David
***
- ¿Estás satisfecho? - Asiento con la cabeza al pantalón, que mi abuelo retuerce entre las manos tratando de buscarle un truco. Siempre es así - le cuesta admitir que alguien ha hecho algo bien, si no perfectamente. Siempre necesita criticar el trabajo de los demás, señalar los defectos, expresar su "fu". Y no, no es por la vejez, como les pasa a los demás, Renan siempre ha sido muy quisquilloso y pesimista, la vejez no ha hecho más que desarrollar esos defectos y volverlo aún más gruñón.
- Servirá, - refunfuña para sí, claramente insatisfecho por no haber encontrado los errores del maestro, y vuelve a arrojar aquellos pantalones sobre el brazo de la silla como si no tuvieran importancia. Aunque sé, y tú también, cuántos años lleva guardando esta rareza. - ¿Cuánto le debo?
- Por meros lazos familiares, en absoluto: compré más de lo que gasté cuando visité aquel atelier. Así que todavía tengo que pagarle a mi abuelo un extra por limpiar esos agujeros.
- ¿Necesita algo más?
Normalmente intento no quedarme mucho tiempo en casa de Renan para que no me moleste, así que el abuelo no entiende por qué sigo aquí molestándole.
- ¿Por qué eres tan grosero?
- ¿Vas a participar en el concurso de herencia?
- No, no pienso hacerlo, ¿por qué? - Su vida gira en torno a esta herencia, ¿no? Parece que si alguien se lleva la herencia, entonces la misión del abuelo estará completada y se pondrá un traje remendado y se arrastrará hasta el ataúd y pedirá que cierren la tapa tras él.
- ¡Entonces no tengo nada que hablar contigo! ¡Vete a la mierda!
- Maldita sea, la herencia... me golpeo teatralmente la frente, como si recordara algo demasiado importante, mientras ignoro las ganas de Renan de empujarme fuera. - Olvidé que había traído los documentos para la planta. Para dárselo todo al futuro propietario, por así decirlo.
- ¿Y dónde están esos documentos? - No puedo hablar con mi nieto, pero cuando se trata de herencias, mi abuelo parece mucho más interesado. ¿Quizá sólo está montando este circo con la herencia para divertirse, y luego se la quedará para él y seguirá siendo el principal propietario de la riqueza? ¿Por qué no? Renan dice que va a morir, pero a juzgar por la forma en que sigue corriendo y manejando a los demás, este hombre tiene mucha salud. Todavía puede casarse con alguna joven y derretirle el cerebro durante un par de décadas. Este es así, este puede hacerlo.
- En el coche, - para ser honesto, no los llevé conmigo a propósito, todo estaba planeado de antemano.
- Entonces, ¿qué haces todavía aquí de pie? ¡Ve a buscarlos!
¿Tiene un programa en la tele para picos o algo así, donde eleva el nivel de su balbuceo y lo mejora? ¿O dónde tiene tanta prisa?
- Ahora, - en lugar de ir al coche yo mismo, marco a la chica. Que se supone que es la guinda de toda esta producción. - Diana, ¿ves un paquete en el asiento trasero?
Lo digo como si no hubiera pasado nada, pero al mismo tiempo siento que una mirada interesada se clava en mi espalda. O es mi abuelo, que está impaciente por conseguir esos malditos documentos, o está interesado en saber quién es Diana. O tal vez ambas cosas.
- Aquí, en la casa. Si no es mucha molestia. No te preocupes, no tiene perros en el patio, puedes entrar con confianza, - ¿para qué necesita perros si puede matar a cualquiera con sus frases?
- ¿Quién es esta Diana? ¿Y por qué viene aquí? - En cuanto terminé la llamada y me giré para mirar a Renan, enseguida mostró su interés. Un interés que incluso interrumpió su interés por conseguir los títulos lo antes posible. Lo eclipsó.
- ¿Por qué no puede entrar mi novia en casa de mi abuelo? - Le miro estúpidamente, mostrando con todo mi cuerpo que no entiendo qué es tan escandaloso.
- ¿Es tu novia? - Tendremos que saltarnos un poco el programa de los gruñones, porque mi abuelo tiene otra cosa urgente que hacer aquí: averiguar qué está pasando. La sorpresa es fácilmente legible en su cara.
- Sí, mi novia. ¿Por qué te sorprendes tanto? ¿No puedo tener novia o algo así?
- Nunca has traído a nadie a esta casa, - y es verdad, si he conocido a alguien de mis novias, ha sido en un restaurante o en mi casa. Por lo general, estas jovencitas no soportaban la presión y el descaro de este anciano y un par de minutos después de conocerlo, con el pretexto de asuntos urgentes y apremiantes, huían de él, y sólo el olor del perfume les recordaba que habían estado allí.
- Hay una primera vez para todo. Hoy ha llegado el momento de esta primera vez.
Siento en ausencia, Diana, haberte metido en este torbellino, y espero que puedas soportarlo...