- ¿Cuál es tu dirección, princesa? - me preguntó David en cuanto me sentó en el asiento del copiloto de su coche. El coche, al igual que su dueño, era precioso. Había un estilo masculino en este coche que se entrelazaba con la confianza. Era como si el hombre y el coche fueran uno, una familia, adoptando mutuamente sus cualidades y actuando como una unidad fuerte.
Al principio, dudé un par de segundos después de esta pregunta, dudé en decirle la dirección donde vivíamos con mi madre, porque era como una transición a un nuevo nivel de relación. Pero menos mal que sólo duró un par de segundos, porque me di cuenta de lo mucho que me preocupaba. En primer lugar, mi familia y yo vivimos en un bloque de pisos, así que aunque David supiera la dirección, yo no le diría el número de piso, ¿verdad? Y en segundo lugar, y lo más importante, ¿en qué me estoy metiendo? ¿Qué tipo de relación? Estoy segura de que el hombre no tiene problemas con las chicas, le sobran, sobre todo chicas guapas y sexys, ¿para qué necesita un ratón gris como yo con bragas de flores? Me reía de estos pensamientos estúpidos sobre la relación entre David y yo. Tenía que creer en semejantes tonterías.
- Creía que trabajabas en un atelier, - dijo el hombre después de que le diera mi dirección y de que empezáramos a conducir, sin apartar los ojos de la carretera.
- No, sólo ayudo a mi madre en el estudio de vez en cuando. Y decidí ganar algo de dinero con los folletos, - si ya se había dado cuenta de que repartía folletos con ese disfraz, si me habían pillado in fraganti, no tenía sentido inventarse una historia.
- ¿Necesitas dinero? - David hizo esta pregunta de tal manera que enseguida quedó claro que quería darme el dinero. Y yo no podía permitirlo.
- No creo que haya una persona en el mundo que no lo necesite. Sólo hay un par de matices que hay que cerrar con el dinero, así que decidí trabajar. Es bueno para mi salud tomar un poco de aire fresco y ganar algo de dinero al mismo tiempo. Por así decirlo, lo de siempre.
- ¿Necesitas mucho?
- No, sólo un poco, aunque en realidad era una buena suma, pero no iba a quejarme a el hombre de que me habían abandonado tanto en la universidad que ahora tenía que encontrar cualquier trabajo lo antes posible y cogerlo con las dos manos y los pies.
Por suerte, el tema del dinero se detuvo después de eso, y David no volvió a sacar el tema, sino que empezamos a hablar de la situación de ayer en el estudio y de cómo el mundo está lleno de cabrones como aquel visitante insolente de ayer.
- Deja que te ayude a subir a casa, - se ofreció el hombre en cuanto llegamos a la casa indicada.
- No, gracias, me las arreglaré solo, - le dije, y aquí seguimos. Fui la única capaz de reaccionar adecuadamente ante David, tuve que dejar de sonrojarme con sólo verle, mientras derribaba todos mis ajustes con esta frase. Siento que empiezo a ponerme como una remolacha y me doy cuenta de que tengo que salir de aquí cuanto antes, para no esperar el momento en el que vuelva a convertirme en un cangrejo de río hervido y “complacer” a el hombre con esta mirada.
- Vale, pero no me he olvidado de ir a tomar un café, así que espero al timbre, - el hombre hizo una combinación con el pulgar y el meñique y se los puso en la oreja, representando el timbre que espera que toque-.
- Y no voy a renunciar a este plan, - bueno, ya está, Emily, hemos flirteado un poco, sonreído un poco, y necesito conocer el honor. - Gracias de nuevo. Gracias por todo.
Un deseo involuntario envolvió mi cerebro, y antes de que la materia gris empezara a procesar esta información, antes de que empezara a buscar la adecuación de este plan, me incliné hacia el hombre, le di un beso en la mejilla e inmediatamente corrí hacia la puerta. Menos mal que ya estaba abierta, porque me habría dado vergüenza si hubiera sido al revés.
No puedo decir que corriera como una maratoniana, aún me dolía la pierna, pero intenté hacerlo todo lo más rápido posible para que, Dios no lo quiera, David no tuviera tiempo de salir del coche e impedir mi huida. No sé qué habría dicho para justificar aquel beso. No había excusas adecuadas, fue un impulso, un deseo incontrolable. Que cumplí con gusto.
- Mamá, ¿estás en casa? - Aunque sí, era obvio que mi madre estaba en casa, porque nada más entrar en el apartamento, noté sus zapatos en la puerta principal.
Era extraño, porque normalmente mi madre volvía del estudio más tarde, y allí era donde tenía que trabajar hoy. Dios no lo quiera, ¿qué había pasado? La idea se me pasó por la cabeza, así que entré corriendo en la casa.
- Mamá, ¿va todo bien? - Mi madre estaba sentada en la cocina, en la mesa, pero no había comida, ni tazas para que mi madre bebiera café o té. Estaba sentada a la mesa y parecía estar pensando en algo. - ¿Por qué has vuelto tan pronto del trabajo?
- ¿No debería haber llegado antes? ¿No debería haber visto lo que vi?