Fleur

IX. Imperiosa necesidad de contacto.

Sofía

Tres días después.

 

 

Podría decirse que mi suerte era una de las peores que existían en el mundo.

A nadie le sucedía aquello, pero a mi siempre me pasaban los infortunios del destino —aunque no creyera en esas estupideces se chocaban contra mí una y otra vez—.

Me removí en la cama, totalmente abrumada, había gastado la mayoría de mi dinero en aquél viaje, pensando que podría vivir nuevas experiencias y conocerme un poco más —específicamente conocer todo aquello que se había perdido de mi con toda la información negativa que en aquél momento se resguardaba en mi cerebro—.

Y en aquél momento tendría que gastar en un celular —que ni sabía siquiera si me alcanzaría el dinero para aquello—, estaba jodida y lo único que me alegraba era de que al menos no tendría que poner el celular en modo avión para no recibir llamadas de mi madre o de mi hermana de manera desesperada.

Lo que era realmente un alivio, lo que no era un alivio era que en ese momento estaba jodida, jodida en dos sentidos, uno no tenía celular para conectar mis audífonos y 2, por esa misma razón no podía aislarme del mundo.

Gruñí y pataleé sobre mi cama, siendo consciente de todo lo que aquél hombre peliazul me había llevado a hacer, molesta de todo lo que había sucedido.

Y melancólica, la melancolía extrañamente me había abrumado todos aquellos días de manera tal, que sentía que caminaba por hacerlo, había estado tentada constantes veces a ingerir alcohol —aunque mi autocontrol me lo impedía—, cosa que me preocupaba en extremo.

— Ya deja de pensar en esas cosas Sofía —me reproché a mi misma, intentando calmar mi respiración que para el momento se encontraba errática, descontrolada.

¿Así como cuando te encuentras en una situación de vida o muerte? Así mismo, así mismito se siente cuando pierdes la noción de lo que eres, de quién eres y de lo que quieres hacer a futuro.

Me levanté de la cama totalmente desganada y llené la tina; me desnudé y tomando un exfoliante corporal de vainilla empecé a tallar mi cuerpo.

Necesitaba relajarme, me sumergí en la tina y disfruté del calor que el agua tibia le brindaba a mi cuerpo, suspiré.

— Al menos no me puedo quejar del hotel —siseé, empecé a tararear una canción leve, moví mi cabeza de un lado al otro y poco a poco fui perdiendo la consciencia.

Me desperté por unos estruendosos golpes en la puerta de mi habitación, me exalté tanto que casi me ahogo en la tina, bufé irritada, iba a coger mi teléfono para ver la hora pero recordé que no tenía, que mi celular estaba hundido en las profundidades de la piscina de aquél inmenso hotel.

Evidentemente, ese pensamiento me cabreo aún más, me tiré una bata de baño felpuda de piel de durazno encima —cubriendo mi desnudez— y me dirigí hacia la puerta, abrí de un tirón molesta y encaré a la escandalosa persona que estaba haciendo aquél insoportable ruido. 

Pues, Dios a mi me odiaba. 
O todas las travesuras que había hecho de pequeña se estaban manifestando en mi contra en mis años de adultez, pero lo cierto era que cuando vi aquella cabellera azul y aquella sonrisa despampanante, lo único que desee fue que desapareciera.

— Tu como que hoy te peleaste con el cepillo ¿no? —preguntó, totalmente jocoso, lo que me molestó aún más.

Sonreí con sorna, observando su rostro que parecía cincelado por algún escultor famoso, analicé su incipiente barba de días, sus ojos café translúcidos y todo su rostro ahuecado por estúpidos piercings.

Y en serio, desee arruinar toda esa fachada de chico malo y sexy, así que ni corta ni perezosa lo primero que hice fue azotar la puerta contra él, descargando toda mi furia hacia ese hombre —el cual no sabía cómo rayos había conseguido el número de mi habitación—.

— ¡Joder! ¡Sofía! —aulló entrecortado— en la cara no, carajo, que no soy actor, pero este rostro no lo fabrican las jugueterías. No podré comprar otro facilmente...

No pude evitarlo y me carcajeé, entreabrí la puerta un poco, observando por el pequeño espacio como acariciaba el puente de su nariz, parecía irritado y sus ojos me miraron, totalmente sagaces, llenos de un brillo mortífero —que aunque pareciera extraño— me daban ganas de usurpar, divagar en él...




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