- ¿Adónde vas tan tarde, hija? - me intercepta mamá casi en el umbral de la puerta, justo cuando estaba a punto de salir corriendo del apartamento y salir a la calle.
- A casa de Lesya, - ya sé que es tarde, que son las diez de la noche, pero no he dado un respingo, no voy corriendo a casa de mi amiga a intercambiar secretos, corro como una loca a buscar su ayuda. Algo muy malo. No puedo evitar ir hacia ella.
- ¿Qué es exactamente lo que va mal? - pregunta entusiasmada mi madre, y tengo la impresión de que está dispuesta a ponerse los zapatos y correr conmigo para resolver los problemas. Aunque sean los problemas de mi amiga.
- No lo sé, por eso tengo que ir a ver a Lesya y averiguar qué le ha pasado.
- Ahora, un momento, - mi madre sale del salón, y en una docena de segundos vuelve y me da dinero, - toma, coge un taxi. Es evidente que los autobuses ya no circulan, y tardará mucho en llegar a pie. Y quiero que ella también conduzca de vuelta, hay tiempo de sobra en ambas direcciones.
- Gracias, mamá, - sé lo difícil que es para mi madre conseguir estos fondos, muy difícil, y como es la única que mantiene a nuestra pequeña familia, siempre hay poco dinero. Por eso comprendo lo problemáticos que son para nosotros estos gastos imprevisibles del taxi, pero una vez más pone de relieve la increíble madre que tengo. Si la naturaleza se apartó de mi padre, enviándome un personaje que claramente no era el mejor, ¡mi madre es la mejor!
Sé que un viaje a la residencia de una amiga es algo caro, y este dinero habría bastado para un par de días de comida para mi madre y para mí, pero tampoco podía dejar a Lesya en apuros. La chica me había llamado hacía unos diez minutos y trataba desesperadamente de decirme algo. Pero como estaba llorando e histérica, no entendí nada, y le prometí a mi amiga que iría a verla pronto y lo averiguaría todo, por así decirlo, cara a cara.
- ¿Diana? - La recepcionista obviamente no esperaba verme aquí a una hora tan tardía, parecía que ya se estaba preparando para echarse la siesta, así que intentaba ver a través de sus gafas con cara de sueño para ver si realmente era yo.
- Buenas noches, Valentyna Georgievna, - le dije a la mujer como un ruiseñor, y le entregué una chocolatina. Una tableta de chocolate con leche y una nuez. Era la golosina favorita del vigilante. Afortunadamente, yo tenía algunas en casa, así que tenía un pequeño soborno para que ella llegara hasta mi amigo. - Voy a ver a Lesya, sólo un par de minutos, ¿de acuerdo?
- Gracias, por supuesto, - la mujer era una golosa, así que aceptó de buen grado mi golosina, e incluso me pareció que se había desprendido por completo de los grilletes del sueño al ver semejante regalo, - pero ¿por qué tan tarde? ¿Ha pasado algo?
- No lo sé. Sólo voy a averiguar si ha pasado algo o no.
Obviamente, algo había pasado, estaba claro por el estado en que se encontraba Lesya cuando me llamó. Pero eso no era nada comparado con lo que vi cuando abrió la puerta de su habitación. Sentí el nivel del desastre con mis propios oídos y ojos.
- Eh, eh, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás tan pálida? Mi amiga estaba pálida, estaba verde y, en general, me parece que en sólo un par de segundos, durante los cuales observé el rostro de Lesya, cambió decenas de colores. La chica estaba moralmente agotada. Exprimida. E incluso asesinada.
- Diana... - alcanzó a decir una sola palabra, y comenzó una histeria aún mayor, más poderosa. Nunca había visto a la gente llorar así. Era como si la mayor cascada del mundo estuviera dentro de la chica y ahora no dudara en soltar agua fuera. Al mismo tiempo, estaba haciendo tal ruido que ni siquiera se oiría al lado de la cascada.
- Cálmense todos, guarden silencio, - acerqué a mi amiga a la cama y la senté en ella para que no se cayera y se hiciera moratones. Era lo último que me faltaba. - Y ahora vamos a respirar. Exhalemos. Repite conmigo.
Durante un par de minutos le di a Lesya una clase magistral de ejercicios de respiración y, afortunadamente, no se golpeó el dedo del pie como una oveja, sino que repitió después de mí. Y este método funcionó. Al principio, mi amiga empezó a calmarse, luego las lágrimas dejaron de brotar de sus ojos y, al cabo de un par de minutos, se recompuso por completo. Sólo sus ojos seguían tristes. De alguna manera, ni siquiera estaba viva. Normalmente alegre y optimista, Lesya no parecía ella misma en ese momento. Y eso era lo que más me asustaba y deprimía de la situación.
- Ahora dime quién o por qué te has metido en semejante tragedia, - formulé la pregunta que había venido a hacer cuando la chica se hubo calmado. Después de todo, no tenía mucho tiempo. Cuanto más me quedara aquí, más caro me saldría el taxi y menos dinero tendríamos mi madre y yo para vivir.
- Diana... - pensé que Lesya iba a echarse a llorar otra vez, porque le empezó a temblar el labio inferior, pero esta vez consiguió controlar sus emociones y dijo lo siguiente, - van a cerrar nuestra especialidad. Más concretamente, están cerrando por completo las plazas presupuestarias de nuestra especialidad, y esto... y esto...
Su amiga no pudo terminar la frase y una nueva oleada de histeria se apoderó de ella. Y yo... No pude ayudarla, no esta vez, porque yo mismo me enteré de la noticia...
Solo pude añadir a la frase de Lesya, "y este es un completo gilipollas...".