Fingiendo amor

CAPÍTULO 3

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Miley

El sol estaba en lo más alto cuando giré en el camino de grava que llevaba al rancho "Aguamarina". Después de la parada en Livingston Manor, donde Bethany y yo comimos algo rápido, el resto del trayecto había sido tranquilo. Ella ahora dormía profundamente en su silla, ajena a la tormenta de nervios que se había desatado dentro de mí.

El paisaje familiar se desplegó ante mí: los pastos verdes, el establo con su tejado inclinado, y la casa principal con su porche amplio y las ventanas brillando bajo el sol del mediodía. Detuve el coche frente a la casa y apagué el motor, pero no bajé de inmediato.

Miré a Bethany, su carita tranquila mientras dormía, y sentí un nudo formarse en mi garganta. Los recuerdos de mi vida en el rancho comenzaron a embargarme. Crecí en este lugar rodeada de reglas estrictas y expectativas aún más rígidas. Mi familia siempre había sido conservadora, casi primitiva, cuando se trataba de valores tradicionales, especialmente en lo referente al matrimonio y la familia. Y ahora, aquí estaba yo, mamá soltera, regresando a contarles una mentira.

"Estoy casada." Esas dos palabras se repetían en mi cabeza como un mantra. Mi supuesto esposo, un marine entregado a su trabajo, no había podido venir porque estaba desplegado. Sonaba creíble, lo suficientemente heroico como para que no hicieran demasiadas preguntas, pero aun así, el miedo a ser descubierta me mantenía en vilo.

¿Y si mejor me voy? ¿Si regreso a Nueva York?

No. No puedo hacer eso.

Cuento con que mi abuelo se haya acordado de mí en su testamento y me haya dejado algo que me sirva para proveer a mi hija hasta encontrar otro trabajo.

Me mordí el labio, sintiendo cómo la presión crecía en mi pecho. ¿Podría mantener la mentira sin que me delatara? ¿Podría mirar a mi madre a los ojos y hablar de un esposo inexistente sin que ella lo notara?

¡Tenía que poder!

—Todo estará bien, Miley. Hazlo por tu hija —murmuré para darme valor.

Respiré hondo, tratando de calmar mis nervios. Abrí la puerta del coche y bajé con cuidado. Bethany seguía dormida, y yo sabía que, en cuanto cruzara esa puerta, no habría marcha atrás. Por el bien de ella y de mí misma, tenía que hacer que esta mentira funcionara.

Rodeé el coche y cargué a mi bebé en mis brazos y miré a una de las ventanas de la casa. Parecía que no había nadie.

¿Debería sacar las maletas?

Me quedé pensando si hacerlo o no, mientras esperaba que alguien saliera a recibirme, cuando me decidía a sacarlas y me acerqué al maletero, noté que la puerta estaba medio abierta.

Oh, no.

¿Hace cuanto está así?

Me preocupé al pensar que había olvidado poner el seguro en el maletero desde que salí de New York y que mis maletas se habían caído en algún lugar de la carretera. Cuando iba a comprobar, una mano sobresalió por el espacio del maletero abierto, y pegué un grito. Me mordí el labio inmediatamente, recordando que Bethany dormía plácidamente en mis brazos.

La mano se agitó un poco, y mi corazón se aceleró.

—¿Qué demonios…? —susurré entre dientes, con el pulso a mil.

Sin embargo, antes de que pudiera hacer algo más, la mano volvió a moverse, como si tratara de abrir más el maletero.

¿Quién o qué…?

La curiosidad y el pánico se mezclaban en mi estómago. Tenía que descubrir qué estaba pasando antes de que eso se convirtiera en una escena demasiado rara para explicar a mi familia.

Tragué saliva, asegurándome de que la niña aún estaba dormida y me acerqué un poco más con pasos lentos, casi sigilosos, como si fuera a descubrir un espía o un criminal. Apreté el manillar y empujé la puerta del maletero con un pequeño impulso.

Y ahí estaba...

¡Damiano!

Su cabeza asomaba entre las maletas y prendas sueltas de vestir, sus ojos como platos, y su expresión de horror al darse cuenta de que yo lo había descubierto.

¿Qué demonios significaba esto?

Mi corazón latía tan fuerte que temí que pudiera despertarse Bethany con el sonido. Miraba a Damiano como si no fuera real, como si fuera una pesadilla demasiado extraña para ser verdad. ¿Cómo se había atrevido a aparecer aquí, metido en el maletero de mi coche como si nada? Me sentía una bomba de tiempo a punto de estallar.

—¡¿Qué diablos estás haciendo aquí?! —le grité, mi voz llena de furia contenida. —¡Te dije que no te quería en mi rancho!

Damiano parecía tan despreocupado como siempre, como si nada de esto fuera serio. Salió del maletero con esa calma irritante que me sacaba de quicio. Su rostro se iluminó con esa sonrisa arrogante que ya conocía demasiado bien.

—¿Qué pasa, Miley? —dijo, como si fuera lo más natural del mundo, estirando los brazos como si acabara de hacer una hazaña heroica. —¿Te has olvidado de que siempre tengo una forma de aparecer donde menos te lo esperas? —se llevó una mano a la nuca—. Tu forma de conducir es demasiado peculiar. Creí que no saldría vivo de ahí.

—¡Eso es lo de menos! —le solté, mi respiración agitada—. Has ido demasiado lejos. Pudiste asfixiarte dentro del maletero, idiota.




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