Familia por herencia

Capítulo 23

Me pregunto si David me está apretando aún más. ¿O por qué siento que ALGO crece detrás de mí, presionando mis nalgas, y cada vez estoy más caliente? ¿O es porque está presionando contra mí? ¿No lo habías pensado, Diana? Me sorprendo a mí misma pensando que sí, que soy yo la que está asomando el culo de tal manera que estoy mucho más cerca del hombre. Quiero sentir todo el espectro de fuego que bulle en los calzoncillos de David... Entonces, ¿quizás te calmes? ¿Quizás te eches atrás?

- ¡Diana, despierta!

La presión empieza a ceder, la tensión detrás de ti disminuye notablemente y, al cabo de un momento, desaparece por completo.

- Tu madre te está llamando. ¡Despierta!

Y sólo ahora me doy cuenta de que no fui yo quien interrumpió tan íntimo acercamiento, no detuve el roce que en unos segundos más se habría convertido de chispas en fuego. Fue David el que se recompuso, el hombre que giró sobre su cabeza fría y se detuvo, sin cruzar la línea que separa a los meros conocidos de los amigos que han llegado a conocer el cuerpo del otro...

- Ya ha llamado cinco veces.

Y sólo ahora me doy cuenta de lo catastrófico de la situación. Mientras mi madre intentaba comunicarse con su hija, llamar su atención, la propia niña ignoraba las llamadas de su madre y se frotaba los talones contra... un hombre al que conocía poco. La hija pidió ver a ese hombre ella misma. Insinuándolo descaradamente, moviendo las nalgas delante de su linterna.

Salté de la cama como si me hubiera picado en un sitio... Aunque, esto no está tan lejos de la verdad... Me picó, y mucho, y menos mal que llevaba bragas. Al menos tuve la sensatez de no quitármelas.

- Sí, mamá, - dije, y me quedé dormida. Pensé que no había cerrado los párpados en toda la noche, pero resultó que sí, porque el sol ya había salido por la ventana, iluminando con sus rayos el apartamento, y mis ojos no se orientaron inmediatamente en el espacio. Como en una niebla. Apenas puedo captar la silueta de David, y entonces cojo el móvil que me tiende el hombre.

- Diana, ¿dónde estás? - Parece que mi madre aún no se ha recuperado de nuestra discusión de ayer, porque responde a mis palabras con un tono formidable y frío.

- Umm... en casa de Lesya, - no recuerdo inmediatamente que le mentí a mi madre, porque mis ojos por fin enfocan, ya no se ve todo borroso como antes, y esta mirada se posa inmediatamente bajo la cintura de David. Mi mirada, como si de un mando de radio control se tratara, se centra en el lugar que hace un momento rozaba mi quinto punto. El lugar que hace apenas diez segundos me hacía saltar chispas cerca del trasero.

- ¡No me mientas! - Mamá no dice estas palabras, simplemente las gruñe al teléfono, y es perfecto en este momento, porque me doy una bofetada condicionada, me obligo a levantar la vista y mirar fijamente la cara del hombre. Espero que no se haya dado cuenta de hacia dónde se dirigían mis ojos hace unos segundos. Pero mi esperanza se apaga de inmediato antes de que pueda reavivarse, porque David me observa atentamente y es evidente que no ha pasado por alto mi vergüenza. Me ha pillado in fraganti. - Acabo de ir a casa de Lesya y no estás. Diana, ¿dónde estás?

- Mamá, yo... - ¿Cómo estaba Lesya? ¿Por qué fue allí? ¿Decidió pillarme en una mentira y... lo hizo? ¿Qué demonios se supone que debo decir? ¿Cómo salgo de esta? El hombre que me mira echa más leña al fuego. Sí, es obvio que quiere ayudar de alguna manera, pero de momento su atención no hace más que confundirme más. No me permite recomponerme. Después de dormir. Después de frotarse contra mí. Después de lo que dijo mi madre...

- Estás con ese hombre, ¿verdad? Te acuestas con ese hombre, ¿verdad, Diana? - Pero mi madre no afloja ni un momento, sigue apretando el acelerador y pronto me arrollará con su presión. O mejor dicho, ya la noto doblegándome bajo su prensa mecánica.

- Yo...

- Diana, ¡no esperaba esto de ti! No pensé que te estaba haciendo un favor, ¡y así es como me lo pagas! ¡Qué vergüenza! Mi hija está pidiendo...

- ¡Mamá! - Sólo se contuvo en el último momento para no insultarme, para no infligirme otro doloroso golpe moral.

- ¿Qué, mamá? ¿Estás diciendo que no es verdad? ¿Que estás con el hombre equivocado?

Mi madre hace una pausa, esperando que me justifique. Pero yo no pongo excusas. En primer lugar, no quiero involucrarme aún más en una mentira. Ya me ha pillado una vez con las manos en la masa. Y en segundo lugar... ¿Por qué tengo que justificarme? ¿No tengo derecho a estar con un hombre? Ya tengo dieciocho años, ¿qué pasa? ¿Me va a controlar toda la vida o qué?

- Pues con él, - suspira mi madre con tristeza, sin esperar a que responda. - Vale, Diana, si tan mayor eres, si decides por ti misma qué hacer y con quién acostarte, sé adulta hasta el final. Yo renuncio a ese préstamo estudiantil, salvo mi atelier, y tú, mi niña adulta, vas a resolver tus problemas con los estudios, con ese hombre, con todo. Buena suerte, hija mía. La necesitarás en tu vida adulta. Suerte y buena cabeza, porque ahora es evidente que careces de ella, si has decidido liarte con un hombre adulto...




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