Fleur

XII. Abajo, perro.

¿Sabían que las embarazadas padecemos de muchos dolores?

Incluyendo del dolor que de por sí te genera la panza, es decir, tu cuerpo se debe acostumbrar a que ya no es uno, son dos, que ya no son 70 kilos o 60 kilos, sino que son 60,50 y así sucesivamente.

Cosa, que realmente detestaba y aborrecía, me dolía la espalda, la columna me sonaba y si dormía en las posiciones que antes me gustaba dormir simplemente, amanecía o con alguna parte del cuerpo dormida o con torticulis.

Esa mañana todo hubiera estado bien si no hubiera sentido un peso mayor al de mi bebé encima —y es que vamos el peliazul descarado que no quería esfumarse de mi vida pesaba bastante y eso que se veía delgado—, con los ojos cerrados tanteé mi cama, sabiendo que nada más estaba por allí cerca, cuando toqué sobre mí quise que la tierra se abriera y me tragara completita.

Abrí los ojos asustada —porque uno no se espera dormirse totalmente sola y despertarse con alguien encima—, me exalté tanto que me dieron naúseas, sin embargo, una mata de cabello azul se encontraba sobre mi abultado vientre, aquél hombre en serio estaba babeando —literalmente— sobre mí, mientras se encontraba enrrollado a mi alrededor tal cual koala, como si yo fuera una almohada cualquiera.

El simple hecho de aquella acción me repugnó, no solo porque tenía a un cuasi desconocido encima de mi, casi aplastándome, sino que literalmente era su contenedor de baba, saliva o cualquier derivado que se le tuviera a ese nombre.

Tuve que inhalar muy calmadamente, porque sino hacía un escándalo...

A cualquier mujer le hubiera parecido adorable la escena, casi mística y romántica, a mí simplemente ya me habían cansado esas estupideces, sin importar que Xavier Fleur fuera un tipo apuesto, lo único que me interesaba de él era el trabajo que me había ofrecido, como a él solo le interesaba acostarse conmigo.

Me llené de valor y lo primero que hice —antes de gritar— fue extender mi mano y mis dedos y tomar con ella un gran puñado de su cabello, sin pensarlo mucho y antes de que mi sentido común sintiera compasióm halé su cabello hacia atrás con suma fuerza y lo despegué de mi con un gruñido que se escapó de mis labios.

— Hazme el favor —hable cortante, asesinándolo con la mirada— y babea en otro lado perro, yo no soy de tu propiedad.

— Lo serás, es lo que importa —siseó con la voz ronca y adormilada, me mordí la cara interior de la mejilla para no reirme de su afirmación y asentí como dándole la razón—; por cierto, linda zanahoria, tienes el cabello tan vuelto mierda que te ves hermosa.

— ¿Ah sí? —interrogué, casi burlándome en su cara— si esas son tus maneras de conquistar, no quiero ni saber cómo espantas a las chicas que no quieres pululando a tu alrededor.

Él frunció el ceño y se arregló un poco el azul cabello hacia atrás, dedicándome una mirada traslúcida de aquellos ojazos color café, tragué en seco —porque no lo soportaba, pero el jodido tenía un sex appeal demasiado intenso—, debía admitir que se veía bien recién levantado de la cama; lo que no me gustaba de todo ese cuento era que aún tenía su asquerosa —y muy lena de gérmenes— baba sobre mi vientre.

— Deja de mirarme como un sádico al que le falta un psiquiátrico —ordené molesta—, y ve a buscar una toallita húmeda para que seques todo el desastre que hiciste sobre mi vientre.

El desconcierto se apoderó de su cara, analizó mi vientre y como no vio nada me observó de nuevo al rostro.

— ¿Tan rápido te estás volviendo loca? —su pregunta me causó gracia, más no lo hice.

— Baba. Tuya. Vientre —enfaticé cada palabra, una a una, a ver si el troglodita entendía lo que le estaba diciendo. Él al parecer cayó en cuenta de lo que le estaba hablando y se rió.

— Por favor, es solo un poquitín de saliva...

— ¿Un poquitín? —interrogué ofendida— ve a buscar las toallitas húmedas, ya. Si no quieres que cometa un homicidio ahora mismo.

— No seas exagerada, Sofía —intentó calmarme, pero ya estaba empezando a irritarme más de lo normal por aquella situación.

— Anda.

— Sofía pero.

— Que vayas.

— No soy sirviente tuyo para que me estés mandoneando a hacer cosas —comentó molesto, intentando pararse de la cama.

— ¡Busca las malditas toallitas ahora! —chillé tan alto que no le quedó más remedio que ir a buscar al baño lo que le pedía.

Cuando me trajo los pañuelos húmedos infernales esos suspiré casi aliviada, tomé tres y me limpié todo el vientre con parsimonia, quitándo todo el olor a saliva de mi, incluyendo todos los gérmenes que alli se encontraban.

Suspiré satisfecha cuando ya estaba totalmente limpia.

— Tu en serio que eres rara —se sentó a mi lado en la cama y tomó el telefono del hotel, sonó unas cuantas veces y al tercer tono atendieron en la recepción—, hola dulzura, hoy es el último día de la reservación de esta habitación y queremos un desayuno variado completo a la habitación, ya está pago... Okay, gracias mi cielo.




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