Damiano
La madre de Miley, Rosy, nos invitó a pasar a la sala mientras iba a traernos unas limonadas. Tan pronto como desapareció en la cocina, Miley se soltó de mi brazo con un movimiento brusco, como si mi simple toque fuera suficiente para quemarla.
Dejó a la niña recostada en el sofá y se giró hacia mí con una mirada que habría hecho retroceder a cualquier hombre sensato. Pero yo no era precisamente sensato.
—No... —dijo con los dientes apretados, intentando mantener la calma.
—¿No? —repetí, arqueando una ceja, disfrutando más de la situación de lo que probablemente debería.
—No puedes quedarte aquí —espetó, apuntándome con un dedo como si fuera un arma letal—. Le mentiste a mi madre diciendo que eres mi esposo y padre de Bethany.
—¿Por qué lo dices como si fuera algo tan malo? Es una niña encantadora, tiene mi sonrisa.
Miley resopló, claramente al borde de perder el control.
—Esto no es un chiste, Damiano. Vas a decirle que tienes que regresar a la ciudad. No puedes quedarte ni un minuto más, ¿entiendes? Antes de que mi padre o mis hermanos lleguen. Porque cuando lo hagan.. las cosas no van a terminar bien para ti. No son tan amables como mi madre.
—Qué dramática, amor.
—Estoy hablando en serio. Y no me llames así.
La miré con toda la calma que su furia exigía. Estaba preciosa cuando se enojaba, con las mejillas encendidas y esos ojos fulminantes que juraban mi destrucción inmediata. ¿Cómo no querer provocarla un poco más?
—No pienso irme, tesoro —respondí con un tono cargado de descaro, acercándome un paso hacia ella—. Soy un esposo devoto, y un esposo devoto nunca abandona a su familia. Además, ¿quién cuidará de ti y de Bethany si esos rudos hermanos tuyos aparecen de pronto?
—¡No te preocupes por mí, si no por ti! —susurró entre dientes, apuntándome con un dedo que parecía un arma letal—. Porque, en cuanto se enteren de que me deshonraste y, para colmo, no los invitamos a nuestra boda falsa, tanto mis hermanos como mi padre van a querer matarte.
Sonreí ampliamente y, antes de que pudiera reaccionar, tomé su mano y entrelacé mis dedos con los suyos.
—No te preocupes, vamos a llevarnos bien en cuanto los conozca. Ahora relájate y respira cariño. Rosy no puede verte lucir nerviosa, o sospechará algo. Tengo esto bajo control. Confía en mí, ¿sí?
—¡No voy a confiar en ti! —protestó, intentando soltarse.
En ese momento, escuchamos pasos que se acercaban desde la cocina. Sin dudarlo, me acerqué más y la atraje hacia mí.
—¿Qué haces? —susurró furiosa.
—Interpretando mi papel de esposo perfecto.
Justo cuando Rosy apareció con una bandeja de limonadas, pasé un brazo por la cintura de Miley, acercándola aún más.
—¡Gracias, Rosy! —dije con mi tono más amable—. Estábamos recordando nuestra primera cita. Miley siempre se pone sentimental con esas historias, ¿no es cierto, amor?
Ella me fulminó con la mirada, pero al volverse hacia su madre, sonrió con tal dulzura que habría sido creíble si no fuera por el pisotón que me dio en el pie.
—Sí... claro. Es un romántico —respondió con un tono cargado de sarcasmo que Rosy, afortunadamente, no notó.
—Me desconcertó mucho enterarme así de que te habías casado y encima tenías una hija, pero ahora que los veo me siento un poco mas tranquila. Tu esposo parece un buen hombre, cariño —comentó Rosy, emocionada.
—Sí, mamá. Es un... tesoro.
Sonreí, ignorando el dolor en mi pie. Si quería que me fuera, tendría que esforzarse mucho más, pero yo no me iba a quedar atrás.
—Por favor, tomen asiento —nos ofreció su madre. Tiré suavemente de la mano de Miley, llevándola al sofá, mientras Rosy se acomodaba cerca de la pequeña Bethany, que seguía profundamente dormida.
—Es una cosita preciosa —dijo Rosy con ternura, mirando a la niña.
—Yo la hice —afirmé con orgullo, sonriendo como si acabara de recibir un premio.
Miley me miró como si quisiera arrancarme la lengua, en cambio su madre pareció un poco incómoda y apenas asintió con una sonrisa débil.
Pasaron unos treinta minutos en los que Rosy no paró de hacer preguntas, y yo, encantado, le conté todo sobre "nuestra historia". A estas alturas ya me sentía un escritor profesional inventando detalles de una boda que jamás ocurrió y momentos familiares que solo existían en mi imaginación.
Pasamos de un tema a otro hasta tocar el asunto por el cual Miley había hecho el viaje: el testamento de su abuelo.
—La muerte de tu abuelo nos tomó por sorpresa a todos, fue un acontecimiento muy triste. Pero bueno... La vida sigue para el resto y no queda más que resignarse.
—Es una pena que no haya podido conocerlo —dije antes de darle otro sorbo a mi limonada.
—Da gracias, mi abuelo no era muy agradable que digamos.
—Estoy seguro de qué yo le habría encantado como nieto. Tengo ese efecto en las personas, le caigo bien a todo el mundo.
—No a mí —respondió Miley entre dientes para luego darle un sorbo a su bebida.
—Estoy seguro de que puedo arreglar eso —murmuré cerca de su oído, dejando que mi aliento cálido rozara su piel. Sentí cómo su cuerpo se tensaba al instante, y una sonrisa triunfal apareció en mi rostro. No había nada que disfrutara más que verla perder la compostura.
Rosy se puso de pie para mirar por la ventana.
—Al fin... —dijo y Miley se puso aún más nerviosa cuando se escuchó el motor de un coche en la entrada—. Tu padre y hermanos acaban de llegar, saldré a recibirlos.
Mientras tanto, Miley se puso de pie de golpe.
—No puedo creer que esté pasando esto, estoy acabada.
—Esto no tiene por qué ser malo. Te aseguro que puedo ganarme a tu familia.
—Eso lo dudo.
—Bueno, será mejor que comiences a creerlo, porque ya no hay marcha atrás —me puse de pie con una calma descarada—. Miley, si trabajamos juntos, podremos sobrellevar esta mentira. Estoy dispuesto a hacer cualquier cosa para que tu familia no descubra la verdad, excepto tener sexo de mentiras.