David
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- ¿Dónde está mi traje? - Dido sale directamente con las bazas, no va a saludarme ni a preguntarme cómo estoy o si puedo hablar. Pero no puedo, estoy ocupada, y sólo porque ha marcado por cuarta vez en un minuto acepto la llamada.
- ¿Por qué has decidido pegarte las aletas? ¿Necesitas un uniforme? - Incluso me avergoncé cuando llevé aquel traje roto al estudio. Le ofrecí a Renan que se comprara uno nuevo, o que fuera a alguna tienda, o que lo encargara por Internet, pero mi abuelo se empeñó en no darle más que este traje. Se casó con él, morirá con él. En todo caso, estas son sus citas, yo no añado nada más. Si no, pensarán que quiero meter a mi pariente en la tumba antes de tiempo. Él mismo se encargará de esta tarea.
- ¿Dónde está, bufón con cerebro de guisante? - Creo que no en vano mi abuela murió antes que mi abuelo, aunque era cinco años más joven que él. Hay que tener nervios de acero para soportar semejantes murmuraciones todos los días, a todas horas. Fue un milagro que mi abuela se quedara con él cuarenta y seis años, pero luego no pudo soportar este amargo destino y se fue a un lugar mejor. Probablemente esté recuperando el aliento allí, en el cielo, o volverá a pasarlo mal cuando el abuelo decida seguirla. Alguien como él también la llevará allí, y seguirá rompiéndole la cabeza con sus cucharadas.
- ¡Mañana debería estar todo listo! - Aunque debería dar las gracias a Renan por este traje agujereado, si no fuera por él, no habría conocido a Diana. No sabía que existían chicas tan puras y sinceras. Que no todas las mujeres siguen siendo mercenarias que buscan una víctima para toda la vida. O mientras esa víctima gane dinero. - ¿Eso es todo?
- ¡No! ¿Crees que te llamé por ese maldito traje apestoso?
- ¿Qué más querías de mí, mi querido abuelo? - Renan está furioso por alguna razón, algo le está cabreando, porque está gritando como un loco al teléfono, cantando como un gallo disparado a las cuatro de la mañana.
- ¿Vienes a mi casa el viernes?
- ¿Qué va a pasar allí? La tía Halyna hará tortitas, tú cogerás mermelada de fresa de la bodega, y nos sentaremos juntos a hablar dulcemente de esto y de lo otro... - Sé que le estoy quitando días de vida a mi abuelo con semejantes provocaciones, poniéndole furioso, pero éste es el esquema: o me lleva él o le llevo yo. Si yo no llevo a la cabra, la cabra me llevará a mí. ¿Y para qué demonios lo necesito?
- Imbécil! - Bueno, así es como nos comunicamos con mi abuelo. Es un poco diferente de la clásica relación nieto-abuelo, ¿no?
- Como el manzano, como las manzanas, - digo en serio, pero no puedo resistir la risa. Me gustaría poder ver ahora la cara de mi abuelo, ver cómo enrojece más y más a cada segundo que pasa, y pronto este tomate estará salpicado de podredumbre en todas direcciones.
- ¡Te lo dije, idiota! - El abuelo no capta el humor, pero sigue escupiendo saliva al otro lado del móvil, tan enfadado estoy. - ¿Vas a participar en el concurso por la herencia?
- Seguramente te refieres a si bailaré dócilmente a tu son. La respuesta es no, no lo haré. ¿Tienes más preguntas?
- Y vas a regalar todo a otros, todo lo que he acumulado a lo largo de mi vida, mi padre, y tu padre también, tuvo mucho que ver. ¿Y ahora vas a regalarlo todo sin ni siquiera intentar ganar?
Renan me está tocando la fibra sensible, sabiendo que esto me va a doler, porque mi padre trabajó muy duro para proporcionarme un futuro brillante, sólo para ser asesinado por sus competidores cuando no estábamos en los mejores términos. Por eso mi padre transfirió sus méritos no a mí, su único hijo, sino a su viejo. Quien ahora quiere manipularme. Quiere mover los hilos para que yo haga su voluntad.
- ¿Y se lo vas a regalar todo a esos aprovechados? - Me refiero a casi todos mis parientes, que esperaban recibir esta herencia y por eso no pensaron mucho en cómo desarrollarla y ganar dinero en algún sitio. ¿Y por qué diablos no, si se avecinaba un bote tan gordo?
- Pues sí. Si eres imbécil, entonces sí, te lo doy, - Renan intentó decirlo con calma, sin encender las emociones, pero yo sabía perfectamente lo difícil que le resultaba contenerse, porque tenía la misma opinión que yo sobre nuestros "simpáticos" parientes. Yo era el que debía llevarse aquella herencia, yo era el heredero adecuado, todo el mundo lo sabía, pero aun así todos intentaban llevarse un bocado de aquel gordo trozo de pastel. Cada uno de ellos pensaba que era el futuro propietario de una enorme cantidad de dinero en el balance.
- Bueno, sí, están en su derecho... - bueno, yo no me voy a morir de hambre, tengo un negocio que me reporta buenos ingresos, tengo mi propia casa, un coche de prestigio, así que de alguna manera sobreviviré sin esta maldita herencia. Que esas pirañas se coman unas a otras por ese dinero. Prefiero quedarme al margen y ver cómo se arrancan la cabeza unos a otros con gran diversión.
- ¿Te acuerdas de "Kolorfulmet"? ¿Lo recuerdas, nieta?
Cuando el abuelo se enfadaba, cuando escupía saliva en todas direcciones y maldecía, no estaba tan mal cuando empezaba a hablar con calma, divertido, con cierta socarronería en la voz. Aunque el viejo tenía ya más de veinte años, aún sabía cómo presionar a sus oponentes y cómo hacerles escuchar con atención y comprender que él no era ninguna broma. Los mantenía moralmente bajo control. Hoy en día, mi abuelo se pone en modo hombre de negocios y no le importa estar hablando con su propio nieto. Si es necesario, atropellará a su propio nieto con una pista de patinaje de sus planes.
- Lo recuerdo, pero ¿y qué?
- ¿Crees que los esqueletos saldrán del armario si uno de tus parientes tontos se hace cargo de la gestión de Colorfulmet? ¿No desconfías de esos esqueletos del pasado, David?