Fleur

IV. Músculo sin cerebro.

Hubo un silencio avasallador en ese momento —o fue que mis sentidos se obnubilaron completamente por el aroma viril que expedía aquél hombre—, ambos nos mirabamos fijamente, ninguno quería dar su brazo a torcer y, aunque pasé saliva gruesamente más de una vez, yo tampoco quise desviar mi mirada.

Su mirada... Era difícil describir lo que era su mirada, estaba llena de cosas inciertas para mi, misterios, preguntas sin respuestas.

Definitivamente aquél hombre era un enigma que —de cierta manera—, me hacía sentir atraída.

Aunque también me molestaba, muchísimo de hecho, porque aquellos ojos reflejaban una prepotencia insana, estaba segurísima de que ese imbécil quería obtenerlo todo a su alcance de forma fácil. Como bandeja de plata.

Pero, no pasaría. No conmigo.

Lo empujé con todas mis fuerzas, pero el imbécil no se movió ni un centímetro, lo único que hizo fue acercarse más a mi, como el imán a un metal, lo que me ponía los vellos de punta para ser sincera.

Me escabullí de allí con el ceño fruncido, rebuscando en mi celular el número de alguna policía federal de por aquellos lugares para que controlaran a ese hombre que estaba frente a mi. Me rasqué la cabeza contrariada mientras deslizaba mi dedo por la pantalla del celular, una risa vibrante me sacó de mi concentración y me llevó de nuevo a poner los pies sobre la tierra.

—Pareces una maniática —comentó el peliazul mirandome exhaustivamente, una de sus cejas se alzó—, ¿Qué estás revisando? Nadie te va a salvar de mi, nena.

— ¿Qué te sucede? —bramé a punto de un colapso, porque en serio, la poca paz que había conservado hasta el momento estaba empezando a desaparecer— ¿Crees que por tener un cabello de color chillón puedes venir y tratarme como te de la gana?

Se burló, eso fue lo que hizo después de que yo casi entrara en un colapso nervioso que me llenaría los pulmones de amargura y el corazón de rencor —aún más—.

— Yo tendré el cabello muy azul, pero tu no te quedas atrás —extendió su mano hacia mi de manera veloz y tomó unas cuantas hebras de mi cabello, olfateandolas un poco, le golpeé la mano con agresividad, indignada y ofendida por su acto, nuestros ojos conectaron y pude sentir como en el interior de mi ser se abría paso un sentimiento que me quemaba por dentro—, mira que con ese cabello rojo zanahoria, tan o más chillón que el mío... Brillas en todos lados —se mofó. Ira. Eso era lo que sentía.

Una ira líquida que se expandíanpor todo mi cuerpo, rellenaba cada segmento vacío y me jodía la poca tranquilidad que tenía en aquel momento.

— ¿Y eso qué te interesa a ti? —respondí, irritada, mientras fruncía mis labios en un mal intento de calmar la presión que estaba en la boca del estómago.

— A decir verdad, no me interesa en lo absoluto —se encogió de hombros como si nada, como si no me hubiera estado jodiendo la existencia y me estuviera haciendo perder mi tiempo—, es solo que, si te metes conmigo, yo me meto contigo.

— Tú eres el que empezaste a molestarme, hace aproximadamente como 20 minutos y no has parado no sé porque puñetera razón.

Él guardó silencio, observandome pasivamente, como si esperara que me lanzara hacia él con atrevimiento y le aruñara el rostro por completo —que ganas no me faltaban, pero había que guardar la compostura—.

De un momento a otro me dieron unas tremendas ganas de comer dulces, no supe si era por la ansiedad que me ocasionaba aquél extraño o porque, mi manera de drenarlo todo —literalmente— eran los dulces; ya que no podía alcoholizarme, por el historial familiar que tenía —aunque si bien era cierto, me gustaba más el licor, pero debía controlarme con ese tema en particular.

Tosí reiteradas veces intentando, en vano que se me quitara aquella imperiosa necesidad, así que simplemente tomé mis cosas, me levanté bajó la penetrante mirada de aquél desconocido, tomé mi toalla y me fui hacia la barra en la cual se encontraban una cantidad insana de snacks —de los que pediría uno de cada uno, solo porque sí—.

— Buen... —fruncí el ceño, se me había olvidado por completo el día en el que estaba, la fecha y si era mañana o tarde en aquél momento; notoriamente estaba nerviosa. Vi levemente la hora en mi celular, eran la 1 de la tarde— Buena tarde, ¿Cómo se encuentra?

La chica que estaba sirviendo los tragos y repartiendo los snacks en la barra, era morena, una de esas morenas que te da envidia de tan solo verlas  —esas mujeres eran del diablo, tenían un físico estúpidamente deseable—, estaba vestida con un vestido suelto traslucido, que dejaba ver su reluciente piel y el escote en v le llegaba casi al diafragma.

No tenía vergüenza, se le notaba en la mirada, sus ojos brillaban y destellaban malicia y cinismo. Suspiré, aliviada, porque si en aquel momento hubiera estado con Renzo, posiblemente me hubiera puesto fúrica.

Aunque a muchas personas los cuerpos y anatomías pálidas, les parezcan sumamente hermosas, yo me consideraba simplona. Mi cuerpo parecía un mapa, las venas me resaltaban de lo traslúcida que era mi piel y lo peor de todo aquello, era que me llamaban morena, porque era la única de mi familia con los ojos oscuros y el cabello chillón.




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