Fingiendo amor

CAPÍTULO 7

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Damiano

No creí que podría arrepentirme de algo que hubiera hecho, pero estar ahí, en la cajuela con un enorme cerdo que olía a pantano y que fácilmente podría arrancarme la cabeza si se le antojaba, me hizo cuestionarme de nuevo lo que estaba haciendo con mi vida, cada precipitada decisión que había tomado. Mentir sobre ser el esposo de Miley, solo para quedarme en este pueblo alejado, escondiéndome de un matón me estaba pareciendo ridículo. ¿Por qué no hice algo distinto o elegí un mejor destino? Al menos un pueblo con wifi decente. Pero no, tuve que venir a este lugar donde claramente las personas están locas por no saber tratarme como me merezco, como el rey que soy y no digo que lo sea debido a que mi padre es el presidente del país porque eso no me ha servido de nada hasta ahora. Basta con verme para que sepan la clase de tipo que soy.

—¿Y tú qué me ves, bacon con patas? —le espeté al cerdo, que seguía mirándome como si estuviera evaluando cuántas salchichas podría sacar de mí. El animal resopló y dio un paso hacia mí. Yo, en un acto de valentía cuestionable, salté hacia atrás, golpeándome la cabeza contra la pared de la cajuela—. ¡Basta! ¡Shuu! ¡Aléjate o te convierto en tocino! —grité, tratando de sonar convincente mientras me frotaba la cabeza.

El cerdo, lejos de intimidarse, se acercó más, como si estuviera disfrutando de mi pánico. En ese momento, me di cuenta de que mi vida había tocado fondo. No solo estaba huyendo de un matón sino que ahora un cerdo me estaba acosando en la cajuela de mi suegro. ¿En qué momento todo se había descontrolado tanto? Todo parecía una mala comedia.

El coche avanzó por las empinadas y polvorientas calles hasta que el letrero de Livingston Manor nos dio la bienvenida.

—Menos mal —murmuré apenas nos estacionamos. Me apresuré a bajar, aún recuperándome de mi traumática experiencia con el cerdo. Me sacudí el polvo de la ropa y miré hacia la carnicería frente a la cual nos habíamos estacionado, fue cuando me di cuenta de por qué habían traído al cerdito y sentí nostalgia por él.

Miley bajó con Bethany en brazos, la pequeña parecía mucho más animada que la última vez que la vi.

—¿Qué tal el viaje? ¿Relajante? —preguntó Miley, con una risita maliciosa.

—He tenido mejores —bufé, todavía medio ofendido.

—No fue para tanto, Miley y sus hermanos viajaban entre cerdos y vacas desde que eran niños y no andaban lloriqueando —soltó su padre, dándome una palmadita en el hombro con un aire condescendiente antes de irse a hablar con un hombre que acababa de salir de la carnicería.

Miley rodó los ojos y luego me sonrió.

—Ven, vamos a que conozcas algunos lugares hasta que mi padre se desocupe para ir a ver al sacerdote.

La seguí mientras caminábamos por la plaza. De pronto, un aroma fuerte y especiado me llenó los pulmones.

—¿Qué es ese olor?

—Pescado —respondió con naturalidad—. Pronto será el Festival de la Trucha, la gente ya está montando sus puestos y preparando todo tipo de platillos. También hay música, bebida y diversión.

—Me gusta como suena eso.

—Claro que sí —murmuró con los ojos en blanco, pero no pude evitar reírme—. ¿Quieres probar un poco?

Asentí y, en cuanto lo hice, Miley sonrió como niña emocionada y salió disparada hacia uno de los puestos. Me quedé viéndola conversar con la vendedora, haciendo gestos entusiastas con las manos. Un minuto después, regresó con una bolsita de pescado frito.

—Gracias —dije, aceptando un trozo. Lo llevé a la boca con cierta desconfianza. Nunca había probado algo así y, en circunstancias normales, probablemente ni lo hubiera intentado. Pero entonces el sabor me sorprendió—. ¡Está delicioso!

Creo que hasta me brillaron los ojos porque Miley se rió con más entusiasmo.

—¿Tú también quieres, pequeña Beth? —pregunté, sacando un pedacito y acercándolo a la boca de la niña.

Bethany agitó las manitas, claramente emocionada. Tomó el trocito con su diminuto diente de leche y comenzó a masticarlo con esfuerzo.

—Bahgg... Bahgg…

De repente, me escupió todo encima.

Miley soltó una carcajada y yo también.

—Parece que a ella no le gustó.

—Eso parece —dijo Miley, mientras nos reíamos de los gestos exagerados y dramáticos que hacía Bethany.

Por primera vez desde que nos conocimos, Miley y yo nos reíamos juntos de verdad. Y fue agradable.

Sin darme cuenta, mi vista bajó de sus ojos verdes, pasando por su nariz perfilada hasta detenerse en sus labios.

Tenía una bonita sonrisa.

Bueno… creo que siempre lo supe, pero esta vez se sintió diferente.

Miley empezó a contar una anécdota sobre Bethany y su primera papilla, pero apenas la escuché. Estaba demasiado absorto observando la forma en que sus labios se movían, la curvatura exacta de su sonrisa.

¿Qué carajos me estaba pasando? ¿Desde cuando una simple sonrisa me hacía tambalear?

Mientras intentaba entenderlo, noté como ella también se quedó callada. Luego su mirada bajó a mi boca y no se apartó de ahí.




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