Fingiendo amor

CAPÍTULO 11

Miley

La cabeza me daba vueltas, no solo por el alcohol, sino por el hecho de que estaba en la cama de Damiano. En su cama. Con él. El nudo en el estómago se apretó aún más cuando intenté recordar lo que había sucedido anoche. Maldición. No debió haber pasado. Esto no era parte del trato.

Me incorporé con cuidado, sin querer despertarlo, pero su cercanía me perturbaba. Su cuerpo estaba tan cerca del mío que podía sentir el calor que aún emanaba de su piel. Su respiración, suave y tranquila, parecía ajena a la tormenta que se desataba en mi interior. Como si nada hubiera sucedido entre nosotros.

Me levanté de la cama, con las piernas temblorosas, y busqué mis ropas con rapidez. Mis pantalones estaban tirados en el suelo, cerca de la silla donde había dejado mi blusa. ¡Madre mía! Había dejado que mi cuerpo se dejara llevar por el deseo, sin pensar en lo que estaba haciendo. Sin pensar en las consecuencias.

Me vestí lo más rápido que pude, sintiendo la presión en el pecho aumentar con cada movimiento. Al mirar una última vez a Damiano, mi corazón dio un vuelco. Estaba extendido en la cama, desnudo, tan... increíblemente sexy. Mis pensamientos se entrelazaron entre la confusión y el miedo.

Respiré profundamente, tratando de calmar mi mente antes de que se desbordara por completo. No podía. No podía permitir que esto se repitiera.

Justo cuando me dirigía hacia la puerta, escuché su voz, ronca por el sueño, pero clara.

—Miley... —dijo, su tono suave, como si no pudiera entender del todo lo que había sucedido.

Me giré para mirarlo, y el nudo en mi garganta se hizo más fuerte.

Damiano se incorporó lentamente, sin prisa, estirándose como si todo fuera lo más natural del mundo.

—Anoche fue...

—¡Un error! —lo interrumpí, mi voz temblando y mi corazón latiendo con fuerza—. No podemos dejar que esto se repita —agregué, tratando de sonar más segura, aunque en el fondo me sentía perdida.

Damiano frunció el ceño ligeramente, pero no de la manera que esperaba. Su mirada se suavizó, casi curiosa, y se sentó en el borde de la cama, observándome con intensidad, como si estuviera buscando algo en mis ojos.

—¿Por qué no? Recuerdo que lo disfrutaste tanto como yo —su tono era juguetón, pero había algo más bajo la superficie que no pude ignorar. Había una seriedad, una provocación, que me descolocaba aún más.

—El sexo no forma parte de nuestro trato. No lo olvides, Damiano —respondí, con la voz más tensa de lo que querría admitir. Intenté mantener la calma, pero mis manos estaban sudorosas y mi respiración más agitada de lo que me gustaría.

Damiano asintió, pero esa sonrisa de sus labios no desapareció. Se acercó un poco más y, aunque se mostraba tranquilo, su presencia me envolvía por completo.

—Lo sé, pero está claro que aquí hay algo más que un trato. —Sus palabras me calaron hondo, y mi pecho se apretó, como si estuviera a punto de explotar.

No. No, no, no. No podía dejar que esto se fuera de control. No podía perder la cabeza, no con él.

—No, no te confundas, Damiano —le dije, forzando una sonrisa que no me salió bien—. No hay nada.

Él se levantó de la cama de un salto, como si nada le importara, y me quedé quieta, mis piernas flojas ante la cercanía de su cuerpo desnudo. Esto no era real. Esto no era real.

—¿Estás segura de eso? —preguntó, sus ojos fijos en los míos, con una mezcla de curiosidad y algo más. Algo que me hizo sentir vulnerable.

¿Estaba segura? La pregunta me hizo tambalear. No, no lo estaba. Pero tenía que hacerlo. No podía permitirme dudar.

—Por supuesto —respondí, pero mi voz sonaba vacía, casi como si fuera yo quien me lo estuviera diciendo a mí misma más que a él. —La... La ceremonia comienza pronto, deberías prepararte. —Miré el reloj en la pared y vi la hora. Mis ojos se abrieron al darme cuenta de lo tarde que era. —Por favor, olvidemos lo que pasó entre nosotros. Solo fue culpa del alcohol.

Me dirigí rápidamente hacia la puerta, con la firme decisión de salir de ahí, de olvidar lo que había ocurrido. Pero, antes de salir, le lancé una última mirada. Su expresión había cambiado, pero no estaba segura de qué pensar.

Salí de la habitación con rapidez, cerrando la puerta tras de mí, mientras mi mente seguía en guerra con lo que había hecho.

.

***

El agua caliente caía sobre mi cuerpo, deslizándose por mi piel mientras intentaba dejar de pensar en lo que había ocurrido. Pero, mis pensamientos volvían a él. A Damiano. Me toqué el cuello, recordando la sensación de su aliento cerca de mi piel, y la forma en que su cuerpo se había pegado al mío en la cama. Mis dedos rozaron las marcas invisibles que quedaban de su toque, como si todo mi cuerpo estuviera marcado por él.

No podía evitarlo. Cada rincón de mi mente comenzaba a llenarse de recuerdos de anoche, de cómo nos habíamos entregado al deseo sin pensar en las consecuencias. El agua parecía borrar el calor de su piel, pero no el recuerdo.

Con un suspiro, me salí de la ducha, envolviéndome en una toalla. Me miré en el espejo, mis ojos aún brillando con la confusión de lo sucedido. Este no era el momento para pensar en eso. No podía dejar que me distrajera. Tenía que estar lista para la boda. Mi boda con Damiano.

Salí del baño y, al cerrar la puerta, vi que mi madre estaba ahí, de pie frente al espejo, con Bethany en brazos, ya vestida con su vestido de fiesta. Sonrió al verme y, sin perder tiempo, se acercó.

—Miley, apúrate —dijo, con esa expresión que siempre tenía cuando las cosas debían hacerse rápido—. No te queda mucho tiempo, la ceremonia está por comenzar.

Me observó con detenimiento, analizando mi rostro. Algo en su mirada me hizo darme cuenta de que, tal vez, podía ver que algo no estaba bien conmigo.




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