Fleur

I. La estúpida de Sofía.

Bendita sea la hora en la que había comprado aquél despertador de mierda, sinceramente, no sabía por qué un artilugio tan económico como aquél podía hacer tanto ruido constante, aguantar almohadazos y además sobrevivir luego de que lo lancé del balcón sin remordimiento alguno.

¡Esa cosa seguía sonando!

Y mis tímpanos estaban totalmente arruinados, por ese pitido tan molesto y lleno de arrogancia que me informaba que me despertara, porque si no llegaría tarde para mi última evaluación estando en la Universidad, tomé mi teléfono celular y lo desbloqueé con rapidez respondiendo el mensaje de mi novio, Lorenzo.

Me levanté arrastrándome de la cama y me encaminé hacia el baño, sin muchos ánimos de hacer nada.

— Dios, solo espero que este día acabe rápido y ya sea la semana que viene —reproché en voz alta, casi implorando que un milagro sucediera en mi vida—. Necesito unas vacaciones urgentemente.

Y en serio, las necesitaba. Con ayuda del agua caliente destensé mi cuerpo, lleno de estrés y me dediqué a tallar cada parte de mi anatomía con la pastilla de jabón con olor a rosas, amaba todo lo rosado —aunque mi comportamiento dijera todo lo contrario—, me encantaban todos los tonos de rosados, aunque más aún me gustaban los colores claros. Hacían resaltar mi brillante cabello rojo y mis ojos tan oscuros que parecían negros.

Salí de la ducha totalmente desnuda y con una pequeña toalla limpié el espejo, que estaba totalmente empañado. Me miré detenidamente, admirándome en el espejo, mi nariz no me gustaba, era demasiado respingada y ancha, esas dos cosas no quedaban bien.

Tenía una marca de nacimiento tras la oreja que realmente me molestaba, era un lunar café claro, del tamaño de una falange y si no hubiera sido por mi cabello, sinceramente hubiera sido víctima de bullying o alguna cosa de esas.

Decidí colocarme un pijama cuerpo completo de oso —bastante felpuda— y me dirigí a clases.

Sí, wow una mujer hecha y derecha de 23 años de edad, dirigiéndose a presentar los últimos exámenes en la universidad para graduarse en Idiomas modernos en un pijama cuerpo entero y unas pantuflas de cerditos; qué novedad.

No iba a tomarme el tiempo de arreglarme el cabello, detestaba aquello y tampoco es que fuera para la Universidad a enamorar, mi novio no se encontraba allí, iba a otra Universidad y aunque, me pasaba recogiendo todas las mañanas, estaba segura que me amaba tal y como era, sin cambiarme nada me aceptaba y se adaptaba a mis exigencias —que no eran nada sencillas—.

Cuando bajé del ático —el cuál era mi habitación— me encontré con Tatiana, mi hermana mayor, nos dimos un abrazo que me llenó el alma de sentimientos bastante melosos y para nada agradables, en el sentido de que me empalagaban.

— ¿Cómo estás hermanita? —preguntó, haciendo que mi cabello fuera revuelto en mi cabeza, la mire mal pero igual le sonreí.

— ¡Muy bien! —exclamé con notorio sarcasmo en mis palabras, ella me miró mal mientras volteaba los ojos.

— Deja de ser así de hipócrita, jamás llegarás a nada.

— Lo dice la señorita que vive en la casa de sus padres ya siendo una treintona —reñí, sabiendo que la molestaría con aquello, mi hermana, la única ojos claros de mi familia, bufó mientras volteaba los ojos—, a mí no me mires así, jovencita.

— ¿Jovencita? —interrogó con la voz llena de ironía— si aquí la menor eres tú, zanahoria estúpida.

Le solté un golpe en el hombro fuerte, casi dislocándole esa parte de su anatomía, detestaba que me llamaran así, lo odiaba con todas mis fuerzas.

— Mejor, cállate perra —ofendí molesta—. Al menos yo no soy una mantenida —le sonreí cínicamente y desaparecí de allí, encaminándome a la cocina.

Tomé dos rebanadas de pan tostado y las engullí, con un poco de jugo de naranja, mi padre se encontraba en el sofá con un par de cervezas al lado, mientras mi madre se encontraba cocinando.

— No deberías de ir así para la Universidad, Sofía —reprendió mi madre, mirándome con sus ojos claros y llenándome de incomodidad.

Me estresaba ser la única de aquella familia que tuviera los ojos oscuros, además de ello, era pelirroja, como si no fuera ya bastante mi suplicio, una pelirroja de ojos oscuros, eso no se veía todos los días.

— Ay no, mamá —me quejé, mientras sorbía con calma de mi jugo de naranja—, no voy a disfrazarme de princesita para ir a la Universidad y mucho menos, cuando presentaré el último examen para salir de ese infierno, lleno de gente extraña con la que jamás pude compaginar.

— Tienes que dejar esa actitud, Sofía —se quejó llena de pesadez mi madre, en sus ojos había melancolía y yo simplemente, desvié la mirada—. Nunca te he conocido a ningún amigo, te la pasas sola, leyendo, jugando con la computadora o simplemente viendo televisión. Tienes que hacer una vida social.




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