Damiano
Me detuve frente a la puerta de Miley y respiré hondo antes de alzar la mano para tocar suavemente. No quería hacer ruido y despertar a alguien más en la casa, pero tampoco podía quedarme de brazos cruzados. Necesitábamos hablar, encontrar una salida a este desastre antes de que la situación se saliera aún más de control.
Esperé en silencio, pero no hubo respuesta. Fruncí el ceño y volví a tocar, esta vez un poco más fuerte.
—Miley —susurré cerca de la puerta—. Ábreme.
Pasaron varios segundos antes de que escuchara un leve crujido del otro lado. La puerta se abrió apenas unos centímetros y unos ojos somnolientos y cautelosos me observaron.
—¿Qué haces aquí? —preguntó en voz baja, aunque su tono no ocultaba el reproche.
—¿Tú qué crees? Necesitamos hablar —respondí, empujando con suavidad la puerta para abrirla un poco más.
Miley suspiró y miró hacia el pasillo, como asegurándose de que nadie nos estuviera viendo.
—Damiano, no deberías estar aquí...
—Lo sé —la interrumpí, pasándome una mano por el cabello—, pero ¿quieres que arreglemos esto o prefieres esperar a que tu padre nos arrastre frente al cura sin un plan?
Ella apretó los labios, dudando un momento, pero finalmente dio un paso atrás y me dejó entrar. Aproveché la oportunidad y me escabullí rápidamente en la habitación antes de que pudiera cambiar de opinión.
La habitación era pequeña y sencilla, con una cama de madera en la que Bethany dormía plácidamente, su pequeña figura apenas visible bajo las sábanas. Las cortinas florales le daban un aire acogedor, y en la mesita de noche se veían un par de fotos de Miley cuando era niña.
Miley cerró la puerta con cautela y se apoyó contra ella, cruzando los brazos. Su expresión reflejaba cansancio, pero también una determinación que no estaba segura de compartir conmigo.
—Lo hablé con mis padres y no hay de qué preocuparse —susurró, bajando la voz para no despertar a la bebé—. La ceremonia es solo algo simbólico. Diremos nuestros votos como si realmente nos estuviéramos casando, el cura nos dará su bendición y ya.
Fruncí el ceño, incrédulo.
—Eso suena demasiado real, Miley. —La miré fijamente—. Nuestra farsa está a punto de salirse de control, y honestamente, no sé si quiero seguir participando en esto.
Ella entrecerró los ojos, escrutándome en la penumbra.
—¿Te estás echando para atrás, Damiano?
Pasé una mano por mi cabello y solté un suspiro pesado.
—Tal vez lo mejor sea inventarle a tu familia alguna emergencia que me obligue a irme. Así nos evitamos esta farsa antes de que se nos salga de las manos.
Miley negó con la cabeza de inmediato.
—No podemos hacer eso. Mis padres ya invitaron a todos sus amigos. Además, de esto depende que mi padre deje de estar molesto conmigo.
—No quiero casarme, Miley.
—¿Y crees que yo sí? ¿Y contigo? Por favor… —Puso los ojos en blanco y suspiró—. Escucha, no sé qué pasa realmente contigo ni por qué huyes, pero si lo que necesitas es esconderte, puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras. Solo ayúdame a seguir con la farsa.
Crucé los brazos con escepticismo.
—Primero, ¿quién dice que huyo? Ya te expliqué mis razones para estar aquí.
—Por favor… —bufó, mirándome con incredulidad—. Actúas de forma sospechosa desde anoche. ¿Realmente crees que me tragué ese cuento de que te habían asaltado?
—¡Lo que dije es verdad! Y no me interrumpas, que aún no termino contigo. —La miré con severidad antes de continuar—. No sé qué ideas te haces ni me importa. Tengo mis razones para haberme ido de la ciudad, y puedes pensar lo que quieras sobre eso.
Levanté un dedo con firmeza antes de que pudiera abrir la boca de nuevo.
—Segundo. Me parece que lo mejor sería que hables con tu familia y les digas la verdad. Antes de que la próxima vez te pidan que tengamos otro hijo solo porque no les dejaste estar presentes en tu primer embarazo.
—No lo haré —replicó de inmediato—. Mentí por una razón, no voy a echar todo a perder ahora.
—Si eso es lo que quieres, adelante. Pero yo no seré parte de esto. Me voy, Miley.
Me giré hacia la puerta, decidido, pero ella reaccionó al instante.
—¡Por favor, no te vayas! —Corrió detrás de mí y se interpuso entre la puerta y yo.
—Ya lo decidí.
—Damiano, no puedes irte.
—¿Por qué? Desde el principio era lo que querías.
Su mandíbula se apretó, y vi el brillo de frustración en sus ojos.
—Sí, pero eso fue antes de que le dijeras a todos que eras mi esposo. Me metiste en esto, Damiano. Yo tenía un plan diferente para engañar a mi familia, pero tú lo arruinaste cuando soltaste esa mentira. Ahora es demasiado tarde para que salgas huyendo.
Me acerqué a ella, reduciendo la distancia entre nuestros rostros, y vi cómo su respiración se entrecortaba por un segundo.