
No podía sentirme más feliz. Todos los amores de mi vida reunidos en una misma habitación era mucho más de lo que había soñado.
Sólo me faltaba algo que debía solucionar pronto.
Mientras Elizabeth distribuía la vajilla me acerqué a ella y besé su sien.
—¿Estás bien? –susurré.
—Sí –musitó con una sonrisa volteando a mirarme–. Gracias.
Aproveché la proximidad para acariciar su espalda, y luego me aparté para no olvidar dónde estaba. Fue entonces que descubrí el brillo emocionado en la mirada de mi madre y la sonrisa reprimida de Scarlett mientras distribuía los cubiertos.
Mi familia se sentía feliz por mí, porque había dejado atrás los rencores y los miedos y comenzaba nuevamente a vivir. Y era evidente que aprobaban a la persona que había elegido para dar ese paso.
Ya al atardecer, después de un agradable almuerzo, del café, y de una plática amena en que mis padres discretamente analizaron el carácter y las ideas de mi novia, nos dispusimos a marcharnos.
Noah pidió mis brazos, y una vez en la puerta se despidió de mi padre con la mano.
—Adiós, señor Thomas.
—Dime “abuelo Thomas” –respondió papá con una sonrisa.
El pequeño entonces se estiró y le dio un abrazo a mi padre con un “Adiós, abuelo Thomas”, que lo dejó emocionado.
También saludó a mi madre y a Scarlett con un abrazo. Parecía que el pequeño Noah se había puesto en modo conquista.
—Amaron a Noah –comentó Elizabeth una vez en el SUV–. Con eso me basta.
—También te amaron a ti.
—¿Tú crees? –inquirió ella con una sonrisa esperanzada.
—Estoy seguro.
Al llegar, Noah ya se había dormido, por lo que lo llevé a su cama y Elizabeth lo arropó.
Cuando salimos del cuarto, la abracé buscando sus labios. No era el momento de decir nada, sólo de sentirla contra mi cuerpo para llevarme su calor.
Lo próximo que tenía que hacer no debía ser apresurado, pero tampoco podía esperar.