Fleur

V. Xavier Fleur

Llegué a mi habitación acelerada, con el corazón en la boca, porque la mirada que me echó aquél hombre peliazul cuando me estaba alejando de la barra no fue nada normal.

Suspiré, llena de frenesí o de adrenalina, como sea que se llamase aquello que me oprimía el pecho y me hacía hormiguear los brazos; solté varias carcajadas de manera natural lanzandome en la colcha de la cama.

Coloqué la primera estupidez que me encontré en el televisor, lo que fue 50 primeras veces, amaba esa película, relativamente era lo que cualquier mujer quería, la felicidad de tener a un hombre que la acompañáse en todos los momentos de su vida, sin importar por qué cosas pasara.

Para variar, empezó una lluvia torrencial —que si no cerraba la ventana del balcón se me inundaba la habitación—, y con esa lluvia vino el frío, uno que me caló los huesos por completo y me hizo arroparme todo el cuerpo.

— Lo que me faltaba —bufé, tomando la colcha y arropandome hasta el cuello, junto con mis dulces y mis botanas—, me vengo a Miami, donde se supone que nunca llueve y cae tremenda lluvia torrencial. Definitivamente, o nací un martes 13 o es que nací sin suerte y bien estrellada.

Negué con la cabeza hasta cansarme y dejé mis quejicas pensamientos de lado para concentrarme en la película y en mis dulces, mis preciados dulces —aunque, el dulce tenía un mejor sabor cuando se juntaba con el licor—, vacié mi cabeza de esos pensamientos mal habidos que solo me hacían flaquear y me concentré en esa endemoniada película —que obviamente me haría llorar—.

Una hora y media después, ya estaba entrante la tarde y mi corazón estaba totalmente estripado, apachurrado y adolorido; esa película, esa maldita película me había destruído por completo y me había hecho acabar con todo mi mini mercado de dulces.

Ver ese tipo de películas me ponía sentimental, más que todo porque aquella mujer rubia mal pintada y con una patología parecida al Alzheimer podía tener a un hombre que cuidase de ella, que la protegiera y que se quedara allí, sin importar que al siguiente día ella no lo recordara.

Sin importar absolutamente nada, solo importandole el amor incondicional que sentía hacia ella.

Esa película me hizo pensar aún más, me irrité tanto que con la barriga llena de dulces me fui a la ducha —específicamente en la tina—, me senté y me hundí en mis pensamientos nocivos, sin precaución alguna.

¿Qué era realmente el amor? ¿Tenía alguna idea de lo que aquello significaba?

Si era así lo dudaba, nunca había conocido a nadie totalmente feliz, con un matrimonio feliz; a nadie. Pensaba que mis padres tenían una buena relación, se amaban y se cuidaban mutuamente, patrañas.

Solo ilusiones.

Sinceramente, después de mi desilusión con Renzo y —más allá— con mi propia hermana, mi concepto de amor estaba tambaleante, desequilibrado y aunque una parte de mi misma quería rediseñar ese concepto, mutarlo y rehacerlo de nuevo, la otra parte simplemente quería eliminar completamente ese concepto de mi sistema.

En ese momento, estaba ganando la segunda parte. Quería eliminarlo, olvidarlo, no quería saber lo que significaba el amor, porque para ese preciso instante tenía en mente que jamás había experimentado aquél sentimiento.

Ni de forma fraternal, ni de forma romántica. Toda mi vida había sido una pared de anime, mi estabilidad y mis conceptos, de igual manera.

Necesitaba reestructurar todos mis conceptos, cambiar mi actitud, mi personalidad, tenía que ser yo misma.

Pero ¿Cómo podría ser yo si me limitaba en cada instante de lo que quería hacer?

Luego de zarandearme y autolesionarme —mentalmente al menos— alrededor de una hora, me salí de la tina oliendo a rosas, daban las 8 de la noche según el reloj que se encontraba en la pared del cuarto de baño, sí, un reloj en un baño.

¿Quién carajos pondría un reloj en ese baño? Pues no lo sé, quizá el que diseño aquél baño tenía un tiempo predeterminado para hacer cada cosa en la ducha y por ello necesitaba controlat el tiempo del alguna manera.

Yo lo único que sabía era que no gastaría mi tiempo pensando en ello.

Me coloqué una simple bata de satén que cubriera mi desnudez y me enfoqué en el cielo estrellado que se veía a través de mi balcón, la noche estaba fría y nublada, tenía la piel erizada, mis vellos de punta me decían que entrase y me cubriera con las mantas y la colcha.




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