Fleur

VIII. Jamás desvelo mis secretos, preciosa.

Fleur

Los días no eran días en Miami, eso era totalmente deprimente.

No había nada más ijteresante que hacer que chicas insinuándose ante mí —ni siquiera eran mujeres hermosas, no, eran chicas feas insinuándose a mí—.

Con feas no quería referirme al físico, ya que, se notaba a leguas que lo feo lo llevaban en el alma y el corazón, fuera de otras peculiaridades, aunque no era muy de sentimientos —muy en el fondo—, eso era lo que buscaba.

Pero no iba a victimizarme diciendo que por una crianza de mierda o por un trauma terrorífico era así, porque eso era total y garrafalmente falso.

Solo me acostumbré a mi madre y mi hermana menor —porque la mayor era una mierda, literalmente—, esas eran las mujeres de mi vida, aquellas por las cuales daría todo y hasta más no poder. Ellas me habían enseñado lo que la belleza de corazón significaba.

Aunque, de todas maneras, las hubiera decepcionado estrepitosamente en cuanto se dieron cuenta de que era un Gigoló que no quería absolutamente nada serio con ninguna mujer.

En fin, lo único que me contentaba de aquello es que como iba a llevar la sede de Miami tendría más ingresos.

Ese día había intentado pararme temprano, tenía una reunión en la empresa con algunos socios y accionistas —cosas tediosas de empresas y eso—.

Me duché de manera rápida y me vestí semi formal —no porque tuviera una reunión iba a ir de punta en blanco—, me calcé unos zapatoa de cuero y con la ayuda del GPS me dirigí hacia a la empresa.

Sí, era mi empresa y no tenía ni puta idea de dónde quedaba, lo sabía, pero me interesaba tan poco aquél rubro que simplemente lo ignoré toda mi vida.

En cuanto llegué a las amplias puertas de aquella gigantezca empresa arreglé mi cabello un poco, el cual a causa del viento se había desaliñado y dando un largo suspiro me adentré al lugar del cual me haría cargo desde ese momento.

Llegué a la recepción y la mujer que allí se encontraba me observó de pies a cabeza prepotente, frunció el ceño y la nariz en un gesto de desagrado y yo no pude hacer más que alzar las cejas.

— Buen día —saludé cordial—, ¿Me podría decir por favor dónde está la sala de conferencias?

La mujer pasó por alto mi pregunta y solo se dignó a revisar unos cuantos papeleos.

— ¿Disculpe? —interrogué de nuevo, afirmándole a la señora que yo estaba allí y no pintado en la pared— creo que le pregunté algo, señora.

— Perdone... Señor —el menosprecio en su voz me hacía sentir iracundo, la sangre me hervía las venas y no quería alterarme por aquella mujer—, esa zona es solo para personal autorizado y no se dejan chicos desconocidos.

Ah... ¿Con que así era la cosa?

Alcé ambas cejas molesto de la situación, ya sabía a quién despediría primero y eso estaba más que claro, una mujer de casi tercera edad no podía venir a decirme lo indecente que estaba en mi empresa, así que lo primero que hice fue marcar rápidamente el número telefónico de Lunge. 

Cuando el tono dio paso a la pasiva voz de aquél hombre, bufé molesto y lo saludé.

— Hombre, mira —saludé irritado— tengo un problema.

— ¿Qué pasó? —su interrogante aunque parecía llevar un mensaje estaba vacía.

— La recepcionista no me quiere dejar pasar porque disque soy un desconocido —bramé alto, para que la incompetente me escuchara.

— ¿Es que tu eres estúpido? —preguntó en burla, sentía en su voz el cansancio— no seas imbécil, dile tu nombre y ya.

— ¿En serio? —bufé y mientras viraba los ojos le colgué al bastardo ese, tomé mi identificación de mi cartera y miré prepotentemente a la mujer, la coloqué con un sonido seco sobre el escritorio— Soy Xavier Fleur, ¿Me podría decir dónde está la sala de conferencias?

Casi me rio cuando su cara cambio de expresión por completo y cuando al ver la imagen se percaró que con el cabello café oscuro era la viva imágen de mi padre.

Le sonreí de forma mordaz, mientras la miraba directamente a los ojos, rápidamente se levantó y me guió hacia la sala de conferencias.

En cunto llegué había alrededor de 6 hombres trajeados y 4 mujeres con faldas y blazers —con cara de culo— esperando, algunos estaban revisando el celular y otros simplemente tenían esa cara de culo insufrible.




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