3 meses después.
Y allí estaba yo, en el lugar que más odiaba en la vida, con un peliazul que se había metido sus narices en mi vida completa y en una silla de espera...
¿Adivinan dónde estaba?
Pues sí, esperando, plantada en una silla, para ver al ginecólogo.
Las cosas habían pasado muy rápido, las primeras semanas luego de entrarme de que estaba embarazada simplemente entré en una crisis, no sabía lo que haría, solo me quedaban tres meses en ese lugar —sin contar que debía regresar a la universidad para terminar el último lapso de mi carrera y así poder graduarme—.
Sinceramente, tenía la cabeza vuelta un ocho, en mis pensamientos no cabía ni la más mínima posibilidad de tener un hijo a los veinti tantos años, no. Es decir, eso era un sacrilegio.
Pero ¡Tatará!
La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida... Como dice la canción.
El estúpido de Xavier Fleur se había ofrecido a ayudarme con los gastos y a meterme la mano en todo lo que pudiera.
— Ya que ese imbécil fue tan basto como para acostarse con tu hermana, pues simplemente, ese bebé necesita un padre —sus palabras quedaron en el aire y yo lo miré atónita, totalmente intrigada por las actitudes que aquél desconocido estaba tomando hacia mi.
— Yo sé que ni de broma puedo mantener al pequeño o la pequeña que viene en camino —vociferé molesta, casi irritada por esa actitud de Madre Teresa de Calcuta que el hombre estaba teniendo. Sí, para cualquier mujer sería la ganga; y es que molaba mucho que prácticamente te dijeran que te mantendrían, pero a mi no me interesaba eso—, pero no estoy mendigando tu dinero, ni tu protección, ni nada de lo que quieras darme. En serio, no necesito a un loco que se cree lo mejor del mundo rondando en mi vida.
El frunció el ceño y lo pensó detenidamente.
— Hagamos algo... —sopesó las palabras una y otra vez— cuando te gradúes trabajaras para mi como traductora, tendrás un buen sueldo, unas buenas comisiones y diversos bonos...
— No quiero nada de eso —espeté, negándome a la oferta que me estaba dando, era como prostituir mi trabajo, no sabía cómo pero para la época tenía esa ideología.
— Además de eso, soy un amigo bastante cercano de Natalia Carillenis Fög, la dueña de Nacâris Fragrances —en cuanto dijo ese nombre el hilo de mis pensamientos se detuvo, no tuve otra opción que decir que sí a su propuesta.
Vamos, cualquier mujer habría aceptado los productos de su marca de perfumes favorita, mensualmente, por no sé cuánto tiempo. Es decir, cualquier lo aceptaría ¿No?
Un sonido me arrastró hacia el presente —donde por cierto, el olor a gasas, alcohol y sangre estaba tan abundante que me estaba dando nauseas—, mire por el rabillo del ojo al hombre que me estaba punteando el hombro y deseé no estar en ese lugar.
— Si no me quitas ese dedo de encima —advertí, ya molesta con la cantidad de veces que había repetido la acción— juro pero juro que juro que voy a gritar que me quieres envenenar con lo que sea que tengas en esa mano —aseguré, desviando mi mirada hacia lo que fuera que estuviera agitando con su mano derecha.
El me quitó la mano de encima, y colocó sus manos en alto, como pidiendo tregua por el asunto, volteé los ojos mirándolo mal, mientras simplemente deseaba que dijeran mi nombre con prisa.
— Eso quiere decir que no quieres el croissant de queso crema y jamón ahumado que te traje —se encogió de hombros como si fuera una pena y alejó la bolsa de papel de mi.
Mi estómago de inmediato rugió y el impulso de querer arrancarle esa bolsa de las manos me superó, lo miré con determinación.
— Dame eso... —siseé, tocando el pequeño bulto que era mi vientre, eso de que las embarazadas valían por dos era falso, totalmente falso.
Yo valía por cuatro vacas, dos caballos y cinco leones —porque a veces se me metía una bestia carnívora que no era nada sencilla de domar—.
— Usted dijo que yo disque la iba a envenenar con esta deliciosa comida que gentilmente te traje, para ti y para Ruperto o Floresta —se mofó, llamando al bebé en mi vientre de esas dos formas tan repulsivas y repugnantes.
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Editado: 07.09.2020