El aire en aquél lugar se sentía muy fresco y limpio, todo estaba rodeado de una vegetación hermosa, los árboles, las aves cantando de aquí a allá, haciendo una vida, el sol derramándose en cada flor y un pasto suave y cortado a la perfección que te llamaba a acostarte sobre él y descansar allí, por un largo tiempo.
Entrecerré los ojos mirando a Xavier, que se encontraba recostado en el capó del carro, alcé las cejas, evaluando mejor todo el lugar.
Aún estaba un poco desequilibrada por lo que me había dicho en el auto, así que me acerqué hacia él con una calma poco común en mí.
— ¿Qué es esto? —pregunté cuando estive frente a él, señalando todo a mi alrededor, era un muy bonito lugar pero no entendía qué hacíamos allí.
— ¿No es obvio? —me respondió con otra pregunta a la que yo simplemente me encogí de hombros, desconcertada— Residencias Sombra de Luna, lo decía en el arco de la entrada —se mofó de mi.
Le dí un golpe en el hombro, uno rudo que a él seguro no le había movido ni un vello de la piel.
— Disculpa por estar metida en mi misma y no prestar atención al camino —esa vez mis palabras no fueron sarcásticas, le pedía unas disculpas sinceras por haberme aguantado en ese estado tan lamentable.
— Ya qué —se encogió de hombros mientras acariciaba mi cabello y rozaba levemente las yemas de sus dedos con la palma de mi mano—, si me metí en esto, debo de asimilar todo lo que viene con el paquete... Incluyendote a ti, histérica, malhumorada, triste, irritada, feliz, nostálgica, etcétera, etcétera, etcétera.
— So, caballo —con mi dedo índice le toqué en la frente y lo alejé de mi espacio vital, ya que, estaba peligrosamente cerca de mi—. Te estás tomando muy en serio tu papel, recuerda que esto —nos señalé a ambos— solo es fingido. No hay nada más allá de eso.
Él volteó los ojos y suspiró con cansancio.
Una chica de más o menos treinta y tantos años se acercó a él contorneando sus caderas como si fuera mujer más hermosa del universo, la miré despectivamente, porque detestaba que las mujeres se le acercaran así a los hombres.
— ¿Señor Fleur? —interrogó la mujer, insinuándosele sin una pizca de vergüenza, ni pudor, él la miro detalladamente, deteniendose en sus anchas caderas y afirmó con un asentimiento— aquí tiene los papeles de la casa —saco unas cuantas hojas y se las tendió— debe firmar aquí —se le acercó sutilmente, con cuidado, inclinándose hacia él, dandole una gran vista de sus pechos y casi susurrandole lo que debía hacer— y aquí y aquí.
Su voz era empalagante, como si quisiera demostrar algo que no era y eso me enfurecía más. El imbécil peliazul leyó el documento con parsimonia y unos cuantoz minutos después, me miro con las cejas alzadas.
Sus labios se movían, pero no escuchaba que decía nada. Fruncí el ceño con total intriga.
— ¿Mhmm?
— ¿Quieres firmar el documento o no? —interrogó con los labios fruncidos.
— ¿Cómo así?
— Como lo escuchas.
— ¿Y por qué tengo que firmar yo eso? —solté con los ojos entrecerrados.
— ¿Porque vivirás conmigo en la casa? —dijo obvio mientras me miraba cómico, aquella mujer se burló de mi mirándome como si fuera más mínima que una hormiga.
— No entiendo.
— Que la casa también será tuya, Artem... —antes que terminara de decir mi segundo nombre completo, le di un golpe en la cabeza, llena de molestia.
— Que no me digas así —refuté, le eché una ojeada a las hojas esas y me encogí de hombros, tomé el bolígrafo y firme, después firmo Xavier y antes de que él hablara, yo lo hice—. Cuando desee señorita, puede llevarnos a nuestra nueva casa.
— Por supuesto, señor Fleur si quiere me sigue...
— Tranquila, podemos ir en el auto —le sonreí, interrumpiendola de nuevo— si quiere se sienta en los asientos traseros y nos indica dónde es.
— Okay —dijo dubitativa, parecía incómoda.
Nos subimos al auto y empezamos a seguir la dirección que ella nos decía, cuando llegamos frente a la casa lo único que pude hacer fue impresionarme, era hermosa.
Xavier me veía desde el asiento de piloto esperando mi reacción, yo apreté las piernas y pestañeé varias veces.
— ¿Y? —preguntó Xavier dubitativo, mirándome con aquellos ojos traslúcidos, volteé a mirarlo y me percaté que la tipa esa tenía sus garras cerca de él.
No me mal interpreten... No eran celos.
No lo eran ¿verdad?
Mientras que teníamos ese trato, no podía siquiera pensar en otras mujeres y eso, estaba más que claro.
Entrelacé mis dedos con los suyos, que estaban en la palanca y los llevé a mis labios con detenimiento, poco a poco fui besando cada uno de sus dedos en esa mano, castos y fugaces besos, que lo dejaron anonadado.
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Editado: 07.09.2020