— ¡No puede ser! —chilló mi madre contorsionando el rostro, y ahí ibamos de nuevo— ¡No puede ser! —la segunda vez que lo dijo estaba roja como un tomate, respiraba con dificultad y me asesinaba con la mirada— ¡Pero si eres una niña!
El nivel de frustración de mi madre sin duda alguna, era épico.
— Ay, no —solté en un suspiro mientras Xavier se bajaba del carro— si no me vas a escuchar para qué te cuento nada...
— ¡Y además con un drogadicto! —exclamó poniéndose la mano en el corazón como si fuera lo peor que le haya pasado en la vida.
Negué con la cabeza, decepcionada de su reacción, una persona tan libertina como ella no tenía el más mínimo derecho de refutarme o reprocharme las cosas.
Todo había sido porque me coloqué una camisa con la que se me veía la panza, que vamos, no la tenía tan grande, pero bueno... Digamos que a mi madre le gustaba exagerar las cosas.
Xavier frunió el ceño, sabía que estaba mirando despectivamente a mi madre a través de sus gafas de sol, sin embargo, me hice la loca.
— ¿Me vas a dejar entrar si o no? —interrogué ya cansada de tanto parloteo.
— No hasta que me digas qué es eso que hay dentro de ti...
En ese momento me molesté, la miré directamente a los ojos y casi lancé un gruñido iracundo.
— No es un eso es un bebé, así que deja de ser dramática e informame si me vas a dejar entrar o no...
— ¡Primero me explicas cómo llego eso ahí! —su exclamación fue tan intensa que pensé en aquél momento que me había destrozado los tímpanos.
— Primero, te calmas —amenacé, ya harta de toda su gritería en la entrada de la casa— llego con dos personas apareándose, obviamente... No me llamo María para que llegara por obra y gracia del Espíritu Santo —obvié, mofándome en su cara—, si me vas a dejar entrar te explico mejor.
Media hora después de que mi madre gritara más de 10 veces y mi padre —uno muy sobrio de hecho— saliera a intentar controlarla y nos abriera la puerta de la casa. Estábamos todos en la sala.
Cuando hablo de todos, son todos, hasta la imbécil de mi hermana se encontraba allí, tan pancha. Mirándome con una cara de suficiencia y de victoria inigualable, me dieron ganas de saltarle encima y quitarle con mis uñas esa bonita sonrisa —pero, no— la prioridad en ese momento, no era esa, mis deseos estaban en segundo plano. Si me le lanzaba encima, ella obviamente decidiría en ir hacia mi punto débil —mi vientre— y no iba a hacer que mi niño sufriera las consecuencias de un arranque mío.
Xavier y yo estábamos en un sillón doble —fingiéndo ser pareja— con las manos entrelazadas —lo que era incómodo, porque el hombre sudaba hasta por los codos—.
— Muy bien, mi pequeña —el único en hablar fue mi padre, mi madre ni siquiera me veía, pero papá me miraba con amor. Era el único que veía mi vientre y no le causaba repugnancia o algo por el estilo— Explícanos qué ha pasado.
Tragué en seco y carraspeé, intentando mirar a mis padres a la vez, mientras explicaba la situación.
— Sé que no le dije a nadie a dónde iba, ni lo que tenía planeado hacer...
— ¡Claro! —exclamó mi madre aireada— ¡Ni siquiera a mí! ¡Tu madre!
— Mujer —la interrumpió mi padre con la voz firme—, deja hablar a la niña.
— Bueno, me fui a pasar un tiempo en Miami —comenté dudando de cada palabra que diría, Xavier y yo habíamos hablado de lo que diríamos, cómo lo haríamos entre otras cosas, pero yo estaba muy nerviosa, así que no podía juzgarme— en ese tiempo, conocí a Xavier Fleur —lo señalé rápidamente soltándole la mano y secandome el sudor de ella—, me pareció atractivo de inmediato, nos conocimos en el avión, sin embargo, nos hicimos más cercanos porque nos hospedabamos en el mismo hotel... Y bueno, el resto es historia.
— No te creo —soltó la que se hacía llamar mi hermana cuando terminé de hablar, analizó a Xavier de arriba abajo, como si fuera un caramelo que se podía comer y yo alcé una ceja—, es imposible que un hombre así se de cuenta que existe alguien tan... —buscó una palabra, pero nunca la halló— no sé, como tú.
— ¿Y ahora qué vas a hacer cariño? —preguntó mi padre, con el rostro preocupado. Me dieron muchas ganas de abrazarlo, era el único ser en aquella casa que merecía el amor sincero de mi parte.
— Me imagino que no vendrás a arrimarte acá a la casa —bufó mi madre, mirándome despectivamente—, tú abriste las piernas, tú te encargas. Fin de la historia.
— En absoluto —solté, sintiendo cómo la ira empezaba a volverse líquida y a recorrer todo mi sistema, me sentía caliente—, yo no vine acá a mendigar nada, madre —dije aquél nombre que antes me salía tan natural con una repugnancia agobiante— solo vine a informar sobre lo que me estaba pasando, pensé que tenían el derecho de saberlo.
— ¡Pues irás a vivir bajo un puente! —gritó con la cara enrojecida y los ojos desorbitados— porque yo ya no te acepto.
Un carraspeó se escuchó en la sala y silenció a mi madre por completo, le miré de soslayo, preocupada por lo que diría.
— Creo que no me he presentado correctamente —suspiró el peliazul, arreglándose un poco el cabello—, mi nombre es Xavier Fleur y pienso hacerme responsable de mi hijo, así que no tienen porqué preocuparse —aseguró con los ojos café traslúcidos decididos, tragué en seco, aquello se escuchaba muy real, tanto que se me erizó la piel—, tampoco queremos molestarlos, así que respondiendo a su pregunta señora... —dejó la palabra en el aire esperando a que mi madre le dijera su nombre.
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Editado: 07.09.2020